La Iglesia: repliegues de la nación católica
En 1853, en su célebre sermón de la Constitución, fray Mamerto Esquiú abogó por la reconciliación luego de las luchas civiles. Fue quizás el primero en expresar una utopía católica para la nación.
Con el tiempo, las disidencias intestinas se fueron aplacando. La integración del territorio y la inserción en el capitalismo motorizaron utopías de progreso. Pero ya no quedó en claro que el catolicismo pudiera allí hacerse un lugar: a simple vista parecía más una rémora del pasado que parte del horizonte de futuro.
No obstante, con la crisis económica de 1890, y bajo el influjo de la Rerum Novarum, el catolicismo encontró un resquicio. Hizo suyo el argumento de que el progreso material y el afán de lucro requerían de contrapesos éticos y espirituales. Se reconcilió con la idea de progreso, siempre que no fuera una fiebre sin control. Y le dio fuerza a su voz. En 1910, el Centenario puso en evidencia hasta qué punto se había involucrado con la idea de nación. Sin embargo, se le hizo difícil aportar algo diferente al consenso exultante de la hora; celebró los logros de la "nación católica" y evitó empañarlo todo con temores acerca de los riesgos de ese progreso.
Hubo que esperar a la crisis social de la primera posguerra, y a la Revolución rusa, para que el catolicismo sostuviera utopías que ya no podían dialogar con la idea de progreso. La utopía católica del siglo XX tuvo distintos repliegues. No faltó la expresión de una utopía autoritaria de una sociedad disciplinada y homogeneizada a través de la fe. Esta utopía tuvo profetas virulentos como Julio Meinvielle, que no vaciló en apelar a la espada para su realización. Hubo versiones más tibias, también, que creían que la moralización de la sociedad a través de la educación y la cultura católicas eran la vía adecuada para alcanzar esos fines, pero terminaron por pedir la censura de aquellas voces que se les oponían, incluidas las publicaciones de izquierda y su entramado cultural. Otros pliegues en la utopía católica se advierten con la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas. Los católicos antifascistas hicieron oír su voz bajo la inspiración de Jacques Maritain y aspiraron a reconciliar el catolicismo con la tradición democrática. Y ya en los años de la descolonización, bajo la sombra de Camilo Torres, la utopía católica se tiñó de revolución, en un momento en que la Argentina se encaminaba hacia la radicalización política e ideológica, y la violencia.
Hoy, luego de tantos vaivenes, la utopía de los católicos parece haberse ido acompasando de a poco a las más de tres décadas de democracia transcurridas desde 1983. Si bien con matices, la utopía católica reside hoy en reconciliar a la Argentina del siglo XXI con la ética. A esto se le puede dar diferentes contenidos: ética política, frente a la corrupción; ética social, frente a la exclusión; ética individual, frente a la anomia. No está claro que haya una única utopía católica, pero quizás sea mejor así.
La autora es historiadora e investigadora en el Conicet. Escribió Historia del catolicismo en la Argentina. Entre el siglo XIX y el XX (Siglo XXI)
Miranda Lida