Ha nacido un liderazgo involuntario
Si algo no quiso Juan Carlos Blumberg fue convertirse de la noche a la mañana en un líder nacional. Si algo pudiese borrar, sería la tragedia que lo proyectó a la consideración pública a partir del secuestro y asesinato de su único hijo, aquel en quien había puesto todas sus expectativas, correspondidas por Axel con impar amor filial.
Pero el ingeniero Blumberg no habría querido pagar jamás el inconmensurable precio que pagó por su súbito ascendiente sobre masas nunca vistas, además, porque ni siquiera ahora aspira al liderazgo. Su empeño no es, como en el caso de los líderes políticos, ganar influencia y poder, sino cumplir la solemne promesa que hizo ante el cuerpo de su hijo: bregar sin descanso para que esta Argentina, donde las inmolaciones de Axel y de tantos otros han ocurrido en los últimos años, empiece a cambiar.
Juan Carlos le ha prometido a Axel que luchará sin cuartel para que nuevos Axel no sigan enlutando a las familias argentinas. Ante lo insondable de su tragedia, ante la incontaminada pureza de sus intenciones, ante su entrega en alma y cuerpo al único fin que ahora lo motiva, ¿cómo no habrían de conmoverse sus compatriotas? Así es como Blumberg se ha convertido en un líder involuntario , no asistido por posiciones de poder, ideologías de moda o estructuras partidarias, sino, únicamente, por una irresistible fuerza moral.
No se trata sólo de que cientos de miles de personas se hayan movilizado por dos veces en las calles detrás de su convocatoria. No se trata sólo de que más de tres millones de firmas lo hayan acompañado en su petitorio. Esta formidable movilización no se ha desplegado detrás de candidaturas, carteles y consignas, con la ayuda de ómnibus, subsidios y punteros. Como una extraordinaria procesión religiosa, sólo coincidieron en ella ojos brillantes por el llanto, velas encendidas por el recuerdo y un silencio que venía del fondo de las almas, un silencio que Buenos Aires nunca había escuchado.
El reclamo
Al frente a pesar suyo del movimiento por la seguridad que hoy domina la vida pública argentina, sería un error pensar que el reclamo de Blumberg se identifica con las decenas de propuestas concretas que hizo llegar al Congreso y a la Corte Suprema. Discutirlas una por una, coincidiendo con unas y no con otras, sería desvirtuar el espíritu de la presentación. Blumberg pide concretamente, es verdad, que los presos trabajen y que los diputados y los jueces trabajen más, que la edad de los menores imputables baje a catorce años, que se establezca el juicio por jurados. Por detrás de éstas y otras demandas puntuales late, sin embargo, otra de carácter general que las condiciona y que podría resumirse así: ¡Por favor, hagan algo!
Si a partir de ahora lanzáramos un debate minucioso e interminable sobre cada una de las propuestas puntuales de Blumberg, erraríamos el blanco y sabotearíamos en cierto modo su reclamo al desmenuzarlo en mil discusiones bizantinas. Porque la verdadera propuesta del ingeniero no es "hagan tal o cual cosa", sino "hagan algo, por ejemplo, tal o cual cosa". Si cada propuesta en particular es discutible, no lo es el reclamo que las fundamenta a todas ellas: que el Estado, con todos sus poderes, se ponga en campaña contra la delincuencia.
Lo que viene a decir Blumberg es que, en materia de seguridad, hay una gran batalla por ganar. Cómo se la gane, si por éste o por aquel camino, es secundario. Lo que verdaderamente importa y hasta ahora no ha existido en el Estado es la voluntad de pelear . ¿La tienen el Presidente, los ministros, los gobernadores, los legisladores, los jueces, los policías? ¿O lanzan uno tras otro una seguidilla de planes de seguridad para convencer a los ciudadanos de que harán algo más que para hacer, de veras, algo? ¿Cuál es su máxima prioridad, ganarse uno a otro posiciones de poder o ganar entre todos el desafío del crimen organizado?
Nuestros gobernantes, ¿hacen como que harán algo por reacción ante las demostraciones que lidera Blumberg, para sacarse de encima la presión de la sociedad, o se han convencido ellos mismos, en su intimidad, de que tendrán que hacer todo lo que sea necesario para liberar a la Argentina del flagelo de la inseguridad?
El liderazgo
Los líderes son, por lo general, voluntarios. Blumberg es un líder involuntario. Los líderes son, por lo general, políticos. Blumberg es un líder social . No se presenta a elecciones, no tiene partido, ha declarado no ser ni de la derecha que quiso aprovecharlo ni de la izquierda , que querría desgastarlo para regresar a su tema preferido: la demonización de los años setenta y noventa.
Blumberg es un líder "social" porque porta el reclamo de la sociedad contra la extraordinaria ineficacia de su dirigencia política, que frustró una y otra vez las expectativas de los argentinos desde 1983, aprovechándose indebidamente de su fe inconmovible en la democracia.
Esta reprobación social de la política se hizo escuchar más de una vez en los últimos años. Estuvo detrás de los cacerolazos. Difundió el reclamo popular de "que se vayan todos". Y, si en 2003 los argentinos votaron otra vez a todos porque la lista sábana y el corsé del empleo público no productivo y los planes sociales sin contrapartida laboral impidieron una expresión auténticamente libre del voto popular, hoy vuelven a movilizarse contra el auge de la inseguridad.
¿No se dan cuenta nuestros políticos de la insatisfacción social que los rodea? ¿No han advertido que la sociedad le está poniendo un aplazo tras otro al Estado? ¿No harán nada para impedir que surjan, por fuera de sus estructuras cristalizadas, nuevos liderazgos? ¿O todavía creen que, si Blumberg llegare a fracasar, nuevos Blumberg no recogerían su antorcha?
Los políticos no quieren advertir que el problema de fondo de la Argentina no es la movilización de Blumberg, sino que la sociedad sabe que se ha quedado sin Estado . Si el Estado es un conjunto de profesionales idóneos reclutados por concurso y no por amiguismo, que asesoran a los gobiernos de turno y los sobreviven en nombre de la eficacia en la gestión, la Argentina, simplemente, no lo tiene.
Tener Estado no es una opción ideológica sino una necesidad social. Una vez que hay Estado, se lo puede inclinar hacia el socialismo o hacia el liberalismo. Pero ni el socialismo ni el liberalismo pueden funcionar sin Estado. Véase si no lo que ocurrió en sentido contrario, y en forma excepcional, cuando el Gobierno designó a un técnico idóneo como Alfonso Prat Gay en el Banco Central.
Pero hay que reconocer que el peor peligro que podrían enfrentar los líderes sociales surgidos por fuera de la clase política sería internarse apresuradamente en su laberinto. Blumberg debe eludir, en tal sentido, el destino de Nito Artaza. Su plataforma, afortunadamente, no es electoral sino ética. Podría resumirse en su constante elogio de un valor olvidado: el amor al trabajo . Que trabajen 1os jueces y los diputados, los presos y los desocupados, los funcionarios y los empresarios. He aquí una consigna moral en la que deberán mantenerse no sólo Blumberg sino también la ciudadanía, hasta que la presión social obligue finalmente a nuestros políticos a convertirse en agentes eficaces del bien común, para que los argentinos vuelvan a respetarlos.