Entre la cuenca y la vida
EN los últimos meses, la discusión referente a la construcción en Uruguay de las plantas de producción de pasta de celulosa ha reflotado una vieja deuda ambiental, de la cual resultan directamente responsables la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires: el saneamiento de la cuenca Matanza- Riachuelo.
Mucho se ha discutido y se discute al respecto, como si todo el problema ambiental quedara circunscripto a la remoción de los cascos sumergidos y a la mayor o menor limpieza del agua que trata de circular por el cauce.
Cabe preguntarnos si el resultado de lo que ocurre en dicha cuenca es una situación aislada o consecuencia de una suma de eslabones que ponen al descubierto la inexistencia de una política de planeamiento, control y gestión del ambiente, tal como prevé el capítulo cuarto de la Constitución de la ciudad de Buenos Aires.
La ciudad tiene responsabilidad indelegable en cuanto a la calidad sonora, visual, del aire, de la infraestructura de servicios sanitarios y manejo de residuos, entre otras, con el fin de asegurar la preservación del ambiente para todas las personas de las generaciones presentes y futuras.
Pensemos, por un momento, que recorremos una ciudad donde, con total libertad y en uso pleno de nuestros derechos, podemos hablar con quien nos acompaña mientras escuchamos el gorjeo de los pájaros, observamos frondosas arboledas y el cielo, sin interferencia para nuestra visual. Agreguemos a lo descripto la posibilidad de transitar por un espacio público sin acumulación de residuos y de líquidos malolientes, enmarcado por una ribera extensa, con agua limpia y áreas parquizadas.
Con seguridad, a poco de andar, nos daríamos cuenta de que el recorrido antedicho no sería posible en la ciudad de Buenos Aires. Desde hace varias décadas, las autoridades no proveen de la protección al derecho de un ambiente sano y sustentable de manera formal, tal como establece la Constitución nacional, en su capítulo segundo, artículo 41, bajo el título de Nuevos derechos y garantías .
Es necesario formar y mantener en la sociedad una cultura referida al ambiente, con acciones congruentes, que no resulten espasmódicas y oportunistas, pues, de otra forma, jamás se podrá romper con el desinterés que existe al respecto. Las leyes están; sólo faltan las acciones sustentables. © LA NACION