Ganar para consumir: el ahorro de los pobres
Las decisiones de gasto de los hogares de nivel económico bajo responden a la falta de acceso a los bancos, la inflación y la incertidumbre
Sonia tiene 44 años, tres hijos y trabaja haciendo changas. Vive en una casilla de una pieza en Los Piletones, en la ciudad de Buenos Aires. Con gran esfuerzo, a veces Sonia ahorra algo de dinero para su sueño: construir un nuevo cuarto para su hija mayor y su hijo que está en camino. Guarda sus ahorros en un frasco. Pero a veces se olvida de ahorrar y otras no puede evitar usar el dinero para comprar cosas para ella y sus hijos. Para hacer frente a ese ladrón silencioso que es la inflación, Sonia a veces adquiere y acopia materiales de construcción en la puerta de su casa, pero el fruto de ese ahorro hormiga es víctima de pequeños hurtos y del deterioro causado por la intemperie. De vez en cuando, se ve obligada a revender su acopio para hacer frente a gastos inesperados (enfermedad, robos), o cuando la economía se enfría y las changas escasean.
Desalentada, Sonia piensa en pedir dinero al prestamista del barrio pero la disuade el temor por lo que pueda pasar con sus hijos en caso de no pagar los intereses usurarios. Pedir al banco tampoco es una opción: no tiene historia crediticia, garantías o ingresos estables. Y ahorrar en el banco lo es menos: el menú se limita a depósitos que pagan menos que la inflación, o a cuentas de ahorro que no pagan nada.
Sonia encapsula la historia de miles de hogares pobres sin instrumentos de ahorro. Siete de cada diez hogares pobres en la Argentina no tienen una cuenta y sólo el 14% accede al financiamiento bancario, según un estudio reciente de la UCA. Sin opciones para hacerlo, los hogares pobres no ahorran. Así, la mayor parte de la mejora del ingreso por el aumento del empleo, la formalización o los programas sociales se consumen, y se acumulan en manos de los proveedores de esos consumos. De ahí que una redistribución progresiva del ingreso puede coincidir, falta de ahorro mediante, con una mayor concentración de la riqueza.
La obra del último premio Nobel de Economía, el británico Angus Deaton, brinda claves para entender las decisiones de gasto de Sonia y para buscar soluciones para sus problemas de ahorro y vivienda. Deaton fue uno de los primeros en estudiar el ahorro en situaciones de restricciones de acceso al crédito e incertidumbre sobre las fuentes de ingreso, caso habitual en países en desarrollo como la Argentina.
Elección racional
Previamente, los economistas pensaban que las familias se comportaban de manera racional, suavizando las variaciones de consumo a lo largo del tiempo a través del recurso al crédito para compensar caídas previsibles en el ingreso. El trabajo de Deaton muestra que la decisión de Sonia de acopiar materiales (o, más en general, de ahorrar para no tener que ajustar el consumo cuando cae el ingreso) es la elección "racional" en un contexto de volatilidad laboral y ausencia de financiamiento como el que ella enfrenta.
Deaton también estudia las consecuencias de la "impaciencia" de Sonia ante la falta de opciones: el aumento del consumo presente a costa del ahorro (y del consumo futuro). Es que, si bien son racionales dadas sus restricciones, las decisiones de consumo de Sonia no son las mejores desde el punto de vista de su bienestar. La falta de ahorro (en este caso, de inversión en activos reales como la vivienda) no sólo reduce su calidad de vida futura, sino que no le permite aumentar la riqueza, y de esa manera, salir de la trampa de la pobreza y la dependencia.
Sobre la base del trabajo de Deaton y los hallazgos recientes de la economía del comportamiento -cruce entre la economía y la psicología experimental-, en Cippec desarrollamos un producto financiero diseñado para estimular el ahorro de los hogares de bajos recursos como el de Sonia: la Caja de Ahorro en Ladrillos, elegido recientemente como una de las once ideas más innovadoras para el desarrollo y el crecimiento inclusivo por la Universidad de Harvard y el World Economic Forum (WEF).
La Caja Ladrillo tiene esencialmente cuatro objetivos. Primero, reducir los costos administrativos de acceder y operar con una cuenta de ahorro a través del uso de la banca móvil. Segundo, proveer incentivos psicoeconómicos y financieros para mitigar los efectos de la impaciencia (la tentación o la urgencia de Sonia por usar su ahorro para otros fines más tangibles) y las distracciones (el olvido de Sonia de ahorrar parte de su ingreso). En particular, los clientes firman una carta compromiso que establece una meta de ahorro en un tiempo determinado para un fin específico como la mejora de la vivienda, en un depósito que paga una tasa de interés que proteja de la erosión de la inflación. Y, durante el período de ahorro, el banco envía mensajes de texto con estrategias y recordatorios para fortalecer el esfuerzo de ahorrar.
El tercer objetivo es facilitar una verdadera inclusión financiera. En caso de cumplir con la meta de ahorro, el banco otorga al cliente una línea de financiamiento exclusivamente destinada a la compra de insumos de construcción a través de una tarjeta de débito. De este modo, la Caja abre el acceso al crédito a hogares previamente excluidos ayudándolos a ahorrar e invertir "en ladrillos" en una institución financiera formal, y reemplazando el colchón o al usurero local.
Por último, la Caja Ladrillo promueve la autoconstrucción. Aunado a un programa de titulación, es una herramienta simple y fácilmente escalable para resolver un déficit habitacional creciente y en gran medida asociado a la proliferación de viviendas precarias pero reciclables.
Así, gracias al minucioso trabajo de expertos como Deaton, sabemos más sobre las restricciones reales que enfrentan los hogares y podemos diseñar soluciones innovadoras que contribuyan a la vez a la inclusión financiera y a mitigar el déficit habitacional.
Lucio Castro y Eduardo Levy Yeyati