Toque de queda
Podría ser una imagen triste. Debería serlo: una ciudad vacía, un perro solo, el desamparo que siempre se intuye cuando un animal gregario deambula sin grey. La luz, su tinte acaramelado, lo artificial del color nocturno, hacen la diferencia. Disuelven la desolación en una vaga, enigmática, melancolía. Estas calles seguramente silenciosas, tránsito de su plaza central, pertenecen a Pristina, capital de Kosovo. Un nombre que de por sí evoca imágenes terribles, recuerdos de un desgarro que, aunque ya no sangrante, continúa. Entonces, como superpuesto a tantas capas de difícil resiliencia, a la ciudad que conoció la guerra, los bombardeos, y que hoy transita el difícil estatus de territorio en disputa, le llegó el virus. Y el toque de queda que, a partir de la hora en que se pone el sol, aquieta la urbe y se la ofrece a los más solos entre los solos.