Fernando Straface: "El desafío para 2015 es mostrar la complejidad que tendrá hacer algunos cambios en el país"
El director ejecutivo de Cippec advierte que desde 2001 la sociedad prefiere políticos que proponen “soluciones simples” y pide en cambio una agenda para el largo plazo
Mientras la Presidenta habla por primera vez de la "herencia" para el próximo gobierno, y la presentación oficial del Frente Amplio-UNEN empieza a delinear con más precisión el campo de los presidenciables para 2015, pensar la Argentina que viene parece reducirse al cálculo electoral. Para Fernando Straface, politólogo, cofundador y director ejecutivo desde 2010 del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), en cambio, "de cara a 2015, un desafío de liderazgo político es mostrar la complejidad que tendrá hacer algunos cambios en la Argentina".
Como un aporte en ese sentido, desde Cippec -una organización de la sociedad civil respetada e influyente en el diseño de políticas públicas, que en su última cena anual, hace 20 días, logró reunir a unas 1200 personas, entre ellas casi todos los presidenciables y las figuras centrales de la política y los negocios- trabaja en definir "las prioridades estratégicas para el desarrollo argentino". Calidad educativa, primera infancia, infraestructura y calidad institucional son los pilares sobre los que considera tendrán que trabajar los candidatos y sus partidos políticos. "Prefiero pensar en una convergencia de objetivos país por sobre una convergencia de los caminos y las opciones específicas de política para alcanzar esas metas", afirma, de cara a los acuerdos coyunturales que se discuten por estos días.
Straface reconoce avances en la economía, el empleo y el acceso a derechos en los años kirchneristas, pero también una deuda: "Todavía no hay en la Argentina bases sólidas para transformar ese crecimiento y esa inclusión en movilidad social".
-Cippec está impulsando prioridades estratégicas para 2015. ¿Qué buscan con esta iniciativa?
–De 2003 hacia acá, la Argentina tuvo unos cuantos años de buen crecimiento, los últimos un poco menos, pero crecimos. Creció el empleo, un grupo importante de gente recuperó umbrales mínimos de dignidad a partir de recuperar o ampliar derechos. Pero nos parece que, a pesar de este período, todavía no hay en la Argentina bases sólidas para transformar ese crecimiento y esa inclusión en movilidad social.
–¿Qué está fallando?
–La provisión de algunos bienes públicos que hacen que con tu trabajo tengas la expectativa de que tu vida y la de tus hijos sea sustancialmente mejor. Una ecuación que en la Argentina funcionó durante mucho tiempo. La decisión de enfocarnos en determinadas prioridades pasa por armar una agenda pública que sirva para recuperar la movilidad social y el progreso en la Argentina.
–¿En qué áreas se enfocan?
–Los cuatro temas son calidad institucional, calidad educativa, primera infancia e infraestructura. Todos ellos demandan acuerdos de largo plazo. Son cuestiones en las que el sistema político no tiene incentivos naturales para tratar en profundidad, porque los horizontes de expectativas de los políticos y de la propia sociedad están mucho más anclados en el corto plazo.
–El Gobierno, sin embargo, amplió la inversión en educación. ¿Qué resultados dejó?
–No se puede negar toda la inversión que hubo, que incluso es importante en términos comparativos con otros países, como tampoco algunos logros tangibles, como el aumento de la escolarización temprana. Pero tampoco se puede negar la tragedia que significa el deterioro de la calidad educativa. Y la Argentina se perdió todo este período de crecimiento y de condiciones más o menos positivas para poder encarar reformas. Hoy sólo el 30% de los chicos que empiezan la primaria terminan la secundaria en tiempo y forma. Sin duda se han puesto en discusión muchos factores que hacen a la provisión del bien público, pero no se ha analizado a fondo el impacto final de la educación: la calidad con la que vos salís del colegio como para encarar un camino de progreso individual, que es lo que va a llevar a romper la transmisión generacional de la pobreza.
–¿Los planes sociales tampoco han servido para contener a los chicos durante su primera infancia?
–Todavía un 30% de los chicos de 0 a 4 años nacen en la Argentina con desafíos en las condiciones del cuidado de la madre en el proceso de gestación. Y una vez que nacen están desprotegidos en términos de nutrición, estimulación temprana, condiciones generales de salud. Que te pase eso es una hipoteca para esos individuos y para el país que los alberga. El Estado nacional y algunos Estados provinciales han focalizado mucho en estos aspectos. Hay conciencia de la prioridad que representa, también por parte del sector privado. Pero el desafío aquí es de coordinación más que de posicionamiento.
–¿Qué proponen en materia de infraestructura?
–Aquí también tenemos años de mucha, pero mala inversión. En transporte, el Estado se dedicó a financiar la oferta a través de subsidios. Y no hubo un marco regulatorio que incentivara la asociación público-privada en términos de infraestructura. Tenemos que analizar qué transporte necesita el país y para qué modelo de producción. La Argentina basa demasiado el transporte de sus mercancías en camiones y rutas que empiezan a colapsar, y que además hacen aún hoy que todo termine saliendo por el puerto de Buenos Aires o el de Zárate. No nos olvidamos de la infraestructura vinculada a la energía. La explotación del petróleo y el gas no convencional de Vaca Muerta es una oportunidad única. Para concretarla, hay que desarrollar un marco regulatorio y contar con el capital humano necesario. Pero también nos debemos una explicación acerca de qué vamos a hacer con esos recursos extraordinarios. Vaca Muerta nos puede terminar convirtiendo en Nigeria o en Noruega, según el aprovechamiento que hagamos de esos recursos.
–¿Dónde estuvo la clase política todo este tiempo?
–Primero, hay que trabajar con la calidad institucional. La Argentina merece reflexionar y eventualmente avanzar en determinadas reformas. Hace mucho que promovemos la adopción de la boleta única en el sistema electoral, por ejemplo. Eso balancea bastante la cancha para que a la hora de la competencia, la oferta electoral le llegue a todo el mundo. Y que no se haga tan cuesta arriba para una opción por fuera del Estado. La reforma política que hubo en 2010 equilibró un poco más el reparto de los recursos para las campañas, sobre todo porque el Estado es quien reparte y lo hace equitativamente en el espectro audiovisual, que es el que mayor cantidad de recursos se lleva. Pero también hay toda una masa de recursos y publicidad asociada a la gestión del Gobierno que debería tener algún tipo de regulación. Hay una vocación de una parte importante del sistema político de empezar a poner sobre la mesa temas que demandan acuerdos de mediano plazo. Es esa idea de que la Argentina necesita una agenda que trascienda gobiernos. No necesariamente que genere uniformidad. Está muy bien que tengan opciones distintas para llegar al punto de convergencia con el resto. No hay que estar de acuerdo en todo.
–¿Y cómo se hace para que las diferencias no terminen rompiendo esos acuerdos sobre los grandes temas?
–Hay que sacar esas agendas de la coyuntura. Y hay que evitar las simplificaciones. La Argentina es muy pendular en sus opciones de política. Pasamos de la privatización del sistema de pensiones a su reestatización. Y esto es así porque en general hay poca trazabilidad en el debate de políticas. Se procesa poco lo que pasó como lección o información a tener en cuenta para lo que vamos a hacer. El año 2001 nos marcó como sociedad en términos de mostrarnos que debíamos preocuparnos por el aquí y ahora individual.
–Antes tampoco estábamos construyendo en otro sentido.
–Una democracia de partidos fuertes como fue la de 1983 tenía como protagonistas a partidos con una cosmovisión del mundo, con una ideología, que eran bastante más estables en torno a lo que le proponían a la sociedad. Y la sociedad se alineaba más o menos con esas visiones. Con la explosión de los partidos en 2001, esos marcos de referencia desaparecieron y aparecieron en escena muchos emprendedores políticos. Con la debilidad de los partidos, el debate político perdió ancla de referencia, se fragmentó, se volatilizó mucho más la aparición y desaparición de liderazgos… Y esto hizo que estos actores le propusieran a la sociedad cuestiones mucho más vinculadas a preocupaciones inmediatas de la opinión pública. Y que la sociedad se identificara con liderazgos que les presentan soluciones más simples, exentas de esfuerzo a mediano plazo. Políticos que les garanticen satisfacción inmediata. De cara a 2015, un desafío de liderazgo político es mostrar la complejidad que va a tener encarar algunos cambios en la Argentina.
–¿Quién está fijando hoy la agenda para 2015? ¿El Gobierno, la gente, los partidos políticos, los empresarios?
–En todo este tiempo, el Gobierno ha sido muy celoso de cuidar el manejo de la iniciativa política. Hoy la vuelve a poner en práctica para tratar de corregir algunas cuestiones que había que cambiar. Todavía creo que tiene la oportunidad, si bien no lo está haciendo completamente, de legarle al próximo gobierno una agenda, de allanar un poco el camino a quien venga. Sea de la línea del Gobierno, de otra línea del partido del Gobierno o de la oposición. Creo que le haría mucho bien a la estrategia de desarrollo de la Argentina que, en el período de transición larga que va de acá a 2015, el Gobierno enunciara algunos temas en que le hubiera gustado avanzar y no pudo, no quiso o no supo. Sería un gran signo de madurez.
–La Presidenta habló esta semana de la herencia que le deja a su sucesor. ¿Cómo evalúa esta herencia?
–En términos netos, de cuenta final, el país de 2015 va a lucir sustancialmente mejor que el de 2001. Sería necio negarlo. Especialmente en términos de cómo transitamos por períodos de crecimiento y de reinclusión, y también de empleo. Pero nos queda la sensación de que se podría haber aprovechado mejor este crecimiento para avanzar en reformas que hubieran hecho más sostenibles esos logros. Desaprovechamos períodos como el que se inicia con la victoria de 2011, cuando el Gobierno no sólo había sacado el 54% de los votos, sino que había tal nivel de fragmentación en la oposición que tenía la posibilidad de hacer lo que fuese. Ése era un momento ideal para avanzar.
–¿Y por qué no lo aprovechó?
–Tuvo una administración del stock de poder conseguido mucho más táctica que estratégica. Siguió pensando la gestión del poder casi desde una sensación de ser un gobierno débil y minoritario, como había sido Néstor Kirchner en sus orígenes, y no supo leer que ya había traspasado esas barreras y que era un gobierno que podía gobernar desde una posición de ascendencia mucho más importante que con la prepotencia del 54%.
–¿Es momento de una alianza transversal entre partidos?
–Prefiero pensar en una convergencia de objetivos país por sobre una convergencia de los caminos y las opciones específicas de política para alcanzar esas metas. Es una aspiración excesiva –y quizá no muy positiva– pedirles a los espacios políticos que piensen lo mismo sobre todos los temas. Así no se construye una agenda para el desarrollo de un país.
–¿Cuál fue el rol del tercer espacio, las ONG, durante estos 10 años de gobierno K? ¿Cambió en relación con el que tenían en los 90?
–Me gusta más hablar de sociedad civil, que es la definición más amplia de "ni Estado ni mercado". Sin duda, éstos fueron años de mucho protagonismo para la sociedad civil por distintas razones. Tres factores clave ensancharon su rol: el primero, la explosión de partidos en 2001, que dejó un sinnúmero de huérfanos de la política partidaria. También fue determinante el avance del Estado y de lo público, que generó un marco de mayor acción proactiva para la sociedad civil comparado con los 90, que fueron años más reactivos al avance del sector privado sobre algunas funciones del Estado. Y en tercer término, el rol de la Justicia como promotora y garante de derechos también ensanchó el rol de la sociedad civil.
–Pero ¿no cree que el Gobierno no siempre dio espacio a quienes, como las asociaciones de consumidores, por ejemplo, tenían otra mirada sobre la realidad?
–Si hay un acierto que tuvo el Gobierno en la construcción de la base de su poder político fue articular, integrándolos a su coalición de poder, esta importante porción de los movimientos sociales y actores de la sociedad civil que se habían conformado tras la crisis de 2001. Desde el Cippec, hemos planteado muchas veces diferencias con el Gobierno y nunca tuvimos ninguna represalia ni para callarnos ni para producirnos un daño. Pero también es cierto que el Gobierno siempre fue muy celoso en sostener la iniciativa en determinadas cuestiones, y receló a otras tantas instituciones y organizaciones de la sociedad civil que le marcaban diferencias. Y muchas veces el tono podría haber sido de más intercambio y de menos descalificación.
UN FUTURO POSIBLE
–¿Ve en los precandidatos presidenciales una vocación de dar un debate constructivo?
–Veo dos factores por la positiva: tenemos mucho diálogo con los presidenciables. Con todos. Y anida en ellos la convicción de que llegar al gobierno no es solamente un problema de conseguir los votos, sino que también hay que prefigurar una agenda para gobernar y cómo vas a constituir tu poder en relación con esa agenda. Noto, además, una preocupación real -especialmente de los presidenciables que no están vinculados al Gobierno- por constituir equipos para el día que lleguen, equipos con conocimientos específicos según los temas. Esa manía intuitiva de la vieja política de que podés poner a cualquiera mientras tenga lealtad política, convicción ideológica e intuición política fue. Lo que me gustaría es que estos dirigentes con aspiraciones presidenciales, además de tener agenda y equipo, inviertan más tiempo individual en su propia formación. Y para eso éste es un año clave, porque el próximo van a estar juntando votos. Considero también que ha llegado el momento de que se animen a debatir públicamente, que es una demanda de la sociedad que ellos nunca han satisfecho. Siempre primó la discreción política.
MANO A MANO
La educación como ascensor social
Aunque le cueste explicar en la puerta del colegio de sus hijos de qué trabaja, con su título de licenciado en Ciencias Políticas de la Universidad del Salvador y el de magíster en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard, fue el primero en graduarse en una universidad en su familia. "Soy el primer graduado universitario tanto del lado de mi padre como de mi madre. Mis viejos tenían la seguridad de que si me mandaban por el camino de la educación tenía un destino superador del que habían tenido ellos. Por eso me preocupa que hoy la educación no está funcionando como ascensor social", explica Straface, de 40 años, hijo de una maestra y de un comerciante de Parque Chas, que entre 2003 y 2008 trabajó en el BID, en Washington. Quizá por eso al mayor de sus dos hijos ya le propuso un listado de cinco carreras clave: arquitectura, ingeniería, medicina, matemáticas y derecho. Cualquier especialización se puede lograr en un posgrado, asegura. En las oficinas de Cippec, casi frente al Congreso, Straface no esquivó definiciones, pero hizo equilibrio en algunas respuestas en atención a una de las máximas de ese organismo, que cofundó en 2000: "Hacer de la moderación una política".