Internas y caprichos en medio de la furia
Trece muertos en una semana de sangre y fuego . Queda el espectáculo de vecinos armados hasta los dientes para repeler a vecinos. Sobrevive el pésimo precedente de fuerzas de seguridad con la cadena de mandos destruida. Esos organismos son instituciones disciplinadas y verticales. Sin esas condiciones, se convierten en simples bandas armadas. Una sociedad con más temor que esperanza, con más tensión que paz, espera otro fin de año impregnado de violencia . La dirigencia política está preparada para vivir las próximas dos semanas en un clima de malos presagios.
Es difícil explicar las escenas o los preparativos de enfrentamientos civiles sin banderas ni ideologías. Ni siquiera hay lucha de clases. Se roba al que se puede. Se destruye para festejar, como sucedió en la Capital con algunos fanáticos de Boca. ¿Influye la pobreza y la indigencia de vastos sectores sociales? Es parte del problema. Hay muchos argentinos que van por la tercera generación que no conoció el trabajo ni la ambición del ascenso social. ¿Hubo conexiones entre los policías sublevados y los depredadores? Sin duda. En algunos casos, los propios policías cometían los desmanes. ¿Hubo exceso de violencia en el delito sólo por puro resentimiento? También fue así, después de diez años de discursos del poder cargados de resentimientos.
El clima y sus razones son ajenos a una presidenta distante. Una presidenta capaz de bailar en público al ritmo de tambores mientras en su país ya había, en ese momento, diez muertos. Tuvo razón Hermes Binner cuando dijo que un solo muerto hubiera justificado la suspensión de los festejos por los 30 años de democracia. Fue la radiografía perfecta de un gobierno desubicado. Prevaleció en Cristina Kirchner la eterna decisión de no mostrarse vencida. Nadie podrá nunca torcer su brazo. Sólo en las apariencias. Sus gobernadores les concedían a las policías los aumentos que éstas pedían. Su gobierno instaba a los supermercados a entregar bolsas de comida a cambio de que no los saqueen. Eran las imágenes de la derrota y la rendición.
El Gobierno ya no sabe lo que pasa. Tampoco sabe cómo actuar. La Presidenta se reservó sólo un implacable derecho de veto. Dejó acéfala la Defensoría del Pueblo de la Nación sólo porque los senadores opositores, y algunos oficialistas, rechazaron las propuestas de Abal Medina y de Daniel Filmus para cubrir ese cargo. No propondrá a nadie si los senadores no hacen lo que ella quiere. No negociará nada. El tiempo incipientemente consensual iniciado por Jorge Capitanich terminó con la reaparición presidencial.
El primer fuego del incendio nacional, en Córdoba, no se apagó por culpa de las luchas internas en el Gobierno. Capitanich quiso acudir en ayuda de José Manuel de la Sota, pero se le interpusieron en una noche avanzada Carlos Zannini y Sergio Berni. Zannini detesta a De la Sota, pero también odia a su oriunda Córdoba. Un viejo amigo lo llamó desde Córdoba y le suplicó: "Te pido que mandes la Gendarmería. Te pido que lo hagas como cordobés". Zannini le contestó con una frase furiosa: "Hace mucho que no soy cordobés. Soy santacruceño". Berni no se opuso por especulaciones políticas. Temía sacar a la Gendarmería del conurbano, y temía más que la sublevación y los saqueos contagiaran al conurbano. Ninguno quiso despertar a la Presidenta. Cuando amaneció, Cristina cambió la orden y mandó la Gendarmería a Córdoba. La devastación estaba consumada.
Daniel Scioli entrevió a tiempo que el contagio del conurbano hubiera significado un país inmanejable. El lunes último, cuando se le empezaba a sublevar la policía, su responsabilidad política era mucho más grande que la de gobernador bonaerense. Sergio Massa explicó la situación a la policía con palabras exactas: "El control del conurbano es difícil con ustedes, pero sin ustedes, es imposible".
Scioli habló con gobernadores, curas, políticos, sindicalistas y policías de cualquier condición. Le pidió a Mauricio Macri que no le conceda más aumentos a la Policía Metropolitana, tomada como referencia por el resto de las policías. Al final, tiró sobre la mesa un aumento salarial acordado con el resto de los gobernadores. Frenó la hemorragia, justo al borde del abismo. "Esta noche hubiera sido dramática sin una solución", dijo luego. El primer round entre Scioli y Capitanich por la candidatura presidencial dejó al jefe de Gabinete atrás, muy lejos del gobernador.
Capitanich aseguró a los jueces de la Corte Suprema que ningún gobernador tiene recursos para pagar los aumentos salariales que les concedieron a sus policías. Ninguno. Al jefe de Gabinete se le voló su capital político en esos días de furia. Se le sublevaron, para peor, la policía de su provincia y el vicegobernador que había dejado en su lugar. Se abrió otra hemorragia. La puja salarial que apenas comenzó, y que tiene como referencia los satelitales aumentos a las policías, es intolerable para un gobierno que se había propuesto frenar la inflación. El propio Capitanich planificaba adelantar las paritarias para antes de fin de año, mediante un acuerdo de precios y salarios. Ese plan ya no existe.
El efecto contagio empujó a Berni a dar a las fuerzas federales un aumento preventivo. En rigor, ya habían comenzado a circular documentos internos entre policías federales. Éstos tenían siempre salarios reales de unos 3000 pesos superiores a los de las policías provinciales. Habían quedado equiparados después de la ola de aumentos en el interior. No lo aceptaban. Pero ¿de dónde saldrán todos esos recursos que no prevé ningún presupuesto y que no tiene respaldo en el Tesoro? Es probable que Cristina siga esquilmando al Banco Central y ordene un ritmo más rápido en la emisión de dinero. Un nuevo rebrote de la ya alta inflación la aguarda a la vuelta de la esquina.
En Córdoba, Tucumán y Chaco ocurrieron los estallidos más violentos del delito. En Córdoba se saquearon 2000 casas particulares. En Tucumán sucedió lo mismo, aunque no hay una cifra precisa. Los primeros saqueos de Córdoba ocurrieron en el barrio Cerveceros, el mismo barrio donde se acuarteló la policía. El vínculo entre una cosa y la otra es inevitable.
Informes de la policía cordobesa indican que también hubo una venganza policial contra De la Sota, porque decidió hace poco enfrentar al narcotráfico. Relevó para aplicar otra política al ministro de Seguridad, al jefe de policía y al de la división Drogas Peligrosas de su policía. El gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, fue tiroteado por un policía, por lo menos, luego de establecer que libraría un combate contra el narcotráfico. Los traficantes se pavonean desestabilizando la política. Lo intereses perversos, que existieron, confluyeron con la pauperización salarial de la policía y con los estragos generales de la inflación.
Esos fueron los disparadores. Luego apareció la violencia de importantes sectores sociales. El Gobierno produce actos violentos. ¿Qué es, si no violencia, la suspensión del fiscal José María Campagnoli porque investigó al empresario kirchnerista Lázaro Báez? La violencia en la sociedad preexistía. Por contagio o por la razón que fuere. En cualquier calle, parece que los argentinos no se soportan entre ellos. Una sociedad entera desconfía del otro. La convivencia de las villas miseria y los barrios elegantes, separados a veces por pocos metros, pende de un hilo, frágil e inestable. El Estado es una ausencia permanente, como referencia o como límite. La violencia estalló en ese contexto que ya existía.
Todo sería más fácil para la Presidenta si viera más problemas que conspiraciones y si tuviera más dinero que la insolvencia que administra, después de una década llena de plata inútilmente despilfarrada.