¿Es de Máximo Kirchner el despacho de Diputados?
La burda pelea de legisladores kirchneristas para asegurarle una oficina al hijo de la ex presidenta grafica su concepción del Estado como propiedad familiar
lanacionarLa discusión sobre a quién le corresponde ocupar el despacho 340 de la Cámara de Diputados pareciera ser banal, pero a veces hechos triviales, que debieran ser parte de la rutina democrática de las instituciones, demuestran en el plano de lo simbólico la verdadera intención política de quienes los ejecutan. Exhiben el auténtico significado de sus acciones y permiten entender que, bajo un relato que distorsionó la realidad, se escondía una concepción que confundía y confunde el Estado con las propiedades familiares.
Las elecciones tienen como uno de sus efectos alterar la composición de las Cámaras. La nueva representación popular elegida debe acordar cómo maximizar los recursos asignados para cumplir con su labor parlamentaria. La normativa interna de Diputados y sus tradiciones debieran ser suficientes para resolver ciertas cuestiones menores, como la asignación de un despacho a un legislador.
La normalidad se trastoca cuando, como ha sucedido en los últimos días, en esos procesos administrativos queda involucrado algún integrante de la familia Kirchner. El centro de la disputa fue la oficina 340 de la Cámara baja y la pretensión de Máximo Kirchner de tener allí su aposento -y la de sus defensores, de ocuparla de forma prepotente, sin que la presidencia de la Cámara, a cargo de Emilio Monzó, se la adjudicara.
Desde 2007, el Frente para la Victoria ocupaba todo el tercer piso de la Cámara baja. Hasta las últimas elecciones, contaba con 120 diputados y ahora esa representación bajó a 95. A menor número de legisladores, se reduce el espacio físico disponible, como es sencillo concluir, lo cual determinó que la presidencia de la Cámara dictara una resolución que dispuso la transitoriedad del uso de todos los espacios hasta tanto se decidiera la mejor forma de utilizarlos. En otras palabras, nadie era dueño de las oficinas mientras no se lograra un acuerdo que respetara las necesidades de los distintos sectores, según su número de miembros.
Monzó ejerció su atribución de organizar los espacios, como lo habían hecho los anteriores presidentes de la Cámara: Agustín Rossi y Julián Domínguez. Tuvo así la "osadía" de cambiar la llave del despacho 340, lo cual fue tomado como una provocación, una usurpación, por varios diputados que en defensa de los deseos de Máximo Kirchner decidieron tomar por la fuerza la oficina. Otra reivindicación de los deseos del pueblo que solamente ellos creen interpretar. El diputado Andrés Larroque llegó a hablar de la violación de la soberanía del Frente para la Victoria. Seguramente, sin advertir que la idea de soberanía se encuentra asociada a Jean Bodin, quien en 1576 sostenía que ella es un poder absoluto del soberano, que puede decidir sin estar sujeto a la leyes escritas pero sí a la ley divina o natural.
Lo sucedido revela una vez más la concepción monárquica que se encuentra en las antípodas de los principios republicanos contenidos en la Constitución; entre ellos, el de igualdad, y también denigra a la política, alejando de ella a la ciudadanía. Hubo muchos ejemplos que permiten hablar de un sentido dinástico que ha tenido manifestaciones de inusitada relevancia. Fue así como el entonces presidente Néstor Kirchner entendió que su esposa era la mejor candidata a ese cargo, inaugurando la estrategia de sucesión indefinida de cónyuges en el Poder Ejecutivo. Según esa creencia, al renovar su mandado, Cristina Kirchner entendió que el bastón de mando que ya era concebido como una reliquia familiar le fuera otorgado por su hija, Florencia. No había para ella ningún funcionario que pudiera volver a entregárselo.
Primero, el veredicto de las urnas impidió en 2013 la fábula de Cristina eterna y, después, la elección de Mauricio Macri evitó la continuidad del reinado. El Estado había dejado de ser su propiedad exclusiva. La ausencia de Cristina Kirchner en el acto de entrega de los atributos del mando en la Casa Rosada es elocuente en cuanto a la incapacidad de aceptar que la alternancia es una práctica democrática esencial. La excusa fue inaceptable: sostuvo que ella primero se debía a su familia. Le impedía asistir a la Casa Rosada el horario de juramento de su cuñada Alicia Kirchner como gobernadora de Santa Cruz. Entre sus obligaciones protocolares como primera mandataria y su participación en un acto familiar, prefirió viajar al Sur.
El patrimonio declarado de Néstor y Cristina Kirchner al llegar al poder era de siete millones de pesos. Según las últimas declaraciones, las propiedades de Cristina Kirchner ascendían a 64 millones de pesos y las de su hijo Máximo, a 36 millones. La pregunta que persiste es cuánto incidió el poder y el acceder a información privilegiada en semejante incremento. Los sueños monárquicos suelen no ser desinteresados.
Ahora, resulta lamentable el capítulo protagonizado por el diputado Kirchner, a quien parece interesarle más una oficina que elaborar propuestas para los graves temas sobre los que urge legislar.
El eje común de todos estos sucesos es la pérdida de la frontera entre lo privado y lo público, la apropiación del Estado. Otra prueba de esa confusión la encontramos en uno de los cuadernillos elaborados por el Ministerio de Desarrollo Social, conducido por Alicia Kirchner, destinados a niños mayores de cuatro años. Entre sus consignas, ese manual invitaba a armar un rompecabezas en el que el Estado es representado por la Presidenta, vistiendo la banda presidencial y con la Casa Rosada de fondo. El Estado era ella.
Al rey Luis XIV se le atribuye la frase "El Estado soy yo" como ícono del absolutismo y del despotismo ilustrado del siglo XVIII que sostenía: todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Es usual anteponer a esa visión la tesis igualitaria de Abraham Lincoln: gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Para concluir: el despacho es del Congreso; cualquier pretensión distinta implica confundir lo nuestro con lo suyo.
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