En la góndola del supermercado humano
Algo oscuro, con una cuota de componente morboso, era lo que disparaba en muchos de nosotros la figura de Fort
La figura de Ricardo Fort atraía la mirada, pero una vez que esta se posaba sobre esa humanidad tan rara, con una estética cuidada hasta la exasperación, las pupilas giraban para otro lado, porque algo de lo que era Fort atraía, tanto como a la vez repelía, profundamente.
Algo oscuro, con una cuota de componente morboso, era lo que disparaba en muchos de nosotros la figura de Fort. Para nada estábamos interesados en sus andanzas artísticas -éramos indiferentes a su exhibicionismo-, menos aún en sus idas y venidas amorosas, de una persona a otra, de un sexo a otro. A gran parte de nosotros no nos interesaba demasiado (creíamos) nada de todo eso, y sin embargo...
Ahora que Ricardo Fort murió, salieron a la luz, tal vez más que sus virtudes artísticas -suponiendo que las tenía- la retahíla de cirugías a las que se habría sometido en su corta vida. El videograph de un noticiero decía: "45 años , 27 operaciones". Ninguna de esas intervenciones fueron a causa de una enfermedad, sino que fueron autoinfligidas por ir detrás de un ideal de belleza y perfeccionismo rayano a un estado mental mórbido. Nada de todo esto justificaba el mortal y común temor a la vejez.
Él no estaba dispuesto a esperar que se le caiga nada, y si la naturaleza lo dotó con menos centímetros de los que le hubiesen gustado, no dudó en ir a suplir esa medida en una dolorosísima, de por vida, intervención en los talones al que le agregaron por vía prótesis plástica, centímetros de más. No contento con esto, volvió a someterse a otra cirugía donde le separaron cada vértebra y le pusieron unos ganchos de metal para hacer más espacio entre una y otra y así le dieron ese halo de altura, digamos, natural.
Ninguna de esas intervenciones fueron a causa de una enfermedad, sino que fueron autoinfligidas por ir detrás de un ideal de belleza y perfeccionismo
Otra cosa más que Ricardo vio que le faltaba era una terminación elegante en el rostro, así que no dudó en agregarse mandíbula, para lo cual tuvieron que hacerle un relevamiento de toda la dentadura para poder colocarle encías lo suficientemente flexibles que le permitieran modular al hablar y masticar sin problemas. Estas son las cirugías conocidas. Tal vez existan otras de mayor envergadura y/o sufrimiento pero no lo sabemos.
Nunca sabremos si Fort, además, o en el fondo, disfrutaba de esas intervenciones. Uno puede preguntarse cómo es posible que alguien disfrute de semejante cosa. Sin embargo, existe lo que se llama algofilia, una conducta clasificada ahora dentro de las parafilias. Existen parafilias que no pertenecen al rubro del erotismo, pero sí dan un placer extraordinario a las personas que la… ¿padecen? En el caso de la algofilia, que pertenece al sub grupo de las conductas masoquistas, y se diferencia por la ausencia del placer erótico, la sensación se parece más al self harm o mutilación autoinfligida, y forman parte de esta rara vivencia que va tomando conocimiento hoy por hoy del placer de estar enfermo.
¿Cómo es posible que tal cosa exista? Seguramente es lo que se está preguntando quien lee esto. Pero es necesario recordar que existen conductas que, posiblemente hayan existido siempre, pero no estaban clasificadas.
Hay una mirada que viene de la mano de Carlos Marx. En el mundo capitalista actual y desde mediados del siglo XIX, la producción de la humanidad cambió su destino y ya no se produce para poder alimentarnos sino, paradojalmente, se produce para consumir. El consumo es la orden del día y ya no somos una sociedad de producción sino de consumo. La góndola es todo. Ahora bien, muchos discursos sociales, incluidos aquellos que son políticamente correctos, pueden ser susceptibles de enunciación porque el consumo existe: ¿Una prueba de ello? El discurso sobre el cambio de sexo. Cambiarse de sexo es algo que la humanidad soñó siempre, pero siempre lo tuvo como un imposible, y ahora que se puede porque hay gente que lo puede hacer –lo puede necesitar y por lo tanto consumir- es factible de realización. Ya sé, muchos movimientos de liberación vendrán por mi cabeza, pero por lo menos antes de colgarla de una pica, lo dije. Todos nosotros, somos factible de ser consumidos por un mercado inmarcesible e impiadoso. Esto era lo que decía el bueno de Marx, que el producto final del capitalismo, iba a ser el cuerpo mismo de las personas, que se iban a confundir con la mercancía.
Ya no se produce para poder alimentarnos sino, paradojalmente, se produce para consumir
Incluso, ya estamos en una época en que se puede hacer restitución del cuerpo original, esto quiere decir que algunos/as que probaron el cambio de sexo y no les gustó, mal o bien le pudieron volver a colocar de nuevo el sexo de origen. Que hombres y mujeres tengamos el cerebro distinto es sólo un dato biológico, en la góndola del supermercado humano, todo es posible. Y es mejor parecer que ser. Otro capítulo donde se puede ver esto es en otra góndola, muy apreciada por las páginas de diversión de los matutinos, cuando comparan el antes y el después de personalidades que se deformaron por el exceso de cirugías. Pero el caso más contundente de la compra en góndola de la biotecnología va a ser, en poco tiempo más, la gestación in-vitro. Es que en efecto, después del incipiente y gran paso de la inseminación in vitro, la ciencia avanza a hacer realidad todo el proceso gestatorio por fuera del cuerpo femenino, y no está muy lejos de lograrlo.
Salvando las distancias, hay un gran parecido a la vida, pasión y muerte de Ricardo Fort con otro artista, esta vez, una lumbrera en serio del siglo XX. El que fue en vida Michael Jackson. Ambos probaron, la inseminación in vitro, ambos alquilaron vientre, ambos se pusieron y sacaron cosas del cuerpo a piacere, ambos sufrieron horrores por sus operaciones y ambos murieron prematuramente y agotados por el exceso de intervenciones y cambios a los que se sometieron. Eso sí, es claro que uno facturó mucho más aún después de muerto que el otro. Es que tal vez, era eso lo que atraía de Fort a muchos morbosos entre los que me encuentro: y es la atracción por convertirse en "cosa", y en ser objeto del paradigma de la ciencia, que no es otra cosa más que ser el objeto de la oferta en góndola para un mercado acostumbrado a nunca decir que no. En tal caso, y para algunos entre los que me encuentro, Fort al fin logró el estatuto que se prometió a sí mismo: ya es una cosa. Para otros, en cambio, existe el consuelo de que descansa en paz.
Rodolfo Arze