Evitar embarazos no deseados
Está en ciernes la definición de la ley de aborto. Creo que, en dos sentidos diferentes, el aborto es una tragedia. En primer lugar, porque todos tienen algo de razón, aunque desgraciadamente sean razones incompatibles.
Creo que es incontrovertible que hay vida desde el momento de la concepción, y esto puede significar un núcleo sagrado. Más aún, es vida que, por decir así, ya tiene cara, pues al estar echados los dados de su bagaje genético, tiene definidos no solo sus rasgos físicos, sino también la semilla de su personalidad. Y esta vida librada a su curso natural, e interactuando con el medio familiar, social y cultural, será una persona concreta. Si el aborto la trunca, es en un segundo sentido también una tragedia, diría que metafísica. No obstante, asimilar llanamente ese germen a una persona hecha parece abusivo.
Pero esa vida no es un mero huésped del vientre que la alberga, sino, deseada o no, es carne de la carne y la fusión de las personas de los progenitores. Tener un hijo es algo mucho más profundo y complejo que el hecho físico. El deseo de ser parte de ese otro ser junto con esa pareja, así como de hacerse responsables de haberlo echado al mundo, también puede constituir otro núcleo sagrado. En el caso más feliz, es la excelsa culminación del amor y de la unión entre los padres.
El problema surge cuando las circunstancias son otras. Tomando un ejemplo extremo, no se puede desestimar la repugnancia que ha de tener una mujer de engendrar y ser parte de un hijo junto con quien la violó, al que tiene todo el derecho de considerar moralmente execrable y odiar sin atenuantes. Hay muchos otros casos que, aunque no sean tan graves, también vulneran este segundo núcleo.
En todos los casos un embarazo no querido es un problema triste, espinoso y serio, sin soluciones fáciles; simplificarlo, levantando barricadas conceptuales, no ayuda. El aborto no es una fiesta de los derechos de la mujer sobre su cuerpo, pero tampoco es lo mismo que un asesinato. El único punto de encuentro posible entre las posiciones opuestas sería ayudar a evitar que ocurran los embarazos indeseados. Y su prevención debería ser el objetivo fundamental del Estado al respecto.
Para ello se debería empezar por reconocer que el sexo es una pulsión primordial y venturosa de la personalidad humana, que no se agota en el cometido de engendrar hijos. Reducirlo a esto es querer tapar el sol con las manos, negando las abrumadoras realidades fisiológicas, psicológicas y culturales. En consecuencia, se debería implementar un completo y extenso programa de educación sexual desde la adolescencia incluida la contracepción, asesorando eficientemente y sin retaceos sobre los medios más adecuados. Es flagrantemente contradictorio e irresponsable y hasta hipócrita pretender combatir el aborto sin propiciar el uso de anticonceptivos para evitar el embarazo no deseado. Pero cuando este ocurre, la función del Estado debe ser dar contención integral y asesorar, con absoluta neutralidad, a la mujer o a la pareja sobre las alternativas de tener el hijo, darlo en adopción o abortar. Frente a lo intrincado y personal de la encrucijada, lo más atinado es reconocer que la decisión corresponde a la esfera de la conciencia de quienes la afrontan, sin pretender usurparles su responsabilidad. Si optasen por tener el hijo, ayudarlos y contenerlos, sea a la pareja o a la mujer sola. Si optasen por darlo en adopción, agilizar y humanizar el trámite y acompañar entretanto. Y si se optase por abortar, brindarles la posibilidad de hacerlo legal y asépticamente, sin los riesgos y el bochorno de la clandestinidad.
Obviamente ningún médico ni institución deberían hacerlo contrariando su conciencia.
Esta ley no debería limitarse a legalizar o no el aborto, sino principalmente a tratar de evitar esa circunstancia, disponiendo la implementación de un programa integral para evitar el embarazo indeseado.
Socio del Club Político Argentino
Enrique Kleppe