Fervores de dos melómanos
No se trataron, a pesar de que ambos frecuentaban el ambiente musical de Buenos Aires y de que sus nombres eran muy conocidos en ese círculo. Habría de unirlos, sin que ellos lo sospecharan, una herencia cultural en busca de heredero.
Guillermo Jorge Gallardo era hermano de Sara, la autora de Eisejuaz y Los galgos, los galgos, y tataranieto del general Mitre, fundador de este diario. A Guillermo todos lo llamaban Gui. Fue un apreciado bajo-barítono que falleció en octubre de 2018, a los 88 años. Tuvo una carrera internacional. Actuó en el Teatro Colón, en la Opéra Comique de París, en salas teatrales y de concierto de Holanda y Alemania, donde vivió. Era muy buen actor. Hablaba el francés, el italiano, el alemán y el inglés sin acento.
Jérôme Savary, director franco-argentino, supo utilizar esas destrezas cuando creó Le Grand Cirque Magique, cabaret de vanguardia que tuvo su apogeo en París en la década de 1970. Gui estaba entre los fundadores de ese grupo. Era un excelente cantante de cámara, especializado en el repertorio francés del siglo XIX y de principios del XX. A mediados de la década de 1980, volvió a Buenos Aires y continuó cantando. Su último papel, en 2006, fue como el Heraldo de Kaiser von Atlantis, de Viktor Ullmann, en la Opéra Comique, en una puesta de Marcelo Lombardero.
Víctor Fernández, el otro personaje clave de esta historia, nació mucho después de Gui, en 1958. No ha tenido una trayectoria de artista, pero sí de crítico y de agudo espectador. Forma parte de esa legión de adoradores de la música cuyo sentido de la vida está centrado en la admiración y el estudio de los grandes compositores e intérpretes sin buscar provecho económico.
Es el dueño de la paragüería Víctor, de Boedo, fundada por su padre, un artesano que le puso al negocio el nombre de su hijo. Desde muy chico, frecuentó el Colón y poco a poco guardó en su memoria la pequeña historia del Teatro contada por las generaciones anteriores.
En la red, Víctor tiene la página www.avantialui.org, que brinda información diaria sobre las actividades musicales durante todo el año. El visitante hallará además un diccionario biográfico de artistas y otro, de argumentos de ópera. También publicó en muy buenas ediciones sus libros Efemérides musicales V1.0 y Memoria musical 2017.
Las nuevas tecnologías dotaron a Víctor de un atributo mágico: el dominio del mundo digital. Sergio Renán, convertido en director del Colón (1989-1996), le encargó a este que recolectara información en la red sobre óperas, conciertos y ballet en los escenarios de todo el mundo para organizar una base de datos sobre los intérpretes consagrados y los nuevos valores. Víctor amplió la red de correo electrónico del Teatro y también se ocupó de la página web.
Cuando Gui murió, dejó en su casa de Parque Chacabuco una biblioteca considerable, pilas de discos de vinilo y programas del Colón. Su sobrino Sebastián Álvarez Murena, hijo de Sara Gallardo y Héctor A. Murena, que vive en Roma, trató de donar aquellas colecciones a una institución cultural argentina. Ninguna aceptó el ofrecimiento.
El martes de la semana pasada, Sebastián me envió un mensaje de WhatsApp desde Milán en el que me preguntaba si a Víctor Fernández, del que yo le había hablado como ejemplo de fervor musical, no le interesaría recibir ese material. Los puse en contacto. Resultado: durante el fin de semana, Víctor retiró de la casa de Gui una carrada de libros, discos de vinilo, casetes, DVD, etc. Con los programas, piensa hacer una página en la web para consultarlos. Con los vinilos, tiene la intención de organizar un servicio de préstamo que funcione a la manera de una biblioteca circulante. El legado encontró heredero y divulgador. La memoria de Gui estará viva.