Esta crisis se parece poco a la de 2001
La oposición más irresponsable, la que agita estallidos, advierte sobre falsos corralitos y ansía saqueos y violencia, no duda en asemejar esta crisis a la vivida al final del mandato de Fernando de la Rúa . Se apoya, para generar el espejismo trágico, en una base demográfica: para un numeroso conjunto de argentinos, el de los más jóvenes que tal vez votaron por primera vez en las últimas elecciones o que están a punto de hacerlo en las próximas, el de los millennials, la de 2001 fue la última gran crisis y el espejo con el cual comparar, como un acto reflejo, casi inevitable, la situación actual. Es natural, por otra parte, que esta mayoría de argentinos tome como referencia ese último trauma cuando trata de analizar el actual desbarajuste. Otros conciudadanos, en cambio, recordamos con igual o incluso mayor intensidad la hiperinflación del alfonsinismo . Y por supuesto los más memoriosos recordarán el fin de la tablita de Martínez de Hoz o incluso el Rodrigazo, en 1975. Lamentablemente, así como se puede calcular la edad de un árbol por la cantidad de anillos que exhibe un corte transversal de un tronco, se puede estimar cuántos años tiene un argentino de acuerdo con la cantidad de grandes crisis que fue obligado a atravesar. El ser nacional, la identidad de los argentinos, están impregnados por la emergencia permanente. Nuestra normalidad es la crisis. Los períodos de estabilidad han sido siempre fugaces, especies exóticas, casi en extinción.
La de 2001 , es cierto, fue la crisis más traumática, con consecuencias políticas, económicas y sociales tan disruptivas como perdurables. Indudablemente, el país de hoy es en gran medida producto de ese evento tan singular, así como la Argentina moderna fue sin dudas hija de la crisis de 1890. Sin embargo, poco se parece la realidad de entonces con la crisis actual. Miguel Bein sugiere un fórmula muy precisa: "Estamos viviendo un 2001 light". Tenemos algunos elementos que sin duda caracterizaron aquel desastre, pero en dosis comparativamente más atenuadas: devaluación, inflación, recesión, desempleo, fuerte crecimiento de una amplia sensación de desilusión.
Sin embargo, las diferencias son mucho más significativas que las similitudes, y pueden potencialmente esbozar un horizonte de recuperación hacia el segundo trimestre del próximo año. En efecto, existen atributos tanto en el plano internacional como en el doméstico que son idiosincráticos de la actual coyuntura. En primer lugar, la Argentina está capitalizando ahora las ventajas de haber regresado al concierto de naciones civilizadas de este convulsionado planeta, luego del extravío de nuestra zigzaguente política exterior durante los años de CFK, particularmente en su segunda presidencia (2011-2015). Este cambio radical en la orientación de la política exterior es el principal mérito que puede mostrar Macri en sus primeros 34 meses de gestión. Más aún, la presidencia pro tempore del G-20 también contribuyó a generar affectiosocietatis con el país y su mandatario.
Esa cosecha es sumamente relevante en esta etapa de crisis, en especial, pero no únicamente, por parte de los Estados Unidos de Donald Trump . Dadas las polémicas que suele despertar este personaje, esto generará sin duda algunas controversias y obligará a los matices a quienes somos, como es mi caso, sumamente críticos de su liderazgo (una vez más, la realidad nos obliga a ser mucho menos categóricos de lo que nuestros valores, creencias o ideologías tal vez preferirían). Algunos atribuyen el contundente apoyo brindado por Trump al viejo vínculo personal que mantiene con Macri. Pero la cuestión geopolítica es al menos tanto o más relevante. Por un lado, la Argentina tiene un estatus especial de aliado extra-OTAN, uno de los legados más importantes de la década menemista, en particular de ese gran canciller que fue Guido Di Tella. En parte por eso, los Estados Unidos buscan contener la presencia china en el país y también en la región. Esta demanda fue definida claramente por el exsecretario de Estado Rex Tillerson y ratificada por el actual secretario de Defensa, James Mattis. Está claro que los estadounidenses pretenden evitar que América Latina experimente el mismo fenómeno que África, donde la inestabilidad política, los Estados fracasados y los escándalos permanentes de corrupción desalentaron la presencia de empresas americanas, espacio que fue llenado por otras de origen chino. Un ejemplo palmario de esta potencial desventura es Venezuela, donde el decadente régimen de Maduro subsiste, al menos por ahora, gracias al sostén que brindan tanto China como Rusia (sin olvidar a Irán). ¿Cuál es, en definitiva, el costo de ayudar a la Argentina frente al riesgo latente de una reversión populista-autoritaria, en una región donde Brasil y México aún están lejos de haberse estabilizado? Luego del 11 de septiembre de 2001, con los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, cambiaron el mundo y la agenda de prioridades, el país se quedó sin interlocutores válidos en Washington. Ahora la situación es bien diferente y en el directorio del FMI, con gestos como el de estos días y potencialmente también mediante otros mecanismos, la ayuda de los Estados Unidos fue, es y tal vez será determinante.
Las diferencias en el plano interno respecto de 2001 son sin duda igual de relevantes, comenzando por la consistencia de la coalición de gobierno. La Alianza pronto implosionó por la renuncia del vicepresidente Chacho Álvarez, lo que aceleró la crisis económica. Es obvio que en Cambiemos existen tensiones, en particular con el radicalismo, pero continúa siendo una construcción política firme y hasta con chances de protagonizar el proceso electoral del próximo año. Paralelamente, el "peronismo moderado o racional" busca reinventarse luego del acompañamiento pragmático a CFK y borrar cualquier duda respecto de su compromiso con la gobernabilidad. De este modo, casi todos los gobernadores peronistas, buena parte del liderazgo sindical y líderes parlamentarios como el senador Miguel Pichetto prefieren, aun con críticas al Gobierno y buscando tomar alguna distancia de cara al año electoral, acompañar al oficialismo en la sanción del presupuesto y en señales que fortalezcan la institucionalidad democrática. Gracias a esta actitud responsable, los sectores más radicalizados, como el kirchnerismo y el trotskismo, están cada vez más aislados.
La última gran diferencia es que el Estado invierte fuertemente en política social: una ayuda destinada a los sectores más vulnerables que alivia la situación de muchos hogares humildes para que puedan capear el temporal. Es cierto, no se trata de una solución de fondo, sino de un mero paliativo que ojalá podamos algún día remover con mecanismos de movilidad social ascendente y masiva creación de empleo privado formal.
Le costó mucho al Gobierno reconocer que estamos en una profunda crisis: más vale tarde que nunca. El presidente Macri se ha mostrado a partir del discurso del martes en la UIA muy decidido a enfrentar esta situación con un liderazgo firme, hasta ahora desconocido en él. Aquel líder amable, empático y aferrado a un diagnóstico benévolo, casi superficial, del largo fracaso argentino parece haber dado lugar a un presidente decidido a superarlo con medidas duras, sacrificios prolongados y una leve y vacilante promesa de un futuro mejor. La etapa de aprendizaje parece por fin finalizada. Este presidente más genuino, casi liberado, puede convertirse en un actor vital en la emergencia para ayudar a superarla.