Felicidad en lila
La magia de una foto puede ser el lila inconmensurable de un campo de lavanda. Pero también el hallazgo de un punto de vista. Miren si no al trío que avanza, directo y feliz, a encontrarse de frente con nuestros ojos. Primero el perro, tal vez el más afortunado, sumergido por entero en la fragancia violácea y tenue del campo. Luego la mujer, con algo de valkiria descendida al fragor de la vida común y silvestre de los mortales. Y tras ella el hombre, apenas visible en la línea recta del camino. Son dichosos, ellos tres y el resto de las personas que deambulan por entre las lavandas en flor de una granja de Ickleford, en Gran Bretaña. Diríanse a salvo de pestes, barbijos y temores. Resguardados, sobre todo, del tic-tac frenético que, con virus o sin él, marca los días, las horas y el devenir grisáceo –tan distinto de la gloriosa paleta que ilumina esta foto– de buena parte del planeta