Rigurosamente incierto. Insalubre oficio, la política
POR fin los políticos dibujaron una sonrisa en sus rostros habitualmente avinagrados. La sonrisa del beneplácito en unos, la de la sorna maliciosa en otros. Enhorabuena, la Justicia ha sabido equilibrar los platillos de la balanza del buen humor.
Sabido es que los políticos son cascarrabias de alma o bien cultivan el ceño fruncido porque suponen que ese rictus les concede respetabilidad. En general, son individuos aplicados a exhibir un talante de los mil demonios, como si entre ellos se contagiaran la bronquitis del agravio y se vieran necesitados de expectorar vanas reyertas. Pero la Justicia ha contribuido a disipar, siquiera sea por un rato, tan nociva animosidad.
Un pensador italiano, Niccoló Foscolo (1778-1827), liberal en serio, dedujo que solo excepcionalmente los políticos son afables entre sí y subordinan sus apetitos privados a los intereses públicos. Entre sus memorables sentencias figura ésta: "Desconfiad de los políticos irascibles; en su mayoría son impostores". Las enciclopedias dicen que Foscolo trajinó toda Europa combatiendo los despotismos ilustrados, que por eso sufrió persecuciones, cárceles y exilios y que en sus frecuentes soledades escribió varios libros que reflejan su inspirada vena de poeta romántico. Si prefirió cambiar su nombre de pila, llamarse Ugo y así firmar su obra literaria, es porque Niccoló Foscolo le sonaba francamente cacofónico.
De repente, la algazara
Casi todos los políticos argentinos parecen acuñados en la matriz del enojo perpetuo y por eso riñen y se ofenden entre sí, incluso los de la coalición gobernante, ya tristemente disgregada en moléculas turbulentas. Se diría que no les importa ofrecer al mundo el espectáculo de sus recurrentes cortocircuitos, aun cuando tal comportamiento contribuya a profundizar la fosa del riesgo país.
"Habitualmente, los políticos son poco saludables porque no ejercitan el buen humor, porque hacen de la rabieta una regla de conducta", dice un reciente informe elaborado por psiquiatras de la Universidad de Los Angeles, Estados Unidos, con motivo de la presentación de una nueva disciplina terapéutica, la psiconeuroinmunología. Los científicos destacan que "la risa franca provoca contracciones del diafragma que activan la digestión y permiten exhalar el aire respirado a velocidades de hasta cien kilómetros por hora". La gente vocacionalmente agria (políticos enfurruñados, ejecutivos taciturnos) suele padecer disturbios gastrointestinales y pulmonares porque practica poco y nada esta sencilla manera de eliminar toxinas de su organismo.
Felizmente, la Justicia ha concurrido en beneficio de la salud de los políticos: desde el atardecer del martes, dirigentes de toda escudería comparten sonrisas y bromas plañideras, que algunos ventilan con júbilo sincero, al amor del champagne y la pizza, y otros sazonan con aviesa ironía. Habrá que agradecer a la Corte Suprema que haya devuelto el más humano de los gestos a individuos habitualmente gruñones, aun al precio de que una mitológica dama de ojos vendados esté, quizá, reprimiendo un sollozo. El poeta Foscolo se habría mostrado sorprendido ante tan extravagante recuperación del buen humor político.
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