Gaby vs. la maldición de los vices
Entre audiencia y audiencia, Gabriela Michetti cruza llamados con su hijo Lautaro, aquejado por un persistente desarreglo estomacal que trajo de su viaje a la República Dominicana adonde la acompañó a la asunción presidencial de Danilo Medina. Ser madre sigue siendo, claro, más importante que estar en segundo lugar en la línea de la sucesión presidencial.
La vicepresidencia en la Argentina es un puesto institucional extraño, solitario , algo desconectado y con pronóstico reservado para quienes se le atreven. Su sola presencia suele fastidiar a los mandatarios hegemónicos, de corte napoleónico, que son lo que más huella suelen dejar en la historia.
Desde el vice de Marcelo T. de Alvear, Elpidio González, que tras su mandato vendía ballenitas y anilina en Plaza de Mayo, hasta Amado Boudou , que pronto afrontará un juicio oral por corrupción, el cargo que pivotea entre dos poderes del Estado -en el Ejecutivo, representa al Presidente en su ausencia y lo reemplaza definitivamente en caso de renuncia o muerte, y en el Legislativo, preside el Senado- tiene sus cornisas peligrosas.
Lo empezó a comprobar en carne propia la actual vicepresidenta, Gabriela Michetti. Desde que se supo que había sufrido un robo de dinero en su domicilio particular por parte de uno de sus custodios, según se desprende de la investigación de la Policía Metropolitana, el kirchnerismo más recalcitrante insiste en correrla de su lugar de víctima para, en cambio, ponerla bajo la lupa de la sospecha en la procedencia y manejo de esos fondos.
El episodio en sí, con todas sus derivaciones e implicancias llevó a la Justicia a abrir una causa. Pero en paralelo, hay un trabajo de demolición in crescendo que se viene haciendo muy sistemáticamente sobre su figura en las redes sociales y en el aparato residual de comunicación del kirchnerismo. Hasta se diría que tiene un patrón parecido al que contribuyó a empujar de su cargo a Darío Lopérfido y a la incesante lluvia de meteoritos mediáticos que se precipita sobre el ministro de Energía, Juan José Aranguren antes, durante y después de los fallidos tarifazos abortados por la Corte. Se trata de una misma estrategia: pegar muy cerca del presidente Mauricio Macri con el fin de debilitar su gobernabilidad.
Para colmo se sumó a esa acción psicológica algo más desagradable para amedrentarla: la amenaza de muerte que le dejaron grabada en el contestador telefónico hace unos días.
A Michetti hasta la han mortificado al distorsionar dichos de su empleada doméstica, pero si logra pasar airosa el mal momento saldrá fortalecida. No sería la primera vez. Antes, la actual vice afrontó desafíos intensos y los superó: fue la primera mujer que, viniendo de otro palo ideológico, se acercó y "ablandó" el perfil de Macri en los inicios de Pro.
Cuando esa agrupación se empezó a poblar de otras mujeres que se fueron destacando por sus propios méritos, ella le sacó músculos a su partido forzando una interna en la ciudad que el propio Macri no quería. Terminó resultando algo bastante saludable porque ejercitó la gimnasia democrática interna y, producto de la misma, obligó a los medios de comunicación a prestarle más atención y espacio a esa batalla entre pares, en la que le tocó perder, con una ayudita del mismísimo Macri, que se inclinó hacia su competidor (el actual jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta).
Tal vez por eso, la causa que le toca enfrentar sea lo mejor que le puede pasar si ante la Justicia explica supuestas inconsistencias y deja a salvo su buen nombre y honor, ahora expuesto a los salivazos que le lanzan los fanatizados del gobierno anterior, al hacer forzados paralelismos con la bolsa de dinero de Felisa Miceli y, peor todavía, con los bolsos con millones de dólares que José López llevó al convento. Y que también la cuestionan porque su novio tuvo acuerdos comerciales con el gobierno porteño o porque tendría contratadas a parejas de connotados periodistas.
Los dos anteriores vices (Boudou y Cobos), por razones bien distintas entre sí, se quedaron sin espacio en la Casa Rosada. Michetti, en cambio, ocupa tres veces por semana el que fuera despacho presidencial hasta los años 40. Salón Blanco de por medio, del otro lado, atiende el presidente Macri con quien comparte diariamente las reuniones de coordinación política y con el que suele comer a solas cada 15 días.
A diferencia de los que se empecinan en un tipo de comunicación más fría e insuficiente, la vicepresidenta es una vocera nata del Gobierno, habitué de los programas de TV, aun en estos tiempos en los que tiene que responder tantas preguntas incómodas y de orden personal. También está a gusto, a pesar de los esfuerzos que implican, con los viajes internacionales en busca de inversiones. Por eso prepara una cumbre de vicepresidentas y cancilleres latinaomericanas, y está entusiasmada con la restauración integral del Senado.
A Perón, tras su caída en 1955, lo traicionó su vice, Alberto Tessaire; a Frondizi, Alejandro Gómez le renunció al medio año de asumir y a De la Rúa, el alejamiento de Chacho Álvarez precipitó el fin de la Alianza. Los sucesivos vices de Menem, Duhalde y Ruckauf, se refugiaron en La Plata. Gabriela Michetti pretende darle relevancia a su cargo y trabajar, como lo viene haciendo, estrechamente con el Presidente. Si se sostiene hasta 2019 habrá sabido conjurar la "maldición" de los vices.
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