Por la ciudad. Guerra de guerrillas
La luna de miel concluye; entre las palabras dulces se intercalan, cada vez con más frecuencia, otras del lenguaje prosaico y entre éstas comienzan a aparecer algunas de tono áspero.
Esto es lo que está sucediendo en Buenos Aires; de a poco y casi sin que fuese notado, se han ido esfumando esas gratas pláticas sobre participación, autonomía, consejos vecinales, consenso, ciudad para todos, promoción de espacios verdes, plan cultural y bicisendas. No es que esos asuntos hayan sido dejados de lado, pues se trabaja en ellos. Sólo que ya no interesan sino a algunos desocupados, dicho sea esto no en el sentido laboral.
Bastaron algunas fricciones y chisporroteos comiteriles para que el cariz de los enfoques y de los ánimos cambiase sustancialmente. En ese trance, una lluvia copiosa puso contra las cuerdas a autoridades en verdad inocentes de los perjuicios sobrevenidos: era que ya había surgido la aguardada prevalencia de la política, de la política de veras, entendida como esfuerzo por alcanzar el poder y como la desgastante labor de retenerlo. Esta ha sido la gran novedad registrada en Buenos Aires durante este verano atípico.
Con las cartas a la vista
Ahora las cartas están sobre la mesa y nadie puede llamarse a engaño. Por un lado tenemos al gobierno nacional, moviendo cielo y tierra para conseguir el desprestigio de la administración porteña, posición para nada vinculada con la cuestión de los atributos de la autonomía, que, a este paso, le serán transferidos a la ciudad en mayor medida y más rápido de lo que nunca Fernando de la Rúa hubiera imaginado ni deseado.
Las contradicciones y descalificaciones se hallan en otro terreno y tienen, al presente, una dureza infinitamente más grande y trascendente que los tironeos sobre puntos jurisdiccionales: éstos podrán ser modificados una y mil veces, según las cambiantes circunstancias políticas, pero con lo otro se está creando algo así como la convicción _que costará modificar_ de que es legítimo atribuir significado electoral a los temas de la ciudad, aun a los más cotidianos.
Este embate no es inesperado; en rigor, no hace sino trasladar al medio metropolitano las tendencias políticas imperantes en todo el país. Surgen de ella problemas, pero es lógico que así ocurra y, obviamente, De la Rúa no puede argumentar que lo toman por sorpresa. Lo mismo cabe decir de su todavía larvado debate con el Frepaso, en el que a propósito de nimiedades van diseñándose, calladamente, las grandes líneas dialécticas que inevitablemente discutirán el futuro de la Alianza.
El frente real de tormenta que amenaza los predios del jefe del Gobierno de la Ciudad no está conformado por sus adversarios ni por sus aliados, sino por sus sostenedores inmediatos.
Porque la situación del radicalismo porteño no es cómoda y todo induce a pensar que cada vez lo será menos. Hay malestar en sus filas y se generan disputas sordas y objeciones a la gestión de De la Rúa, aun por parte de dirigentes razonables que consideran que el jefe urbano no tiene margen para hacer las cosas de modo demasiado distinto de como las está haciendo.
El panorama, esquemáticamente, puede describirse así:
- El radicalismo gobierna, de hecho, la ciudad, pero atado al respaldo que le quiera dar la bancada de legisladores frepasistas, con el agravante de que un choque con éstos podría arruinar las perspectivas presidenciales de su caudillo.
- De la Rúa ha debido, pues, rodearse de hombres que no resultaran agresivos para el Frepaso ni para otros sectores de los que espera eventual apoyo. Esto ha originado la designación de múltiples figuras muy estimables pero poco conocidas en el partido, con las que el diálogo de los viejos no es especialmente ágil.
- En la carrera por las candidaturas hay dos posibilidades: si De la Rúa pierde, seguramente arrastrará en la derrota al radicalismo local; si gana, tendrá que entregar en compensación el control de la ciudad. En ambos supuestos, los radicales enfrentarían encerronas inexorables.
Como esto _por parte de los que saben ver, que son todos_ es advertido con claridad meridiana, la desazón cunde. Y del hostigamiento verbal se ha pasado ya a choques desembozados, a encuentros de patrullas hostiles, casi a un esbozo de guerra de guerrillas que puede ser _o no_ anticipo de cosas peores, pero que por lo pronto está estimulando la hostilidad menemista y los apotramientos del Frepaso.
Por ejemplo, en el caso de los neoñoquis de la Legislatura _exagerado de manera disparatada e inmisericordemente explotado por cierta prensa afín con la Casa Rosada_, lo cierto es que se produjo a partir de una apreciación del radical Eduardo Pacheco sobre Marta Oyhanarte.
Se diluirá ese escandalete como tantos otros; pero algo siempre queda: los trámites se han hecho pesados y más lo serán en el porvenir próximo. Entretanto, De la Rúa hila y la ciudad duerme. _¿Y eso de la consulta popular, y de los impuestos que había que aumentar...? _Dentro de seis meses hablaremos de esos asuntos.
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