Hay que aprender a aburrirse más
Nadie parece soportar siquiera la idea de aburrirse, su mínima amenaza
La semana pasada se supo el resultado de la segunda autopsia a la cantante Amy Winehouse: murió, literalmente, ahogada en vodka. Winehouse había dejado las drogas, y llevaba tres semanas sin tomar alcohol, pero rompió esos días de abstinencia porque, según se supo, "estaba muy aburrida". Ninguno de nosotros puede saber cómo es, en verdad, el aburrimiento de una celebridad, de esa pequeña porción de hombres y mujeres que han adquirido todo lo que los demás buscan con desesperación: poder, dinero, experiencia, talento, atención, amor, devoción, placer sexual. Pero nadie podría decir, al menos sin forzar un poco las cosas, que a Winehouse la mató únicamente el alcohol: la mató, también, cierta intolerancia al aburrimiento. Algo en la noticia me hizo recordar una situación que se repite cada tanto en reuniones con amigos: no hay charla, por profunda o intrascendente que sea, que logre captar la completa atención de los presentes. En cualquier momento alguien revisará sus mensajes de texto o sus mails, otro le dará una mirada a su timeline de Twitter o actualizará su estado en Facebook. Nadie parece soportar siquiera la idea de aburrirse, su mínima amenaza.
No hay charla, por profunda o intrascendente que sea, que logre captar la completa atención de los presentes
A los pocos días vi una nota en el diario Clarín que decía algo así como que la gente se aburre cada vez menos, y que eso no es bueno para la creatividad. Como el asunto insistía en hacerse presente, busqué entonces en la web, y encontré una serie de artículos sobre el tema. El primero que aparece es el del filósofo español Santiago Alba Rico. No se puede negar que tiene un buen comienzo, aunque después se ponga un poco dogmático: "El capitalismo prohíbe básicamente dos cosas. Una es el regalo. La otra el aburrimiento." Y agrega: "Hay dos formas de impedir pensar a un ser humano: una obligarle a trabajar sin descanso; la otra, obligarle a divertirse sin interrupción". Seguí buscando y supe de un libro sobre el tema: Peter Toohey, un profesor de la Universidad de Calgary, Canadá, publicó hace poco una historia del aburrimiento: Boredom: A Lively History, que llega a la conclusión de que aburrirse puede ser de gran utilidad.
Finalmente encontré una conferencia que el poeta Joseph Brodsky pronunció en 1989 en la Universidad de Dartmouth, Estados Unidos. Se llama "En alabanza del aburrimiento" y más o menos por la mitad dice: "Ricos en potencia, ustedes acabarán aburriéndose del trabajo, los amigos, los cónyuges, los amantes, la vista desde la ventana, los muebles o el papel de colgadura de la alcoba, los pensamientos o de ustedes mismos. En consecuencia, tratarán de buscar caminos de escape. Aparte de la autocomplacencia con los artilugios antes citados, pueden dedicarse a cambiar de empleo, residencia, compañía, país, clima; podrán ensayar la promiscuidad, el alcohol, los viajes, las lecciones de cocina, las drogas, el psicoanálisis. De hecho, pueden juntar todas estas cosas y por un tiempo funcionarán. Hasta el día, por supuesto, en que se despierten en medio de una familia nueva y un papel de colgadura diferente, en un estado y un clima diferentes pero con el mismo sentimiento rancio hacia la luz del día que se filtra a través de las ventanas".
Si me preguntan, yo creo que no hay nada de malo en aburrirse: que hay que enseñar y aprender a aburrirse más, sin ningún otro motivo o fin que el de instalarse, de lleno, en el propio aburrimiento. Como una especie de acto de rebeldía, o de recogimiento
Brodsky tiende a pensar en el aburrimiento como un estado de autoconciencia neutro, ni bueno ni malo, pero del cual en algún momento hay que salir. Y para eso sugiere una terapia de shock: zambullirse de cabeza en él: "Cuando el aburrimiento los golpee, entréguense a él. Que los aplaste, que los sumerja, toquen fondo. En general, con las cosas desagradables, la regla es: mientras más pronto toquen fondo más pronto volverán a flotar. La idea aquí, para parafrasear a otro gran poeta de la lengua inglesa, es mirar de frente a lo peor. La razón por la que el aburrimiento merece semejante escrutinio es que representa el tiempo puro, incontaminado, en todo su repetitivo, redundante y monótono esplendor."
Si me preguntan, yo creo que no hay nada de malo en aburrirse: que hay que enseñar y aprender a aburrirse más, sin ningún otro motivo o fin que el de instalarse, de lleno, en el propio aburrimiento. Como una especie de acto de rebeldía, o de recogimiento. O al menos de salud pública: si la gente se aburriera más y se concentrara en sí mismo, tal vez diría menos estupideces, mantendría menos conversaciones telefónicas intrascendentes, se producirían menos programas de televisión idiotas, se filmarían menos películas olvidables y se publicarían menos libros banales. Pero yo no sé mucho de estas cosas. Además, al rato siempre termino agarrando uno de esos mismos libros, mirando algún viejo capítulo de The Wire, o escribiendo artículos que pueden terminar siendo, para muchos, terriblemente aburridos.