Es hora de probar otro camino
Estar a favor de la despenalización del aborto en la Argentina no es estar a favor del aborto. Cuando cambiamos el eje de la discusión para basarnos en argumentos de índole moral o religiosa, estamos perdiendo de vista la cuestión que nos planteamos debatir. Una vez más, es necesario que se entienda que confeccionar leyes que van a regir la vida de las personas constituye un deber cívico, de representación pública. Poco tiene que ver con las convicciones religiosas o estrictamente personales de quien es elegido para representar al pueblo.
Ignorar la realidad por aferrarse a creencias absolutas o puramente ideacionales aleja al legislador de los problemas reales de la gente y lo vuelve incapaz de empatizar con otros seres humanos, condición básica de cualquier persona que quiere dedicarse al servicio público. La primera reflexión que me surgió luego de escuchar a todos los oradores en el debate en la Cámara de Diputados fue que en las exposiciones de quienes hablaron a favor de la despenalización primaron argumentos basados en la realidad empírica que viven las personas, en la manera de lograr una mejora inmediata en las condiciones actuales; mientras que en el caso de los que hablaron en contra hubo un claro componente moral o abstracto, que cargó las palabras de juicios de valor e hizo difícil relacionar las posturas penalizadoras con la vida real.
No quiero decir que no sea deseable aspirar a ideales elevados cuando pensamos en la sociedad argentina, sino que esos ideales no pueden nublar nuestro juicio al decidir cómo ayudar a crear mejores condiciones de vida ,principalmente para quienes son más vulnerables. Los abortos en la Argentina ocurren, están ocurriendo hoy. Con un sistema que penaliza a la mujer, que vuelve posible que se apliquen mecanismos que eviten que sobrevivientes de una violación o alguien cuya vida corre riesgo puedan recurrir a esta práctica sin sentirse estigmatizadas, los abortos ocurren igual. La diferencia es que con este sistema priman el silencio, el miedo y la persecución, y muchas veces las mujeres dejan su vida en el camino. Esa es la única diferencia. La discusión no es aborto sí o aborto no; la discusión es penalización y clandestinidad o despenalización y contención. El derecho penal ya se demostró ineficaz para bajar el número de abortos en la Argentina. Lo que se está proponiendo en este debate es probar otro camino para evitar las muertes maternas y quitar del foco la penalidad para concentrarse en la prevención y la educación, garantizando condiciones de salubridad para quienes de todas maneras estén decididas a realizarse esa práctica.
Yo estoy en contra del aborto. Creo que debería tratar de evitarse siempre llegar a esa instancia o poner a cualquier mujer en la situación de tener que tomar esa decisión porque no tuvo acceso a condiciones de vida que le permitieran elegir antes si quería quedar embarazada. Desde mis convicciones personales, nunca aconsejaría a nadie hacerse un aborto. Pero miro la realidad y sé que está pasando. Escucho a los médicos, médicos que nos dicen lo que antes dijo Favaloro: necesitamos despenalizar porque las que mueren son las más pobres, porque se crea un sistema paralelo de clandestinidad que no protege a nadie.
Desde mi lugar, pido a mis colegas legisladores que intenten despojarse de juicios de valor absolutos y reflexionen sobre el sistema actual basado en la penalización. ¿Realmente consideran que es eficaz, que tiene un impacto positivo en la sociedad y la vida de las personas? Si dudaron en contestar que sí, creo que es hora de que pensemos en cambiarlo.
Diputada (UCR-Córdoba)
Olga Rista