Gente en la calle
Por Julio César Moreno Para LA NACION
Si la imagen que la Argentina está dando al mundo es la de piqueteros que bloquean calles, rompen vidrieras y atacan edificios públicos, habría que convenir que hay otras imágenes que no tuvieron demasiada trascendencia, ni en el exterior ni dentro del país. Una de éstas fue el desfile militar realizado en Córdoba el último 9 de Julio, que fue presenciado por más de doscientas mil personas a lo largo de veinte cuadras de una de las principales avenidas de la ciudad.
Y también habría que preguntarse qué es más importante, si cincuenta, quinientos o mil piqueteros en la calle o esas doscientas mil personas que se dieron cita para ver un desfile. La pregunta tiene sentido si se tiene en cuenta que uno de los fenómenos de las últimas décadas fue el divorcio entre las Fuerzas Armadas y la sociedad civil, y que por lo tanto no era frecuente que semejante cantidad de gente concurriera a los desfiles. Más aún, éstos ni se hacían.
De hecho, el único desfile militar importante que se hizo el último 9 de Julio fue el de Córdoba, con participación de efectivos del Regimiento Patricios y de los Granaderos a Caballo, además de tanques de Magdalena y unidades de alta montaña. La imponencia de ese desfile contrastó con los sucesos de Tucumán de ese día, cuando el presidente de la República no pudo hablar en el acto programado en la plaza principal, ya que ésta había sido copada por dos reducidos grupos de piqueteros que se trenzaron a palos.
Sin embargo, los medios de difusión nacionales y del exterior transmitieron poco y nada del desfile de Córdoba, y en cambio dieron mucho tiempo y espacio a los incidentes de Tucumán, lo que quiere decir que los piqueteros y los violentos están ganando una de las batallas más importantes: la de la propaganda, que encima les sale gratis.
Alguien podría argumentar que un desfile militar es un espectáculo más, al que la gente concurre como si fuera al circo o un rally, y algo de verdad hay en esta afirmación. Un desfile es un espectáculo, al que grandes y chicos concurren para entretenerse y divertirse, atraídos por la fanfarria de las bandas, los tambores mayores o la marcialidad de los cadetes que desfilan con el fusil al hombro.
Pero a nadie escapa que un desfile militar, un 9 de Julio y en este país, es algo más que un espectáculo. O que, en todo caso, es un espectáculo que tiene otro tipo de significaciones. Quizá sea apresurado hablar hoy de una reconciliación definitiva de las Fuerzas Armadas con la sociedad, pero algo de eso hay y está bien que así sea, pues los militares forman parte de la sociedad.
Hoy, la subordinación de las Fuerzas Armadas al poder civil y a las autoridades elegidas por el pueblo no está en discusión. Y además un desfile militar evoca -en tiempos de democracia- un concepto un tanto olvidado: el de unidad nacional. Porque también son tiempos de crisis, que requieren de la unidad y la solidaridad, además de políticas efectivas para superar esa crisis. Y a modo de conclusión, se podría arriesgar una hipótesis: es mejor que los militares no estén solos, que estén rodeados de pueblo. Es algo así como una garantía simbólica para que no sucedan ciertas cosas.
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