Hora de reformas en la Unesco
PARIS
EL nuevo director general de la Unesco, Koichiro Matsuura, tiene una misión que algún escéptico calificaría de imposible: lograr la reincorporación de Estados Unidos a esta entidad con sede en París, de la que fue cofundador cincuenta y seis años atrás. Washington se retiró, con irritación, en 1984, acusándola de graves prejuicios contra los Estados Unidos y Occidente, derroche, ineptitud, nepotismo y corrupción. Gran Bretaña y Singapur siguieron su ejemplo.
El abandono de los programas que, desde la óptica de Londres y Washington, parecían más objetables motivó el reingreso del Reino Unido en 1997, bajo el gobierno de Blair. En 1995, Clinton se había declarado dispuesto a la reincorporación, pero hasta ahora las perspectivas han sido nulas.
El Congreso ni siquiera se aviene a aportar a las Naciones Unidas -para su financiación o la de sus esfuerzos pacificadores- los montos ya acordados con carácter obligatorio.
Cuando los 188 estados miembros de la ONU lo nombraron director general de la Unesco, en noviembre de 1999, Matsuura era embajador del Japón en Francia. Diplomático de carrera y economista, cursó parte de sus estudios universitarios en el Haverford College (Estados Unidos). En general, se esperaba contar con un administrador prudente y burocrático. Al asumir el cargo, Matsuura se vio ante un verdadero desafío por parte de su predecesor, el español Federico Mayor: en sus últimos días de gestión, había promovido o designado para altos cargos a 71 personas. El nuevo director general suspendió todas estas disposiciones y se negó a renovar 23 contratos individuales de asesoramiento temporario que estaban a punto de expirar. Según una auditoria canadiense independiente, hasta un 40 por ciento del personal de la Unesco nombrado o ascendido en estos últimos años no satisfizo las normas de la organización.
Las decisiones de Matsuura de reducir los cargos altos, recortar los costos del personal y racionalizar la estructura organizativa han tenido bastante difusión. En cambio, nada se ha dicho del inesperado énfasis humanista que impuso a sus reformas.
En su reciente reorganización de las oficinas centrales, rebautizó la División Industrias Culturales y Derechos de Autor como División de Artes y Emprendimiento Cultural, informando a su personal que era deseable mencionar explícitamente el arte a fin de reencauzar una división "demasiado" preocupada por "productos y servicios".
Creó una División de Ciencias Humanas y Filosofía, que entre otras cosas se ocupará de cuestiones éticas planteadas por la ciencia y la tecnología. De este modo, dio a la filosofía la importancia que había perdido casi por completo en el mundo de habla inglesa, aun en las universidades.
La nueva estructura incluye una División de Libertad de Expresión, Democracia y Paz, que funciona aparte.
Matsuura hace cuanto puede para que la Unesco vuelva a ser aceptable a ojos de su principal crítico occidental. Quizá se equivoque al suponer que podrá poner fin al boicot norteamericano con sólo eliminar las causas de la mala reputación que la Unesco tuvo en Washington. (De hecho, el boicot es de la nación y no de sus dependencias: los departamentos de Estado, Educación y Defensa, la Oficina de Política Científica y Tecnológica, la National Science Foundation y otros organismos del gobierno colaboran con la Unesco en diversos proyectos.) El verdadero problema de Matsuura es la hostilidad de una parte del Congreso y del Partido Republicano hacia la ONU en sí. Para ellos, la Unesco es un tema secundario, carente de interés. Se podría pensar en el reingreso de los Estados Unidos a la Unesco bajo la presidencia de Al Gore, más probablemente en su segundo mandato, si lo hubiere. Para la mayoría de los políticos de Wash-ington, la Unesco es un tema de controversia partidaria con poco o ningún beneficio que la justifique.
No obstante, Matsuura ha demostrado ser un reformador notablemente firme en sus decisiones y un hombre reflexivo. De ahí el buen funcionamiento de la Unesco desde el cambio de mando. Que los Estados Unidos pertenezcan o no a ella es, por cierto, una cuestión secundaria.