Grietas en el Cono Sur
La Argentina vuelve a hacer default: ahora, con los pactos de integración energética suscriptos en su momento con Chile
El proyecto de una integración política y económica sólo puede consolidarse a través de la coherencia en el comportamiento. Tal disposición del espíritu no es otra que la confianza encaminada hacia la paz y el consenso. Tal vez valdría la pena recordar que gracias a ese radical cambio en la mirada de los hombres de Estado, una parte de Europa dejó de ser un territorio asolado por la guerra para convertirse en una comunidad de naciones pacíficas. Este trámite no fue fácil. Exigió un talento muy especial para diseñar nuevas políticas, pero sobre todo demandó que los gobernantes asumieran la virtud de ser artífices de la confianza.
En este mes que concluye, las cosas no han marchado bien en el Cono Sur en esa materia, precisamente porque uno de los principales responsables de este desajuste ha sido la Argentina. La historia se repite con insistencia. En el último quinquenio, nuestro país ha hecho default por todas partes: los gobiernos lo hicieron con sus ciudadanos y con aquellos inversionistas del exterior que confiaron en nuestras promesas de pago; ahora, el gobierno en funciones lo hace con los pactos de integración energética que, en su momento, suscribimos con Chile.
Siempre hay excusas para justificar el trayecto que conduce de la confianza a la desconfianza. Se podrá alegar que los bonistas en default jugaron con su codicia ignorando adrede el peligro derivado de cobrar altas tasas de interés, o que nuestro gobierno, ante la inminencia de una crisis energética, tenía que cortar los suministros de gas a Chile, por aquello de que la caridad bien entendida comienza por casa. Sobran, pues, las explicaciones. La cuestión reside en saber por qué algunos países sobreviven enredados en sus propias excusas y otros, no.
Resulta obvio advertir que la Argentina pertenece a la primera categoría de países. Estas incoherencias en la conducta regional revelan no sólo que el uso de la confianza hace las veces de un valor meramente instrumental, sino que las tan mentadas políticas de Estado devienen en un ejercicio de pura retórica. Palabras vibrantes, enfáticos llamados a la unidad de América latina, referencias sin fin al designio continental de nuestros libertadores: ¿dónde están los hechos que respaldan esas voces?, ¿dónde la voluntad para construir un complejo edificio de a poco, mediante pasos sucesivos que no socaven lo que ya hemos adquirido?
Desde hace veinte años, la Argentina definió su inserción regional en el Mercosur, elevándola al rango de una política de Estado. Esta concepción de la paz en democracia y de la integración económica se articuló en tres círculos concéntricos: en el centro se pactaron relaciones fuertes con los países del Mercosur (Brasil, Uruguay y Paraguay); en el segundo círculo se acrecentaron las relaciones con los países asociados a este emprendimiento (Chile y Bolivia); y por fin, en un tercer círculo, se expandieron los vínculos en el sistema interamericano, en el que, desde luego, sobresale el papel de los Estados Unidos.
Tan sólidas fueron esas redes de cooperación que, aun en el apogeo de las "relaciones carnales" con los Estados Unidos durante la década pasada, la integración en el Cono Sur se acentuó constantemente. La proximidad geográfica de la Argentina con sus vecinos tuvo tanta relevancia al respecto como el crecimiento que, en breve lapso, tuvieron nuestros recursos energéticos de gas y petróleo. Con una visión de largo plazo, la Argentina pasó a tener en sus manos la llave del consumo energético de Chile y Uruguay.
Hoy la visión persiste, pero la política poco hace para acompañarla. Basta con señalar que el estancamiento en la producción de gas frente a una demanda creciente remeda, admitiendo una variación terminológica, el título de un relato de Gabriel García Márquez: ésta es, en efecto, la "crónica de una crisis anunciada". ¿Se creyó acaso que el atraso de las tarifas del gas y su irrisorio precio no iban a desembocar en este cuello de botella? Como siempre, al igual que con la crisis de seguridad, nuestros gobernantes y miembros del poder judicial no se anticipan y prosiguen su acción a remolque de los acontecimientos (un amparo concedido por un juez impidió que las tarifas se modificaran, según había recomendado el ministro de Economía a finales del año último).
Por otra parte, esta situación se complica debido a que los conflictos limítrofes siguen haciendo de las suyas. En un contexto de integración maduro, la provisión de gas por parte de Bolivia (otro fuerte proveedor en el Cono Sur) podría acarrear consecuencias positivas para la Argentina y para Chile; en un contexto inmaduro (el que actualmente soportamos), la decisión de enviar gas a la Argentina, según la cláusula suspensiva de que Chile no debe recibirlo, favorece a un socio y perjudica a otro. Un ejemplo más que nos muestra cómo el recelo sigue prevaleciendo sobre la confianza. Una eficaz resolución de los conflictos limítrofes es la condición necesaria para que la integración coseche más solidaridad entre las naciones intervinientes.
Lamentablemente, si bien la Argentina y Chile han resuelto todos los problemas territoriales pendientes, el impacto negativo de un estilo apegado a la confrontación (que ya se había manifestado hacia Uruguay) y la manía de precipitar las decisiones han inyectado en la complicada trama de la confianza nuevas dificultades. En política exterior, como en cualquier acción humana, no hay condición necesaria sin condición suficiente. Lo cual, dicho en buen romance, significa que no se puede dejar a un socio en la estacada cuando las papas queman.
Rehacer la confianza con Chile ha demandado a ambas naciones tiempo y esfuerzo. Es comprensible el desencanto del presidente Ricardo Lagos al comprobar la brusca erosión de una voluntad integradora que, junto con nuestros presidentes anteriores, compartieron Patricio Aylwin y Eduardo Frei. Se comprueba de este modo la ausencia de una virtud central en el desenvolvimiento de las relaciones internacionales: jamás hay que dejar de lado la atención debida a los pactos entre países que buscan hermanar su destino y nunca debe relegarse a un segundo plano una evaluación acerca de las consecuencias de las decisiones políticas. Si se abandonan estos presupuestos por impericia o prepotencia, los retrocesos en las relaciones serán contados en años y no en días, como ingenuamente algún funcionario de mirada corta pudiese llegar a creer.
Poco tiempo después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Konrad Adenauer, uno de los reconstructores de Alemania, dijo lo siguiente: "Nosotros, los alemanes, hemos creído durante cincuenta años que estábamos por encima de Europa; ahora nos tocan cincuenta años de sabernos muy por debajo". No afirmemos, al influjo de alguna inclinación morbosa, que la Argentina debe purgar una culpa comparable. Sería una apreciación injusta y, además, imperdonable. Reconozcamos, sin embargo, que aún cargamos el fardo de sentirnos superiores a los países que nos rodean en el curso de un período comparable.
Las enseñanzas emergentes de una larga declinación y de una necesaria introspección acerca de nuestros logros y fracasos nos ayudaron a tomar conciencia de que nuestro lugar en el mundo está indisolublemente unido a las sociedades limítrofes. No estaremos por debajo de ellas, pero, a no dudarlo, tampoco estamos ubicados en un nivel superior. Nuestro propósito, al cabo de tantas idas y venidas, es el de una honesta horizontalidad en el Cono Sur. Si ello es así, no es posible que una política que parece marchar a los saltos, impulsada por reacciones, enturbie ese camino deseable. Estamos a tiempo de rectificar el rumbo, siempre y cuando se acepte con modestia que uno de los peores errores consiste en no admitir los propios.