Al margen de la semana. Indicadores y perspectivas ante la crisis
Por Eduardo L. Bonelli
Mientras las convulsiones se prolongan erráticamente en los mercados de capital de todo el mundo, con variaciones diarias de una amplitud espectacular, y proliferan las explicaciones que intentan darles alguna explicación racional, la conducción económica ha dispuesto, en nuestro país, reforzar sus aprestos para lo que podría ser, eventualmente, el pico de la crisis.
Con las elecciones del Brasil a tres semanas y las presiones que se redoblan sobre su moneda, la actitud de Economia es prudente. Mantiene, sin embargo, su criterio de que la situación argentina es suficientemente sólida como para resistir de pie nuevos embates, y no trata de inventar medidas de excepción, por ejemplo, para limitar la actividad de los mercados: sólo se trata de complementar las defensas ya instaladas para hacer frente a hipotéticas corridas contra el peso y contra el sistema bancario, descartando controles, restricciones y regulaciones en el movimiento de bienes y de capitales, que sólo incitarían una mayor desconfianza.
En el caso de que esa corrida se produjera, el conjunto de defensas que se ha ido montando a partir del efecto tequila, robustecido ad hoc, en estos días, para encarar como es debido posibles dificultades, permitiría atender virtualmente todo retiro de fondos que planteen los depositantes y responder cabalmente a la cláusula de convertibilidad.
Por supuesto, como se espera del funcionamiento del sistema de dos monedas convertibles, el efecto sobre la economía real sería, en el extremo, una fuerte contracción de la actividad productiva, bajo el peso de una fenomenal escasez de crédito y tasas de interés altísimas y con todos sus indeseables secuelas sobre las cuentas fiscales y los niveles de empleo, entre otras variables. Pero aun así, el tipo de cambio quedaría fuera de discusión, como garantía de la estabilidad del valor doméstico del peso.
Por el momento, resulta prematuro hablar de una recesión, aunque la sensible desaceleración que reflejan las curvas de producción sectoriales, las expectativas de los empresarios y de los estudios económicos y las circunstancias que impone el escenario internacional indican con claridad que el crecimiento tiende a cero, un nivel que podría alcanzar en los primeros meses de 1999, después de cerrar el 98 con una expansión muy débil.
De todos modos, el ejercicio actual cerraría con un aumento comparativamente importante en el producto bruto, si bien por debajo _así lo auguran los cálculos más aceptados_ del 5,3% que ahora se pronostica en el Palacio de Hacienda.
Como lo hace habitualmente, la Secretaría de Industria, Comercio y Minería difundió en estos días algunos datos sobre la evolución más reciente de la actividad económica, que sigue mostrando una considerable vitalidad en la producción manufacturera argentina, comparativamente una de las menos afectadas _dijo_ por la crisis mundial. El insumo industrial de energía eléctrica y de gas mostraba en agosto aumentos del 10,8% y del 6% respecto del año pasado, y también registraban fuertes aumentos la producción de automotores y la demanda interna de aluminio, así como las ventas en supermercados, las importaciones de bienes de capital y las exportaciones industriales.
Sin embargo, la desaceleración parece haberse acentuado, siguiendo las expectativas desfavorables que suscita el panorama internacional, en las últimas cuatro o cinco semanas. Ha habido indicios claros, como suspensiones de personal en empresas de primera línea, anuncios sobre postergación de inversiones y una perceptible merma en la actividad de la construcción. Y, sobre todo _lo que resulta un factor clave_, el fuerte encarecimiento del crédito, con una incipiente escasez, por más que no se advierte una declinación en el caudal de depósitos de los bancos.
Depósitos en alza
En efecto, desde que la crisis se hizo fuente de generalizada inquietud en todo el planeta, en octubre, y hasta fin de agosto, los depósitos bancarios crecieron casi el 17%, en dólares y en pesos, llegando al nivel récord de 76.500 millones, que equivalen aproximadamente al 23% del PBI, una proporción sin precedente en medio siglo, y siguieron en ascenso _0,78%_ aún en agosto. En los bancos sólo se advirtió, como síntoma de aprensión, un suave corrimiento de cuentas en pesos hacia cuentas en dólares, que parece haber afectado a algo así como un 2% de las carteras.
Pero el crédito avanzó todavía más: los bancos expandieron el crédito un 1,7% para hacer frente a un repunte de la demanda que tiene su origen, en buena medida, en el hecho de que algunas empresas no consiguen renovar a su vencimiento préstamos del exterior, y acuden, entonces, al mercado financiero local. Además, los bancos extranjeros retacean cautelosamente sus líneas de crédito a las entidades del mercado argentino, o pretenden obtener el mayor diferencial por riesgo país , lo que eleva naturalmente el costo del crédito interno. Al mismo efecto concurren las precauciones de empresas y bancos que tratan de mejorar su disponibilidad de recursos líquidos, aun cuando tienen buenas posibilidades de colocarlos con rendimientos elevados.
Entretanto, dos de los principales bancos argentinos que colocan títulos en el mercado internacional, el Galicia y el Río, vieron decaer la calificación de sus pasivos ante las empresas que miden los riesgos financieros. Al hecho, que no gravitó mayormente en la plaza local, se le atribuye un carácter tan circunstancial como sea la declinación en el valor de los activos afectados por la crisis bursátil que tienen en su cartera, que desmejora la calidad de sus relaciones técnicas. Hay otros elementos que deberían concurrir a poner a la economía argentina a resguardo de las turbulencias internacionales, a los que se había venido asignando particular importancia pero que, por estos días, no parecen ser una contribución positiva.
Las modificaciones a la legislación tributaria en trámite _resulta demasiado pretencioso hablar de reforma fiscal_ pueden ofrecer un cierto aporte, en estas circunstancias, al necesario equilibrio de las cuentas del Estado, sobre todo exprimiendo aún más a muchos de los que ya pagan sus impuestos, pero no resuelven el fondo de los problemas de la estructura impositiva. Se trata de un parche más sobre un sistema que será necesario revisar racional y despolitizadamente de punta a punta.
Seguramente, si este tratamiento se hubiera dado en mejores momentos a la cuestión tributaria, de modo que lo urgente no prevaleciera, como generalmente ocurre, sobre lo importante, el diputado Oscar Lamberto se habría ahorrado la larga lista de empresas que presentó a la Cámara como evasoras y también, es claro, la larga sucesión de justificadas réplicas. Entre tanto, los reparos a la denominada ley de convertibilidad fiscal que han ido aflorando en el Congreso parecen mostrar, con muy poco sentido de la oportunidad, que no existe en los medios políticos una genuina vocación de disciplina fiscal.
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