Europa, a la altura de las circunstancias
Los recientes atentados de París, que llevaron un claro mensaje contra la libertad de expresión y los sellos del antisemitismo y del fundamentalismo, han desencadenado un movimiento de unidad sin precedente en el marco de la diversidad y de la convivencia multicultural e interreligiosa como ejercicios de libertad y respeto. Ese movimiento representó un pronunciamiento inequívoco contra el terrorismo reducido a la delincuencia, carente de verdaderos valores políticos y religiosos.
En la mayor demostración realizada en París desde la liberación de la capital francesa de la ocupación nazi, con los más de 60 líderes mundiales a la cabeza allí reunidos, se envió un claro mensaje de los ciudadanos de la democracia y de otros países que técnicamente no lo son: las sociedades no son indiferentes a la cultura de la violencia.
Esta imagen está bien lejos de la Europa estereotipada de los últimos tiempos, acusada de ser una sociedad vieja, sin reacción, anquilosada, decadente y temerosa. Por el contrario, está bien viva y demostró que es capaz de movilizarse y movilizar a sus dirigentes a los fines de defender sus valores esenciales frente al embate del terrorismo y su proyecto totalitario. La sociedad europea, como en los grandes momentos históricos, demostró estar a la altura de las circunstancias cuando sus valores supremos son amenazados.
Actos de terrorismo como el que se perpetró contra la revista satírica Charlie Hebdo y sus integrantes no sólo constituyen una amenaza a la paz y seguridad internacionales, sino que son también una amenaza a la vida y dignidad humana, a la estabilidad y consolidación de la democracia y al desarrollo socioeconómico de las naciones y sus pueblos.
Es imprescindible reafirmar y mejorar, sobre la base de la cooperación internacional, la política de seguridad basada en la interdependencia de los tres pilares del sistema de Naciones Unidas en la lucha contra el terrorismo: paz y seguridad, desarrollo y respeto a los derechos humanos.
Al mismo tiempo, la inclusión social y el desarrollo inclusivo de los pueblos son factores relevantes para la preservación de la paz y seguridad internacionales. Un ambiente de marginalización y discriminación será siempre caldo de cultivo para el reclutamiento de jóvenes que serán inducidos a la radicalización y el odio.
Pero la política de seguridad, a todas luces necesaria, depende también de las enseñanzas y formación religiosas. Frente a esos grupos dominados por una mentalidad integrista y fundamentalista es esencial no confundir el radicalismo religioso con la religión musulmana; así lo han solicitado por su parte los líderes más prominentes de esa confesión en numerosos países del mundo, debiendo destacarse que lo han expresado con especial énfasis en la Argentina.
Es importante que ellos y la inmensa mayoría de la comunidad musulmana logren aislar a los elementos radicalizados, enrolados en el extremismo violento de los conflictos que afligen actualmente a la comunidad internacional.
El autor es diplomático y miembro del Servicio Exterior de la Nación
José Néstor Ureta