Hambrunas y masacres en Ucrania
Recientemente, Time tituló “El regreso de la historia” sobre la foto de un tanque ruso ingresando a Ucrania. En la mayor crisis desde la Guerra Fría, una gran potencia europea invadía de forma brutal e injustificada a otro Estado soberano de Europa. Al abrir Putin la caja de Pandora, resurgieron los fantasmas de nacionalismos, esferas de influencias, conflictos étnicos y amenazas nucleares, en una era en que la humanidad puede literalmente destruirse. En el pasado quedan las proyecciones optimistas de Francis Fukuyama en El fin de la historia.
Ucrania registra un largo historial de crisis humanitarias entre hambrunas, masacres y éxodos masivos. Mientras los cadáveres se amontonan y las explosiones continúan arreciando en las principales ciudades, se desarrolla una nueva tragedia humana devastadora. Los ataques de las fuerzas rusas contra centros civiles llevaron a más de 11 millones de personas a abandonar sus hogares. Unos 4 millones procuraron refugio en países vecinos, y otros 7 millones se desplazan dentro de Ucrania escapando a zonas menos afectadas por la violencia. La cifra es pavorosa para un país que posee 40 millones de habitantes. El masivo éxodo de población no se detiene y es posible que se incremente.
Mujeres, niños y ancianos, los grupos más vulnerables, siguen cruzando las fronteras. La escala de penurias humanas y desplazamientos forzosos excede cualquier planificación. Las democracias europeas afrontan inmensos desafíos operativos para asistir a estas mareas de refugiados, junto a la solidaria ayuda de voluntarios y organismos internacionales. Los millones de damnificados no están exentos de riesgos de explotación y tráfico de personas por parte de bandas criminales. En paralelo se produjo, 300.000 personas emigraron de Rusia en medio de una atmósfera de miedo, desilusión y temores a un conflicto mayor.
Kiev se encuentra en las “tierras de sangre”, a solo 870 kilómetros de Moscú y unos 1365 de Berlín. Zonas europeas que marcaron una dramática impronta en sus habitantes por las vivencias de atroces conflictos en la última centuria. Pero también forjaron su identidad y anhelos de libertad. Una efímera República Popular de Ucrania proclamó su independencia en 1917, precedida por revueltas campesinas que habían expulsado a los bolcheviques. La Argentina fue la única nación sudamericana en reconocerla en 1921.
Es una paradoja que este año se cumpla el 90º aniversario del Holodomor (la Gran Hambruna) de Ucrania. El actual gobierno ruso, al igual que en 1932, cree que Ucrania supone una amenaza para sus intereses. Stalin implementó una hambruna planificada para doblegar la rebeldía de la población rural del “granero de Europa” y apropiarse de sus trigales. El dictador impulsaba la colectivización forzada de sus tierras. Las sistemáticas confiscaciones diarias de alimentos ocasionaron que entre 1932 y 1933 fallecieran de hambre 7 millones de ucranianos, mientras centenares de millares eran deportados a Siberia. La hambruna fue un arma de destrucción masiva y de esclavización social. Las investigaciones de una nueva corriente de historiadores –Robert Conquest, Anne Applebaum y Timothy Snyder– ayudan a desvelar largos ocultamientos.
Las penurias del pueblo ucraniano se incrementaron con las atrocidades de las tropas nazis en 1941. En una feroz masacre en las afueras de Kiev, ejecutaron a tiros a 40.000 judíos en tan solo dos días. La orgía de sangre siguió con la matanza de 100.000 personas, entre intelectuales y dirigentes sociales. Una gigantesca fosa común albergó sus cadáveres. Brutales deportaciones masivas condujeron a millares a campos de exterminio. La sinagoga de Babyn Yar –memorial que recuerda ese holocausto– sufrió el reciente ataque de misiles rusos que cayeron en sus proximidades. La historia soviética siempre trató de esquivar la dimensión antisemita de esas bestiales carnicerías. El paroxismo demoníaco alcanzado por Stalin y Hitler pareció aplacarse cuando Nikita Kruschev –en un gesto de reparación– reintegró la península de Crimea a Ucrania.
La explosión de la central nuclear de Chernobyl, próxima a Kiev, trajo aparejada una catástrofe sin precedente. Desde 1986 alrededor de 350.000 personas fueron evacuadas, un incesante baile de cifras acrecienta la suma de fallecidos, y trastornos de salud irreparables afectan a las víctimas de las radiaciones. La cadena de ineficiencias y encubrimientos del gobierno soviético ocasionó un resurgir del activismo político ucraniano.
Para Dostoyevski, las personas de principios morales vacilantes se convierten en antropófagos de la humanidad. Desconocemos si asistimos al final de la Ucrania independiente y sus tres décadas de democracia. Sin embargo, además de tragedias, la historia también ofrece esperanza. El pueblo de Ucrania ha demostrado su tenaz voluntad de sobrevivencia en el tiempo. Desde la Argentina, en años recientes el Congreso de la Nación y la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires –en sintonía con las Naciones Unidas– emitieron declaraciones en conmemoración de las víctimas de la Gran Hambruna. Nuestro país hoy también puede participar en programas de ayuda internacional y abrir solidariamente sus brazos a los refugiados.