Cuestionario. Eneros que no parecen enero
Por Claudio A. Jacquelin De la Redacción de LA NACION
Enero en la Argentina es un mes fecundo, imprevisible y a veces inverosímil, capaz de desmentir al imaginario colectivo que lo identifica con el mes del ocio, de las vacaciones, del "no pasa nada". Es así como la realidad de los últimos años se ha empeñado en destruir esa ilusión. Un simple ejercicio de memoria, de recopilación de datos aleatorios, permite sostener esta hipótesis. Y en un repaso rápido podemos acordarnos de que en apenas una década y media --la última-- hubo eneros de levantamientos militares, eneros de ataques a cuarteles, eneros de asambleas barriales, eneros de cambios de presidente, eneros devaluados, eneros de confiscación de depósitos, eneros de Ferraris presidenciales, eneros de periodistas asesinados, eneros de construcción de candidatos aparentemente imposibles que luego se hacen presidentes, eneros de conflictos internacionales, eneros para el olvido, eneros sin luz, eneros grises, eneros de playas vacías. Pero también eneros para el recuerdo, eneros apacibles, eneros de buenas noticias, eneros de esperanza, eneros de sueños, eneros de primer mundo en la arena y en la montaña, eneros de felicidad.
¿Será tal vez porque aquello de que enero le debe su nombre a Jano, ese primer rey del Lacio al que se veneraba como un dios y al que se representaba con dos caras, porque Saturno lo dotó de la facultad de conocer el pasado y el porvenir? ¿Será por eso que enero es tan difícil de predecir? No le preguntaremos a Jano sino que nos quedamos con las evidencias, porque este enero vuelve a sorprender. Buenos Aires es una buena testigo. Las playas se llenaron, pero la ciudad no se quedó vacía y no se parece a la de ningún enero anterior. Hay turistas y negocios que siguen a full, hay vida más allá de la playa.
Pero hay algo que lo diferencia de todos los meses anteriores y de muchos meses desde hace dos años. ¿Adivinó qué es lo que cambió en el paisaje urbano radicalmente? Si usted está en la playa, queda exceptuado de responder; también si sus vacaciones transcurren en el domicilio. Pero si usted transita por Buenos Aires y no se dio cuenta, tal vez sea conveniente que se plantee si no es momento de consultar al médico sobre el funcionamiento de la memoria o sobre su capacidad para prestar atención. Sí, estimados lectores, los primeros diez días de enero transcurrieron sin piquetes en las calles. Los piqueteros se alejaron de la ciudad, aunque muchos en la ciudad seguimos trabajando, aunque los destinatarios de sus reclamos no se fueron de sus puestos, aunque sus problemas siguen en el mismo lugar. ¿Qué pasó, entonces? ¿Habrá sido el calor? La atracción por la respuesta fácil puede ser rápidamente desmentida, ya que un ligero repaso de las estadísticas del Servicio Meteorológico Nacional muestra que ha habido días tanto o más calientes en meses anteriores como los de este mes. Descartada esa posibilidad, dejamos planteada la inquietud, porque ya me distraje con la imagen de otra aglomeración de gente, un embotellamiento de tránsito, la dificultad de avanzar sin escalas. ¿Volvieron los piquetes? No, algo es diferente: los que avanzan a paso de tortuga no sólo no están ofuscados, desencajados, malhumorados, dispuestos a pelearse, sino que hasta sonríen como poseídos por la droga de la felicidad. Y tampoco el paisaje es el de las calles porteñas. Pero los atascados son los mismos o muy parecidos a los que se enojan y se desencajan en Buenos Aires. ¿Cómo que los piqueteros no están en los lugares de veraneo? Y no, la respuesta es no. Los que dificultan la circulación no son piqueteros. Es más, no tienen la cara cubierta sino que vienen con casi todo descubierto y no traban el traslado de casa al trabajo y del trabajo a casa, sino el acceso al próximo puesto de bebidas, a la playa de moda, al parador de onda, y a veces algunos cortan el paso e interrumpen el tránsito con la misma prepotencia que los piqueteros, aunque nadie se queja. ¿Costumbres argentinas?
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