Erradicar la desnutrición infantil
Resulta claro que el análisis sobre la baja en la edad de imputabilidad en menores es tema de especialistas. Lo seguro es que así no podemos continuar. Nuestra sociedad está enferma de violencia, y matar o morir es una encrucijada demasiado frecuente. Más de 30 años de democracia no han alcanzado todavía para encontrar una solución a la medida del problema.
Pero podemos estar peor todavía si no terminamos de entender y aceptar que la desnutrición infantil es un tema capital y su abordaje, prioritario. Desnutrición no es sólo falta de alimentos, sino un conflicto social más profundo. En el año 2000, el doctor Abel Pascual Albino, fundador de Conin Argentina, organización comprometida en la lucha contra la desnutrición infantil, solicitó a una destacada jurista un estudio sobre la relación entre criminalidad y desnutrición del que surgió que el 80% de los grandes criminales de Mendoza habían sido desnutridos de segundo y tercer grado.
Por supuesto que no pretendo criminalizar la pobreza. La desnutrición puede evitarse, por lo tanto nadie está condenado antes de nacer a ser analfabeto, ladrón o sobreviviente de una debilidad mental irreversible.
Quien ha sido desnutrido y no fue tratado a tiempo cargará con una discapacidad a largo plazo, porque en él se produjo una atrofia cerebral. Posee menores conexiones interneuronales y alteraciones bioquímicas, neurofisiológicas, metabólicas y bioeléctricas, lo que hace que ese ser humano tenga una menor capacidad para absorber conocimientos y comprender las consecuencias de sus actos. El hecho de que la debilidad mental no se compruebe hasta que se inicia el proceso de aprendizaje hace que en los primeros años de vida (justamente los más vitales para revertir la desnutrición) la comunidad no acuda a ayudar al niño y a su familia, que también desconoce el rol clave que debe interpretar.
Desde 1999 hasta la fecha se duplicó la cantidad de presos en la Argentina. De éstos, sólo un 39% terminó el primario y un 7%, el secundario completo. El 76% (según estadísticas de 2011) no tenía un trabajo de tiempo completo al momento del delito. Uno de cada seis fue detenido como responsable, o presunto responsable, de alguna muerte violenta. Sólo uno de cada ocho recibieron visitas de familiares o amigos. Esto denota que a muchos les faltó una red, un entorno familiar, una red de contención y estimulación afectiva, que no sólo es un derecho humano básico de todo niño, sino un arma fundamental para prevenir el delito.
Podremos encontrar paliativos para tanto derramamiento de sangre inocente, pero jamás alcanzaremos la paz social definitiva si buscamos solamente soluciones que contemplen las contingencias actuales. Donde no están satisfechas las necesidades más elementales, indefectiblemente aparecerá la desnutrición infantil; y si ésta no se recupera en los primeros mil días de vida, el niño estará condenado a pobres resultados escolares, que lo llevarán al abandono de los estudios, por lo que le será difícil escapar del subempleo o desempleo y progresar socialmente. Así, se convertirá en un marginal que, abandonado sólo a la asistencia, acotará sus posibilidades de supervivencia.
Adicionalmente, cada día se hará más hostil el universo tecnológico, que los desnutridos no pueden comprender ni detener. Apartados, estarán incentivados a delinquir.
El dilema es claro: preservamos los cerebros para que puedan ser educados o, entre otros males, seguiremos lamentando muertes.
Para acabar con este gigantesco flagelo de la desnutrición nuestro país necesita 4000 centros de prevención y 15 hospitales para desnutridos de tercer grado. Así se salvaría la vida de los ocho niños que mueren en promedio por día, en el más absoluto silencio.
Está comprobado que es absolutamente posible erradicar la desnutrición infantil. No sólo en una localidad, sino en todo un territorio. Para la Argentina, significaría la inversión de más alta rentabilidad, no comparable con ninguna otra. Ante la evidencia de lo alcanzable, no es admisible mirar para otro lado. Todos debemos comprometernos con la causa de la Fundación Conin.
Licenciado en Administración de Empresas (UCA)
Gastón Vigo