Miradas. Ir por todo hasta el último suspiro
Fue tanta la ambición que se encaramó al populismo kirchnerista, y tan fértil el sustrato cultural y moral que encontró, que este gobierno logró casi todo lo que se propuso: destruyó el diálogo y la palabra, canceló las estadísticas y la verdad, y hoy se empecina en hacer añicos la división de poderes.
Había que arrasar con todo y convertirlo en tierra yerma para apropiarse de los resortes del Estado, sobre todo de los fondos públicos, con el objetivo de quebrar la alternancia democrática y quedarse para siempre en el poder. Para esto, el ejército de ocupación oficial trabajó en dos niveles: el visible y el invisible. En el visible, impulsó iniciativas inimaginables y escandalosas, traficadas con un discurso capaz de camuflar las intenciones más aviesas. En el invisible los modos suelen ser aun más brutales y los triunfos, aunque asordinados, pueden luego resultar decisivos. Este doble juego, que sorprendió y desorientó a la oposición una y otra vez, volvió a quedar en evidencia por estos días en las batallas que, causa por causa, ha estado librando el Gobierno con la Justicia o lo que queda de ella.
Puede que el kirchnerismo no haya logrado hacer ley la muerte del Poder Judicial con el proyecto de "democratización de la Justicia", pero en el combate de trinchera, palmo a palmo, logró en buena medida lo que aquella frustrada estrategia de máxima le aseguraba: convertir a los Tribunales en el patio trasero de la Rosada para garantizar la impunidad de una corrupción que, sin jueces que la sancionen, parece no reconocer límites ni vergüenzas.
El dictamen de Javier De Luca que dio la estocada de gracia a la denuncia de Nisman contra la Presidenta fue la nota final de una obra muy bien montada. Participaron en ella otros virtuosos tan fieles a la partitura como este fiscal de Justicia Legítima. Primero, Rafecas, molto agitato, desestimó la denuncia sin tomar ninguna de las medidas de prueba pedidas por el fiscal Pollicita. Luego, los jueces de la Sala I de la Cámara Federal, tras confirmar presto el fallo de Rafecas con los votos de Ballestero y Freiler, hicieron abuso del ritardando y estiraron los tiempos una eternidad: no concedieron la apelación al fiscal Moldes hasta asegurarse que fuera De Luca quien, en Casación, diera la nota desafinada que puso fin a la farsa y enterró la denuncia por la que Nisman terminó muerto. Tras la performance, los aplausos atronaron en el oficialismo. A la directora, que no deja la batuta ni para dormir, sólo la complace oír su música.
Mirar hacia afuera resulta desolador, porque las comparaciones son inevitables. En Brasil, los jueces detuvieron al tesorero del PT, João Vaccari Neto, por lavado de dinero y soborno en el escándalo de Petrobras, mientras la popularidad de Dilma caía al 13%. En España fue detenido Rodrigo Rato, ex director del FMI y ex ministro de Economía del partido de gobierno, acusado de corrupción. En Chile, Bachelet pagó con una enorme pérdida de imagen positiva los dudosos manejos inmobiliarios de su hijo, a quien separó del gobierno y puso a disposición de los jueces.
Aquí el vástago de Cristina tiene más suerte que el hijo de Bachelet. Máximo está siendo investigado por el alquiler de habitaciones nunca ocupadas del hotel Alto Calafate a Austral Construcciones, de Lázaro Báez, por 10 millones de pesos. Pero confía en su madre, también implicada en el proceso: la investigación del juez Bonadio por lavado de dinero pende de una inminente decisión de la Cámara de Casación penal, asediada por los que buscan la nota desafinada que le quite al juez la causa Hotesur. Ayer han pedido separar a dos camaristas que no estarían dispuestos a desafinar, mientras, por las dudas, iniciaban los trámites para derivar todo a los jueces amigos del Sur.
Esto es grave, pero hay algo peor: en medio de los escándalos judiciales y de la "inexplicada" muerte de Nisman, Cristina acrecienta su imagen positiva (lo mismo que Scioli, que ahora se presenta con orgullo como el continuador del "proyecto"). Más que lo que sucede en los tribunales, son estos datos estadísticos lo que nos diferencian de España, Chile o Brasil. Y por eso la Justicia está como está.
Mientras, hablamos de supuesto lavado de dinero, supuesta malversación de fondos, supuesto latrocinio, en la espera de que, ante las evidencias acumuladas, alguna sentencia ejemplar que nunca llega nos permita prescindir del adjetivo.
Pero no todo está perdido. La Corte Suprema declaró el martes la nulidad de la lista de conjueces designados por el Gobierno para cubrir vacantes en el Alto Tribunal. Evitó así que la guerrilla oficialista ocupara su territorio y plantara la bandera cristinista. Por allí, no. Pero volverán a asediar la torre.
Es como dijo el fiscal Moldes, al que algún día habría que reconocer, como a algunos de sus colegas, por su valiente resistencia: el kirchnerismo quiere ocupar la Justicia no sólo con el fin de obtener impunidad para los suyos, sino también para perseguir a sus críticos. Por eso, la Corte es la llave de todos sus sueños: impunidad y poder absoluto.
Hasta el último suspiro, el kirchnerismo irá por todo.
Carlos M. Reymundo Roberts volverá a publicar su habitual columna el sábado 2 de mayo
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