Estados Unidos debe retirarse de Irak
Por Jeffrey D. Sachs Para LA NACION
NUEVA YORK
La ponzoña del terrorismo ha penetrado violentamente en la obra humanitaria de la ONU con el trágico atentado contra la sede de su misión en Irak. En él murieron decenas de inocentes, incluido uno de los pacificadores más consumados: Sergio Vieira de Mello. Como era de prever, el presidente Bush reiteró su decisión de combatir el terrorismo. Otros líderes declararon que la ONU no debería abandonar su misión. Sin embargo, el atentado plantea interrogantes políticos que exigen respuesta. En vez de reforzar su ocupación militar, Estados Unidos debería retirarse de Irak y dejar que la ONU siga cumpliendo su misión.
A comienzos del siglo XX, los imperios podían reprimir a los pueblos indóciles. Hoy no. Hace ya largo tiempo que las ideologías nacionalistas y anticolonialistas, sustentadas por la movilización política y una alfabetización creciente, tornaron casi imposible la dominación imperial. Este aserto tiene especial validez en Medio Oriente, donde el anticolonialismo se mezcla con el fundamentalismo religioso. Fue una temeridad, por parte de Estados Unidos, suponer que podría apostar tropas en territorio iraquí sin abrir un período prolongado de violencia sanguinaria.
Amigos y pozos petroleros
Los líderes norteamericanos creyeron que sus ejércitos serían recibidos como libertadores. El gobierno de Bush y muchos observadores creen que si Estados Unidos logra establecer los servicios básicos en Bagdad y, quizá, capturar a Saddam Hussein, eso bastaría para apaciguar los ánimos. Al parecer, se pretende instalar un régimen dirigido por amigos del Pentágono, como Ahmed Chalabi, porque se presume que él invitará a las tropas de Estados Unidos a quedarse más tiempo y otorgará concesiones a su industria petrolera.
Semejante régimen nunca tendrá legitimidad y será blanco de asesinatos, revueltas y ataques terroristas. A la larga, derrochará vidas humanas (como las de los valientes y abnegados funcionarios de la ONU) y, por supuesto, centenares de miles de millones de dólares. Es indignante que Washington esté gastando unos 4000 millones de dólares mensuales en mantener a sus tropas en Irak mientras Bush pugna furiosamente por impedir que el aporte norteamericano al Fondo Global de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria exceda los 200 millones de dólares anuales.
Muchos norteamericanos dicen que, haya sido acertado o no hacer la guerra a Irak, su país ahora debe quedarse (junto con la ONU) para preservar el honor nacional y demostrar que no se dejará ahuyentar por el terrorismo. Estas respuestas a los ataques terroristas tienen buen eco en la opinión pública norteamericana. A nadie le gusta que lo intimiden. Ningún norteamericano quiere ver a su país asustado o coaccionado por el matonismo brutal de los coches bomba.
Pero la reacción emocional de atrincherarse con mayor firmeza no hace más que agravar los errores políticos de la guerra en sí. Estados Unidos no está en condiciones de pacificar Bagdad ni de proteger a la ONU y demás grupos que trabajan junto a un ejército de ocupación, ni aun cuando cumplan tareas humanitarias. En este caso, el terrorismo no sólo es una cobardía: también refleja la política emponzoñada de la ocupación militar norteamericana. De ahí la necesidad de una respuesta política.
Conferir autoridad a la ONU
Malasia, un país moderadamente musulmán, próspero y estable, ha puesto las cosas en su lugar. En vez de defender la obra de la ONU, verdaderamente heroica, su gobierno pidió a Estados Unidos que se retire de Irak. Es lo correcto. Su canciller, Syed Hamid Albar, señaló con sensatez: "La amenaza a la seguridad en Irak persistirá, en tanto no se trate con justicia e imparcialidad el profundo resentimiento del pueblo contra la ocupación. La ONU no debería ser vista como parte integral de la ocupación".
Aun a estas alturas, cuando la muerte de soldados norteamericanos ya es cosa corriente y el ataque con explosivos a la sede de la ONU ha dejado un tendal de muertos, Estados Unidos se resiste a conferir mayor autoridad a la ONU. Y ni hablar de reemplazar a sus tropas por fuerzas comandadas por ella.
El gobierno de Bush se atiene a su plan de acción. Probablemente, calcula que todavía vale la pena sufrir unas pocas decenas de bajas, o incluso algunos centenares, con tal de llevarse el premio mayor: una presencia militar en Irak que supervise la administración de más de cien mil millones de barriles de petróleo y esté a las puertas de la vecina Arabia Saudita.
El cálculo resultará falso y descaminado. Es probable que la inestabilidad política de Irak persista mientras dure la ocupación militar norteamericana. De por sí, la colaboración con Estados Unidos descalificará cada vez más a los líderes políticos iraquíes que busquen un verdadero apoyo dentro de sus comunidades.
En los albores del siglo XXI, la mera provisión de electricidad y agua corriente no bastará para ganarse los corazones y las mentes del pueblo iraquí, aun suponiendo que Estados Unidos encuentre el modo de poner en marcha estos servicios públicos. Los iraquíes exigirán la dignidad de tener un gobierno propio. Los criminales y terroristas se ensañarán con esos sentimientos por cualquier medio.
La invasión norteamericana fue un grave error. Comprometer en ella a más soldados sería un error aún mayor. Lo que hace falta ahora es el pronto retiro de las fuerzas norteamericanas y su reemplazo temporario por tropas bajo el mando de la ONU que devuelvan el poder al pueblo iraquí.
© Project Syndicate y LA NACION
Jeffrey D. Sachs es profesor de economía y director del Earth Institute, en la Universidad Columbia.
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