Gestos luminosos a la vera del río
Una obra de teatro “encapsulada” en un documental es también una vital celebración de la creatividad
Por suerte, abundan. Y cada tanto nos salen al paso. Me refiero a esas obras –sean del formato que sean- que más que obras parecen gestos. Acciones luminosas, una mano tendida a la distancia, una voz que recuerda que las brumas no suelen ser omnipresentes.
Por estos días en que la Segunda Ola anuncia el más temido déjà vu tuve la oportunidad de ver Lo que el río hace. El documental, película que formó parte del reciente Bafici. Y ahí estaban: la frescura y la gracia, la ternura y algo así como un empecinamiento festivo, una apuesta a seguir creando contra viento, marea y virus varios.
Lo que el río hace es una obra de teatro creada por las hermanas María y Paula Marull, que iba a estrenarse en 2020 en el Teatro San Martín. Pero el año pasado ocurrió lo que ya sabemos y no hubo estreno. Lo que hubo, en cambio, fue una contrapropuesta: generar un proyecto audiovisual a partir de la obra, que pudiera incorporarse al ciclo Modos Híbridos del Completo Teatral Buenos Aires. Y entonces nació el documental, que es una suerte de diario, una obra de teatro encapsulada dentro de una película; una encantadora invitación a atisbar el proceso creativo de un grupo de personas en medio de los meses eternos del ASPO.
De hecho, Lo que el río hace. El documental (https://vivamoscultura.buenosaires.gob.ar/?contenido=2467-lo-que-el-rio-hace-el-documental) comienza así, con los primeros anuncios de la cuarentena y un zoom, el primero entre los muchos en los que autoras, actrices, actores y técnicos se encontrarían para ir dando forma a la película-obra teatral.
Ante todo, se agradece el humor. En las capturas de las videoconferencias emerge el desconcierto, la imagen congelada del que se quedó repentinamente sin internet, la alegría de estar viéndose al menos por esa vía, el llamado a algún que otro hijo –niños en escolaridad primaria, nativos entre los nativos digitales– cuando la computadora, ese artefacto del demonio, se pone demasiado distante.
En la obra de teatro las hermanas Marull ubican una historia de reencuentros y búsqueda personal en Esquina, una ciudad correntina. Para ellas no es cualquier ciudad, sino el lugar que marcó su infancia. Y los ríos Corrientes y Paraná, además de los protagonistas de los mejores veranos de su vida son hoy –y de eso trata también la obra– motivos para pensar en otra relación con el paso del tiempo, las exigencias, el sentido mismo de lo que hacemos o intentamos hacer.
La virtualidad les permite “viajar” a Esquina y entrevistar a varios de los vecinos que inspiran personajes de la obra; algunas imágenes de archivo indagan en el paisaje y el sabor de la ciudad; el chamamé se hace escuchar y marca el ritmo; actores y actrices ensayan, despuntan algún mate, se ríen frente a la cámara. El documental es una fiesta que se hace más intensa cuando –protocolos mediante– el equipo filma el montaje de la obra en el Teatro San Martín.
Magia del escenario: una escena recrea una salida de pesca. Un bote, las luces que remedan un azul de amanecer, los metros y metros de un plástico movedizo que allí, en el espacio de la sala teatral, es la marea honda de un río del litoral.
Aguijón de la nostalgia: las cámaras del documental siguen a los actores por los pasillos del San Martín; registran al pasar los murales de Seoane, las escalinatas y las salas que, cómo no reconocerlo, se extrañan demasiado.
Con todo, no hay un atisbo de melancolía en esta película que es puro impulso vital. “El río arma y desarma cuando él quiere”, comenta, tranquilo y ante las cámaras, un pescador de Esquina. Y ahí reside la clave del film, en ese saberse pequeños ante una existencia que nos desborda por los cuatros costados. Pero aún así, pequeños y todo, entregados al curso de unas aguas que no dependen de la voluntad humana, saber que es nuestra la gracia del hacer, de la risa y de las mil formas del despliegue amoroso.