Iñaki Ábalos: “Alguien ha de tener ese balance entre memoria y progreso, entre cultura y tecnología. La belleza es la quinta esencia de la ciudad”
Antes de empezar la entrevista, Ábalos advierte que ve dos hipótesis de futuro: una optimista, en la que los grandes líderes mundiales acuerden la reducción drástica de emisiones de CO2 y conviertan las palabras en realidad, y otra negativa, en la que no se haga nada para preservar el medio ambiente y el yihadismo, por ejemplo, se haga con el mundo y volvamos a la noche de los tiempos. Acordamos quedarnos con la primera hipótesis porque con la segunda no habría entrevista.
–¿Qué será más moderno en el año 2150, una ciudad llena de puentes, túneles y coches voladores, o una ciudad de parques, huertas y bicicletas?
–Espero que tenga las dos cosas: estaremos obligados a vivir con una combinación de ambas. Por un lado, será imposible prescindir de la absoluta necesidad de densificación y de urbes o metrópolis más y más grandes. Y a la vez, será obligado entender que un medio así, si no cuenta con un equilibrio con la naturaleza, será una prisión infernal. De hecho, ése es el camino que han transitado las metrópolis de más de un millón de habitantes desde principios del siglo pasado hasta donde estamos ahora. Había entonces muy pocas ciudades que sobrepasaban o se acercaban a los dos millones y todas estaban en el norte frío, por decirlo de alguna manera, salvo Tokio, la primera ciudad verdaderamente grande situada en una zona más o menos tropical.
–Eso ha cambiado notablemente…
–Y tanto. Ahora el cinturón tropical está lleno de metrópolis de 20 millones de habitantes. Una naturaleza más exuberante ha tenido un papel importantísimo en la relocalización de las metrópolis a lo largo de 200 años. Pero, en alguna medida, con la problemática del cambio climático, la elevación de las aguas y el incremento de monzones, huracanes, katrinas y tsunamis, se está poniendo un poco en cuestión ese modelo de "vamos todos al trópico". Ya se está entendiendo por qué la civilización humana había sido muy cuidadosa en decidir cómo y dónde se ubicaba…
–El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga cree que las ciudades seguirán creciendo de manera implacable. Dice que dentro de un siglo las habrá de 50 millones de habitantes o más…
–Yo creo que mucho antes. Las ciudades-país ya existen y crecerán. No acabamos de notarlo porque tienen nombres distintos por cuestiones históricas o administrativas, pero si tomas todo el conglomerado de los diferentes deltas, de los grandes ríos de China, por ejemplo, esas masificaciones de 40 millones de personas ya existen. Toda el área de Hong Kong y Shenzhen es una buena muestra. Y si, además, le unes Guangzhou, con otros 20 millones, y que está interconectada con Shenzhen, lo mismo que esta ciudad con Hong Kong, pues ya superamos de lejos esos 50 millones. Yo creo que no muy tarde estaremos cerca de tener ciudades de 80 millones, mucho antes de llegar al siglo XXII.
–Pero hay dos tipos de ciudades superpobladas.
–Existe Londres y existe Delhi, y no hay que señalar las diferencias… La chabolización, por así decir, de algunas ciudades es espantosa. Hay dos factores que se unen. Uno es la riqueza, la energética y de recursos, no sólo monetaria; otro, el clima. Los sitios calurosos no son necesariamente densos por pobres, sino por la búsqueda de un mínimo confort.
–Explique eso un poco, por favor.
–En Sevilla no se puede hacer un urbanismo como el de Inglaterra, porque te abrasas simplemente para cruzar una calle. O sea, hay una sabiduría en la sombra, en el arbolado y en las corrientes de aire, que en otras latitudes pasa a ser la sabiduría de saber captar el sol o evitar el viento frío. Por eso en esos lugares las chimeneas van en medio y las casas están llenas de cristal. Mientras que en Sevilla lo que hay en medio es un pozo y un patio para que ventile toda la casa; y en las calles, casi puedes tocar con las manos los dos lados para que no entre el sol. La densidad está ligada a la economía, pero también a la cultura y al clima, que van unidos. No hablo de la miseria de algunas zonas…
–¿Serán entonces los temas de medio ambiente, de gestión de residuos, del agua y las energías renovables, los primeros que se tomarán en cuenta en 2150 para hacer crecer las ciudades?
–Hombre, siempre lo han sido de un modo más o menos efectivo. Madrid, según algunas narraciones históricas, es una ciudad que se elige por estrategia militar geográfica. Pero también porque una serie de médicos de la época, según narran los cronistas, vieron que la dentadura de los de Madrid era mejor que en el resto de España, que la longevidad de los madrileños de 1500 era mucho mayor que la de otros pueblos, y todo eso se lo adjudicaron a la cercanía de la sierra, el viento, la calidad y caída del agua… Descubrieron que es un sitio estupendo. O sea, los recursos naturales han sido siempre un factor evidente para elegir los asentamientos urbanos. Pero ahora deben tener una escala tremenda.
–Eso se olvidó mucho tiempo…
–Totalmente. Pero es que pensábamos que ese optimismo de la mecanización modernista iba a ser gratis, que daba unos gadgets que nos gustan a todos y no iban a tener costo. El aire acondicionado en el coche, por ejemplo. Pero para que lleguemos con el necesario confort al siglo próximo, hay que inventar unos placeres equivalentes pero sin esas hipotecas sobre el medio ambiente que tiene la mecanización modernista.
–¿Habrá conciencia suficiente?
–Hay dos modos de adquirir conciencia. A base de aprender a palos puede ser una. O reaccionar cuando ya la situación es irreversible. Los problemas no sólo vienen por los lobbies o la presión de la industria; también, por la cultura de desarrollo tecnológico que hemos ido adquiriendo y de la que nos cuesta desprendernos. Es muy importante desarrollar las nuevas tecnologías que pueden ayudarnos en esa tarea de conseguir un bienestar sensato sin poner en peligro el mundo.
–¿Cómo será el tráfico en el siglo XXII?
–Es impredecible. Imagino que tendremos un sistema con muchos subsistemas mejor articulados que hoy. Hay innovaciones que pueden modificar la forma de la ciudad. Por ejemplo, los aeropuertos. El aterrizaje vertical de los aviones se investiga en muchos sitios. Parece una tontería, pero eso modificará el desarrollo de las ciudades. Hoy los conos de aproximación a los aeropuertos son enormes, para evitar los problemas acústicos que generan los aviones, y extienden mucho las ciudades. Si se implantan cinco aeropuertos en puntos clave y se conectan con estaciones de alta velocidad u otro tipo de estación intermodal, estamos cambiando todo el sistema de dispersión y de movimiento de la ciudad.
–¿Y los automóviles?
–Espero que la idea de automóvil sea tan anticuada como la del carruaje de caballos…
–¿No estará pensando en obligar a los ciudadanos a moverse en bicicleta?
–No. Lo que está claro es que se puede racionalizar la velocidad, se puede conseguir un buen funcionamiento en una ciudad muy grande en la que distintos medios bajan de velocidad, desde la gran distancia a la corta distancia. Puede haber trenes de alta velocidad y transporte público relativamente veloz, en metro o en tren, en superficie o aéreo, que lleguen a grandes estaciones intermodales, o satélites en los centros periféricos en los que conectes con autobuses locales, pero también con estacionamientos con coches eléctricos municipales, además de bicicletas. Y desde allí ir a otro lugar a 200 o 300 metros de tu destino, una distancia para andar. No es nada revolucionario lo que digo; en ciudades como Madrid, Barcelona o Londres ya se da algo similar. Pero el coche privado…
–¿No es partidario del automóvil?
–Mucho tendrían que avanzar las técnicas de funcionamiento del coche privado para que siga siendo tan atractivo como para hipotecar el desarrollo de la ciudad. Hay muchos jóvenes que ya no sacan el carnet de conducir como nosotros a los 18 años, porque encuentran en muchos sistemas de transporte modos alternativos de moverse. Se mueven por todo el mundo sin conducir. Es un modelo natural al que tenemos que atender porque, si no, el coche privado será el suicidio de la ciudad. El automóvil, que ha permitido la expansión de estas urbes, es la mayor hipoteca para una ordenación sensata de esas megaciudades. Yo espero que el motor que más emisiones produzca sea la actual bicicleta eléctrica de algunas ciudades…
–Calidad de vida…
–Claro, ¿pero cómo definimos la calidad de vida de las metrópolis futuras? Si la definimos con nostalgia de la casita de mi abuelo en el campo, vamos mal. Y si la definimos en plan robots y ciencia ficción, vamos mal también. Creo que habrá un término medio en el que seguiremos teniendo casi, casi el mismo medio físico. O sea, habrá casitas, habrá edificios monumentales, habrá parques… Eso no cambiará porque es la esencia de la ciudad. Pero sí cambiarán los materiales.
–¿Qué edificios conservamos?
–En una época de histeria preservacionista nos empeñamos en conservar cualquier balconcillo sin el menor interés; y en otros momentos históricos, tiramos monumentos enteros. Debemos preservar la identidad, el origen. Fíjese en China. Allí las ciudades se han hecho a golpe de destrucción, pero hoy el incremento de programas de preservación en las escuelas de arquitectura es exponencial. Una vez que se han cargado cientos y cientos de centros históricos de una arquitectura maravillosa para edificar estos adefesios que construyeron en los años 70, hay un verdadero resurgir de la conciencia de la memoria. En todos los procesos de civilización hay tensión entre lo tecnológico y lo cultural, la memoria y el progreso. El dogmatismo tecnológico ya sabemos a lo que ha conducido al siglo XX, y el cultural es absolutamente ciego a la necesidad de cambio y de evolución. Esperemos que en el siglo XXII seamos más inteligentes.
–¿Una casa con enchufes, chimenea y terraza con flores, u otra con espacios blancos y pantallas que funciona gracias a que el robot te prepara el café?
–Si me obligan, prefiero la primera, aunque la tecnificación será cada vez más invisible y más inmaterial. Es como los teléfonos actuales, todo tiende a estar a la mano y a ser tan pequeño e instrumental que no hace falta tener conocimientos técnicos. Hay un acercamiento de toda la tecnología a una suerte de biotecnología, de adaptación a nuestra psicología, que hace que cada vez tengamos mayor acceso a más cosas con menos repercusión en el espacio. Las casas pueden ser maravillosamente acogedoras, según el gusto de cada cual, sin tener que rechazar los avances tecnológicos.
–Dijo usted que "necesitamos poder integrar imaginación y ciencia".
–Estamos ya en una situación en la que los robots son antiguos. Esta robótica maravillosa, que ha hecho y sigue haciendo cosas increíbles, para los investigadores punteros es todavía pensar la materia de un modo que es incapaz de tener memoria de la forma. Ahora somos capaces de diseñar sin moldes, o sin ensamblaje, podríamos decir. Cosas que sean capaces por sí mismas de coger la forma. Los nuevos materiales son cócteles que, sometidos a una acción externa, que puede ser radiación solar, humedad o de otro tipo, desarrollan su forma ellos solos y se convierten en un diván o en una fachada. El escenario de investigación es mucho más biotecnológico. Se producirá la colisión de todas las ciencias en una gran biotecnología. Genética, matemática, domótica, información. Y neurociencias, porque las formas de pensar empiezan a no estar divididas entre lo mecánico y lo orgánico, sino que una informa a la otra.
–¿Necesitaremos a los arquitectos en el siglo XXII?
–El arquitecto seguirá siendo imprescindible. Cada vez hay que integrar a mayor número de expertos de distintas materias: clima, energía, transporte, informática, materiales, salud. Pero el papel del arquitecto como director de orquesta es imprescindible. Si no, las ciudades son una mierda. Por mucha ciencia y mucho smart technology que haya. O sea, el director de orquesta no sabe tocar el piano como el pianista, ni el violín como el violinista. Pero hay alguien que ha de tener ese balance entre la memoria y el progreso, entre la cultura y la tecnología. La belleza es la quintaesencia de la ciudad, y eso es lo que hace que la ciudad sea tan humana. Francamente, no hay nadie más que esté especializado en la belleza que nosotros, los arquitectos.
Bio
Profesión: arquitecto
Edad: 59
El español actualmente se desempeña como director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Harvard. Profesor invitado en la Universidad de Princeton, es creador de grandes construcciones (el Pabellón de Gimnasia en el Parque del Retiro de Madrid, entre tantas) y autor del ensayo La buena vida.
José María Izquierdo