Esa debilidad de espíritu caracterizada por la incontinencia
No hay nada nuevo bajo el sol. Ya Aristóteles señalaba como virtud indispensable para una persona la enkrateia, el control sobre uno mismo. Era el aprendizaje de una vida, y condición exigida a cualquier persona en situación de poder. Se oponía a la akrasia, esa debilidad de espíritu caracterizada por la incontinencia.
La tensión entre los conceptos se trasladaba a la antinomia entre gobiernos virtuosos y tiránicos, buenos y malos. El dominio era propio de aquellos templados para actuar; el arrebato, el de los afectos al decisionismo y la arbitrariedad. No era tan importante la forma del régimen sino cuál de estos dos vectores predominaba en el ejercicio del poder.
En las constituciones modernas esa tensión se resuelve con el concepto de “idoneidad”, que es la referencia esencial de nuestra Carta Magna para cualquier empleo. Es de tal densidad, que trasciende el aspecto educativo; tampoco es un simple parámetro para acceder a un cargo, sino que debe ser mantenido a lo largo de su servicio por cualquier funcionario. Especialmente los de mayor jerarquía, porque son los faros de guía para toda la burocracia estatal que está debajo y aplica la microfísica del poder, esa que afecta el día a día de la gente y la economía.
El predominio de la akrasia representa la falta de rumbo. Cuando el poder se descontrola, ese mecanismo de relojería que es el sistema republicano de gobierno entra en máxima tensión. Si perder los estribos deja de ser la excepción y pasa a ser la regla, todo se crispa, y los riesgos de desbordes y tangentes toman plena dimensión. Además de que se toman decisiones malas y apresuradas, con la excusa de la llave de Mandala del momento: ya lo vimos con la estatización de las AFJP, la de YPF, con la intervención del Indec y un largo etcétera. Con consecuencias que pagamos y vamos a seguir pagando todos en tribunales internacionales, aunque se intenten negar responsabilidades obvias.
Los más viejos recomiendan contar hasta diez antes de abrir la boca. Los más afectos a los refranes sugieren que en boca cerrada no entran moscas. Sea como fuere, hay veces que la acción más idónea de un gobernante es llamarse al silencio. Porque una cosa es explicar como condición esencial del buen gobierno, y otra muy distinta es abusar de los atributos del poder para someter desde la verba al que no lo tiene, sea un surfer o un opositor.
Pues bien, en estas estamos, con niveles de pobreza e inflación inusitados, con reservas exangües y compromisos con organismos multilaterales que se firman para no cumplir. Y en el medio, oportunidades únicas por el cambio de matriz energética mundial, que abre las puertas del mundo a nuestros recursos naturales con precios de excepción. Vaya momento para jugar al electrón loco, con un sector privado demasiado castigado como testigo. Ya no es ni mala praxis: es ganas de hacer las cosas mal, para ir a ningún lado y echarle la culpa a otro en el camino.
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