Instituciones, entre la desconfianza y la salvación
Lejos del "Que se vayan todos", la movilización por el fiscal Nisman puso en escena un reclamo colectivo al Gobierno, el Congreso y la Justicia
La postal del 18-F no podría haber tenido un carácter más cinematográfico: miles de ciudadanos, aferrados a sus paraguas, desplazándose como una marea silenciosa, sin consignas insultantes ni emblemas partidarios, marcharon bajo una lluvia torrencial por las calles de Buenos Aires y de distintos puntos del país.
Corolario del mes que comenzó con la dudosa muerte del fiscal Alberto Nisman, convocada por un pequeño grupo de fiscales, en gran parte desconocidos por la opinión pública, la Marcha del Silencio trascendió a sus organizadores, y la ciudadanía (tan desoída por un gobierno ensimismado como poco o mal representada por la oposición) tramitó pacíficamente demandas insatisfechas vinculadas con la impunidad.
Según Gerardo Scherlis, doctor en Ciencia Política de la Universidad de Leiden (Holanda), la consternación que embargó a tantos argentinos este mes permite dimensionar la importancia de las instituciones. "Parafraseando la tan manida frase, podríamos decir: al final, en el fondo de la olla, ¡son las instituciones, estúpido!", afirma. Según el investigador del Conicet, es un lugar común hablar de "crisis de las instituciones" en la Argentina. Pero cuando un fiscal que acusa a la Presidenta muere en circunstancias tan dudosas, y a esa muerte le sigue "la creencia mayoritaria de que nunca sabremos con certeza qué ocurrió, son los añicos de las instituciones los que nos producen tanta desolación".
Por eso, para Scherlis, dados los antecedentes del país, pocos esperaban desde el 18 de enero un comportamiento transparente y eficiente de las instituciones del Estado, como pocos esperaban lo que considera una actuación muy desafortunada de la cabeza del Ejecutivo. "Su reacción no puede dejar satisfechos ni a sus más incondicionales. Tiró manotazos para un lado y para otro, aseguró un suicidio primero y un homicidio -sin pruebas pero con convicción-. Habló de la vida íntima del muerto, de su mal desempeño como padre. Nada que pueda pensarse como orientado a clarificar qué ocurrió y todo deliberadamente orientado a embarrar la cancha", explica. "Y luego, su decisión más estratégica y enojosa, de dar vuelta la página, de dejar de hablar de estos problemas que vienen «de afuera» para, en cambio, festejar la felicidad de vivir en este hermoso país, insistir en las virtudes del Gobierno y vituperar a quienes sí quieren seguir hablando del tema. ¿Es muy aventurado que tanta gente se pregunte si el Gobierno tiene algo que ocultar?", enfatiza.
Marcelo Leiras, profesor de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés, cree que hay varios elementos alarmantes de la institucionalidad en el tratamiento político de este caso. "Lo primero y lo más preocupante es la respuesta de Cristina Kirchner: que un presidente de la Nación se permita conjeturar es suficientemente grave. Que se permita conjeturar dos cosas distintas es más grave aún. Y que no reconozca explícitamente la gravedad del hecho ni termine de explicar qué papel cumpliría en esto la diplomacia, los servicios de inteligencia del país, es muy preocupante", afirma.
Pero Leiras también critica la jugada de los fiscales de convocar a una marcha para homenajear a la figura de Nisman. Le parece una intervención política muy poco feliz, porque su función no es constituirse en voceros de una demanda ciudadana. "La demanda de «a un colega nuestro lo mataron, dame garantías porque yo quiero trabajar» me parece legítima y hacerla pública no me parece mal. Ahora, homenajear a Nisman como persona me parece irrelevante e impertinente, porque estuvo 10 años investigando una causa en la que avanzó nada y en la que terminó con una acusación a la Presidenta y al canciller con información de los diarios y de inteligencia cuyo aporte más significativo es la relación entre un funcionario de tercer orden del Gobierno, un agitador profesional como Esteche y un barrabrava de All Boys", grafica. "Pero Nisman murió de manera sospechosa y eso es lo relevante. Hay una cosa muy importante para proteger en la cultura política argentina desde el 83, que es el rechazo a la muerte política. La única cosa que aprendimos de los 70: no se mata para hacer política."
Para Scherlis, con el Poder Judicial ocurre algo ambivalente, porque por un lado existe una profunda desconfianza -por la idea de subordinación al poder político-, pero por el otro aparece como una última tabla de salvación. "Una cierta necesidad de creer que existen los jueces y fiscales «buenos», que a pesar de todo son dignos y luchan por la verdad. Quizás en alguna medida esto comprenda también a la Corte Suprema, como último refugio."
Si hubiera que elegir una palabra que refleje el estado de cosas, Leiras elige "desmesura": de la Presidenta y de los fiscales. Y también remarca la incapacidad de la oposición para articular esto políticamente. "Es muy triste ver a candidatos presidenciales al final de una manifestación cívica. Si es un reclamo ecuménico, ¿por qué no pueden encabezarla? Los candidatos de la oposición no van adelante, sino atrás, en la cola. Eso dice mucho de la Argentina de hoy."
Ambos investigadores coinciden en que los otros poderes del Estado no gozan de una confianza mucho mayor, pero Scherlis remarca que la centralidad de la figura presidencial pone sobre Cristina Kirchner las mayores expectativas; y lo contrario ocurre con el Congreso. "A diferencia del «Que se vayan todos», en este caso hay una profunda desconfianza hacia las instituciones, pero unida a la convicción de que sin instituciones estatales más transparentes y eficientes, la vida en común es un verdadero páramo", termina.