Rigurosamente incierto. Hay un censista en la puerta
El hombre de guardapolvo blanco apoyó su guitarra en el umbral, tocó el timbre y ocho segundos después lo atendió el dueño de casa, don Eleodoro Calandraca, con media medialuna en una mano y el mate en la otra, claro indicio de que presidía un hogar de clase media.
-Buenos días. Vengo del Indec.
-Ah, perdone. Ya dimos.
El fiero portazo no amilanó al hombre de guardapolvo blanco. Tocó de nuevo el timbre y veintiocho segundos después reapareció Calandraca, ahora mordisqueando un churro relleno con crema pastelera.
-No entendió bien. Soy el censista. Aquí tiene mi credencial.
La credencial decía: "Instituto Nacional de Estadística y Censos. Fortunato Badulaquez, maestro. Estatura, 1,78. Nariz aguileña, ojos pardos, un poco mofletudo. Guitarrista flamenco. Ante cualquier duda, toca de memoria los principales éxitos de Vicentico Churumbel, también llamado el Niño del Tajo". El dueño de casa semblanteó al censista y no pudo reprimir un gesto de desconfianza. Sin hesitar, Badulaquez desenfundó la guitarra y ahí mismo, en la puerta, interpretó Bulerías de la paella y zapateó un pasaje de La verbena del Curro y la Pimentosa , la zarzuela que inmortalizó a Churumbel.
El dueño de casa suspiró aliviado: admitió que el Gobierno había adoptado los necesarios recaudos de seguridad para aventar dudas y resquemores, habida cuenta de que éstos no son tiempos para permitir que un extraño franquee así nomás el domicilio de uno. Lo hizo pasar.
-Jacinta, chicos, vengan -gritó, y de inmediato su mujer y sus tres chicos salieron del placard y se sumaron al encuentro con Badulaquez.
Tribulaciones gremiales
-¡Cuánto me alegro de que se hayan superado los obstáculos! -exclamó doña Jacinta-. Leí en los diarios que el censo corrió peligro de que se postergara debido a que los maestros...
-Nada de eso. El Gobierno es inquebrantable cuando toma una decisión. Apenas la Ctera dispuso que los maestros no prestaran colaboración al censo, el Ministerio de Trabajo hizo saber que, por tratarse de una carga pública, los desobedientes podrían ser enviados a prisión por un período de entre quince días y un año. No quise correr ese riesgo, Dios me libre, de manera que mandé a la tintorería mi guardapolvo y aquí me tienen.
-Sírvase un cañoncito de dulce de leche -convidó Calandraca.
El censista extrajo unos formularios del estuche de la guitarra y se aprestó a satisfacer la carga pública.
-Debo formularles unas cuantas preguntas referidas a la deuda externa, al concepto que les merece el Gobierno y su modelo económico... Les requeriré propuestas para acabar con la recesión y para disminuir la tasa de desempleo, bajo absoluta garantía de que el anonimato preservará sus respuestas... Pero comenzaremos por la pregunta más peliaguda, la más importante de todas.
Una cierta ansiedad se apoderó de cada miembro de la familia. La pava tembló en manos de doña Jacinta. Impasible, el censista silabeó cada palabra para que el interrogante fuera cabalmente comprendido. Esto dijo:
-¿Ustedes creen que la camiseta número 10 de la selección de fútbol debe ser definitivamente abolida, en tributo a Maradona, Diego Armando?
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