Prisma. Hacia un nuevo tono
Desde hace algunas semanas se nota una acentuada dualidad entre el estilo clásico del Gobierno, de operar con dureza, y una incipiente muestra de deseo -o necesidad- de conciliación. Pero la cuestión es tan reciente que los propios protagonistas no se acostumbran a ello. Así, mientras Moreno amenazaba a los empresarios con prisión y con la ley de abastecimiento, Néstor Kirchner enarbolaba la teoría del "amor y la convivencia" en su reciente alocución. Esta disociación entre las palabras y los hechos, esta concurrencia entre los métodos de D Elía y los de la Madre Teresa muestra que, si bien no se acierta con el nuevo tono que necesita la sociedad, se lo está buscando. ¿En qué radica la dificultad para cambiar el tono? En haberse autoarrinconado en un extremo de dureza y temer que la salida de allí signifique caer sin escalas en el otro extremo.
Esta búsqueda se notó también en los discursos de la Presidenta posteriores al inicial que desató la tormenta, en los cuales osciló casi permanentemente entre la conciliación y el ataque, como si no se acertara con el punto intermedio entre lo que brota espontáneamente y lo que se advierte ya como necesario. En todo caso, el Gobierno parece haber tomado conciencia de que el tono unilateral de reto a la sociedad ha terminado por saturar a la población. No puede habérsele escapado que parte de la reacción contra el primer discurso de Cristina tuvo razones completamente ajenas a lo económico, fue sólo la gota que rebalsó el vaso de una era signada por el maltrato desde el púlpito.
Sin embargo, para ser justos, cabe notar que también cambió el tono del otro lado de la vereda, en aquellos que se sienten afectados por el Gobierno, y el síndrome de lo extremo también se da allí. En efecto, el silencio y la complacencia empresaria, además de muchas franjas de la población, ha sido grande en los últimos años. Y de este extremo tampoco se sale suavemente. Lo demuestra la protesta que ocurrió como una erupción súbita e imprevisible, y también que chacareros naturalmente pacíficos hayan comenzado a pensar y actuar en términos de violencia, hasta el punto, en algunos casos, de buscar sus escopetas. Esta es acaso la encerrona de hoy, que lleva años de desarrollo, y que ha llegado a un límite: un gobierno que no sabe cómo flexibilizarse, y una parte de la sociedad que tampoco sabe cómo endurecerse.
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