Hacer del capitalismo un aliado
Las desigualdades cubren un amplio campo de las relaciones humanas y han sido tema de reflexión desde hace siglos. Reflexiones que en general coinciden en tomarlas como un fenómeno que tiene mucho de "natural" (Sartori), lo que no significa que deban ser aceptadas sin combatirlas. Ya en el siglo XVIII Rousseau decía que "la fuerza de las circunstancias tiende siempre a destruir la igualdad; la fuerza de la legislación debe tender siempre a mantenerla". Más tarde, el historiador Tawney escribía: "Si la desigualdad es fácil, puesto que lo único que exige es flotar en la corriente, la igualdad es difícil, porque supone nadar contra la corriente".
Estas referencias sirven para analizar más equilibradamente un componente de nuestra cultura política que, con razón, define a la desigualdad económica como uno de los problemas sociales más preocupantes, aunque reduce la causa de ésta a la existencia del capitalismo. Es evidente que el capitalismo, librado a "la fuerza de las circunstancias" y sin una "legislación" que lo impida, lleva a la desigualdad. Esto, que ocurría ya y con mayor fuerza aún en la esclavitud y el feudalismo, se instaló como problema político y social grave en los inicios del capitalismo, cuando los altos grados de explotación chocaron con los avances de la civilización.
Ese grado de explotación y desigualdad fue posible por la existencia de un Estado que, en manos de fuerzas políticas no elegidas por el conjunto de los ciudadanos, intervenía en favor de los capitalistas, mientras permanecía ausente en cuanto a la distribución de la riqueza y los derechos laborales. Esta circunstancia fáctica de una economía en la que los intereses empresariales coincidían con los de las fuerzas que controlaban el Estado llevó al joven Marx a sostener que lo que ocurría en la política no era más que un mero reflejo de lo que pasaba en la estructura productiva. En obras posteriores, el propio Marx abandonó esa posición determinista, y más tarde Gramsci se encargó de sepultar ese argumento, al definirlo "como un infantilismo primitivo".
Las experiencias históricas enseñan que, lejos de aquel determinismo económico, el capitalismo se comporta según lo que el Estado le permite hacer, lo que a su vez depende de la fuerza política que lo conduce. Un Estado no democrático permitió un capitalismo salvaje en sus inicios, mientras que ocupado por fuerzas revolucionarias terminó con la propiedad privada y anuló su capacidad productiva, lo que llevó al desabastecimiento y a la dictadura (Cuba) o distorsionó su funcionamiento con consecuencias similares (Venezuela). La socialdemocracia europea pudo combatir con bastante éxito las desigualdades al instalar el Estado de Bienestar Social, mientras que en nuestro país el populismo utilizó al Estado para favorecer un capitalismo de amigos, ineficiente y corrupto.
Si las fuerzas políticas han podido usar el Estado para hacer del capitalismo cosas tan diferentes, ¿por qué no utilizarlo para ponerlo al servicio de una estrategia de desarrollo con alta productividad y una distribución equitativa de la riqueza? Revolucionarios pragmáticos como el ex tupamaro José Mujica han reconocido todo lo que el capitalismo puede ofrecer al bienestar y el progreso de una nación. En una entrevista publicada por el diario El País en 2011, Mujica decía: "El capitalismo tiene que cumplir un ciclo importante, multiplicar los medios, multiplicar el conocimiento y la cultura... tener buenas universidades, sueño con multiplicar la riqueza, lo que no es equivalente a multiplicar la igualdad. Va a seguir habiendo injusticia, porque el capitalismo no es justo, es explotador y crea diferencia, pero tiene una energía formidable".
Los anticapitalistas argentinos (izquierda, progresismo y repetidores ingenuos) no aceptan ninguna de esas posibilidades, lo que en los hechos no deja otra salida que "combatir al capital". Este diagnóstico, además de equivocado, deja libre el camino para aventuras populistas, o peor aún, para utopías redentoras que conducen a la dictadura y el subdesarrollo.
La lucha contra la desigualdad pasa hoy, en nuestro país, por un uso diferente del Estado, ya que por ineficiencia, demagogia o negociados con algunos dueños del capital (de los aportes espurios a las campañas) las fuerzas políticas que lo manejan desde hace décadas no han tomado las medidas necesarias para evitar que el capitalismo favorezca las desigualdades socioeconómicas. Medidas que deben regular su funcionamiento, sin maniatarlo, ya que es el único sistema productivo capaz de "multiplicar la riqueza" a ser distribuida equitativamente.
Sociólogo, miembro del Club Político Argentino