Estoy perdiendo la memoria
Por Juan M. Borthagaray Para LA NACION
No es el lánguido lamento que escucho cada vez que nos reunimos los de la clase 1928. Es un angustiado grito de auxilio que le escuché a madre República.
Tal vez me dijo lo que me dijo porque sabe que, siendo ministro del Interior el doctor Caro Figueroa, fui citado, como decano de la Facultad de Arquitectura de la UBA, al Archivo General de la Nación. Me mostraron cómo estaba el patrimonio y me pidieron ayuda. Hice lo que cualquiera hubiera hecho y todos hacen: en lugar de tratar de asumir tan interesante encomienda o derivarla a mi estudio particular, busqué a quien, dentro de la facultad, estuviera en mejores condiciones para cumplir la tarea.
La derivación recayó en el arquitecto Medrico Faivre, que me acompañó como secretario de Hábitat durante los ocho años de decanato. Desde allí realizamos la nueva entrada del pabellón III, de Núñez, y accedimos a decenas de miles de metros de un entrepiso que estuvo décadas sin habilitarse.
Formalizamos entonces un franciscano convenio UBA-Ministerio del Interior. Faivre integró un equipo (como sucede siempre) sin recomendados, ni del ministerio ni del decanato. El equipo desarrolló un proyecto sobre la base del estado del arte de la conservación de documentos, con un trabajo de investigación digno de la mejor práctica en el nivel internacional.
El proyecto atravesó ileso los ministerios que encabezaron Manzano, Béliz y Ruckauf. Estaba por llamarse a licitación cuando el nuevo ministro Corach decidió hacer caja y vender el edificio del Archivo (hoy Microsoft). El ministro no sacó bien las cuentas, pues, considerando el costo de consultoría -si hubiera de repetirse- y, sobre todo, el tiempo y la oportunidad (es difícil que vuelva a darse una continuidad de políticas de Estado como la que había sobrevivido el expediente), más el valor de los documentos perdidos o estropeados, no me cabe duda de que, en un balance fino, el Estado argentino sufrió una descapitalización grave.
Madre dijo que el patrimonio documental que se perdió fue cuantioso. Lo peor de todo es que mucho se perdió de vicio. Podría creerse que los faltantes fueron a remates de anticuarios locales o de Sotheby´s. Pero dijo que se sacaron camionadas enteras de documentos vendidos al kilogramo, como papel.
Nuestras neuronas perdidas se fueron para siempre. Pero con los recuerdos de mamá, aunque lo que se perdió perdido está, el proceso puede detenerse.
Mamá dijo que se le acercan muchos zalameros que le dicen que ya va a ver la fiesta de cumpleaños que le están preparando. No les cree nada. No sabe qué va a ver. Lo que sí ve es lo que está pasando con unas cositas que nos recomendó tanto que le guardáramos. No valían mucho, pero les tenía cariño por los recuerdos felices que le traían. Y dijo que no le respetamos el pedido. Unos desagradecidos.
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