Flamantes y viejas maniobras electorales
Hija de necesidades electorales perentorias, la política desnudó en el último mes sus carencias y trató de presentarlas como obras geniales de la imaginación. En el juego corto y hasta desesperado de los acuerdos de alianzas y candidaturas de último momento es imposible ocultar tantas debilidades.
Cada quien hizo lo imposible para vender de la mejor manera el resultado de esos pactos y hasta la consecuencia de los rompimientos de última hora.
Una cultura contaminada y compartida envuelve los pasos previos al punto de partida y de no retorno que implicarán, a mitad de esta semana, la inscripción de las alianzas electorales.
En nombre de la necesidad de garantizar un triunfo decisivo en la provincia de Buenos Aires, el oficialismo no se cuestionó ser al mismo tiempo juez y parte de una competencia electoral. Es verdad que cambiar las reglas en beneficio propio es una maniobra vieja y practicada por muchos otros gobiernos. El diferencial era dejar de hacerlo. Pero el macrismo habilitó la exploración de generar listas colectoras para la gobernadora María Eugenia Vidal, una medida que un mes y medio atrás había prohibido con un decreto. Entonces no le convenía, pero luego sí. Como nadie está libre de pecados, nadie puede tirar la primera piedra. La decadencia también puede explicarse por cómo cada uno plantea su propia ventaja.
En la maniobra de las colectoras el oficialismo muestra su fragilidad frente al kirchnerismo en un territorio clave. Y busca socios en una escala que incluye a opositores afines hasta adversarios cambiantes que hace tiempo se alejaron.
Los actos no coinciden con las palabras, aquí y allá. Hace poco, el radicalismo reunió a su convención nacional para una catarsis contra sus socios del PRO que ejercen el mando en la coalición que integran. Al final de una serie de discursos enérgicos entre algún que otro mensaje conciliador, una abrumadora mayoría de convencionales reafirmó su pertenencia a Cambiemos. Los radicales parecían querer irse de ese frente electoral, pero descubrieron que no tenían a qué lugar migrar. Gritaron y un poco y se quedaron.
A mediados de mayo, Cristina sorprendió a todos con un video en el que resignó su candidatura presidencial, eligió en su lugar a quien más la había criticado luego de irse del gobierno y abrazó al peronismo de los gobernadores que la habían poco menos que despreciado. La candidatura sorpresa de Alberto Fernández encandiló a muchos que no pudieron ver en esa jugada el reconocimiento de las debilidades de Cristina y, a la vez, la generación de una hipótesis de gobernabilidad con un doble comando que tiene conocidos y funestos antecedentes.
Como piezas de un viejo dominó, el peronismo federal se esfumó en tantos pedazos como tenía. No llegó a ser un acuerdo serio, sino apenas una reunión de necesidades diferentes. Juan Schiaretti estrenó un liderazgo que le duró 10 días, Sergio Massa negoció con todos, Roberto Lavagna no quiso hablar con ninguno y Juan Manuel Urtubey se quedó a esperar que llegue el futuro. Unos terminaron con Cristina, otros se acercaron a Cambiemos y todos favorecieron el afianzamiento del sistema bipolar de la Argentina.