Editorial III. Israel y los asesinatos selectivos
Desde que en Medio Oriente comenzó la segunda "intifada", en noviembre de 2000, el grupo fundamentalista islámico Hamas, cuyo objetivo declarado es la destrucción de Israel, ha perpetrado más de 400 atentados contra blancos en ese país. Fueron responsables de 390 muertes de civiles inocentes y de centenares de heridos. El controvertido instrumento elegido para sembrar el terror ha sido el de utilizar personas, generalmente jóvenes de ambos sexos, dispuestas a suicidarse atadas a explosivos, para alcanzar los blancos por otros escogidos.
Una de las respuestas de Israel a esta estrategia ha sido la de llevar a cabo una ola de asesinatos "selectivos" de personas que entiende responsables de los atentados que caracterizan a la segunda "intifada". Más de 100 personas -incluyendo algunas que se encontraban, por casualidad, en la vecindad del blanco en cada caso elegido- han perdido así la vida. Muchas otras han sido heridas. Esta respuesta no es novedosa. La muerte de Fathi Shikaki, dirigente del Jihad Islámico, en Malta, en 1995; la de Yahya Ayyash, el experto más importante en explosivos que entonces tenía Hamas, en Gaza, asesinado en 1996 mediante un teléfono celular, y hasta el fallido intento contra la cabeza del brazo político de Hamas, Khaled Meshal, en Jordania, en 1997, pertenecieron a esta particular categoría de asesinatos.
Recientemente, los dos máximos dirigentes de Hamas fueron sucesivamente asesinados. Primero, Ahmed Yassin y, enseguida, su sucesor Abdel Asís Rantisi.
La actitud israelí es una suerte de reacción cuidadosamente calibrada que no ha interrumpido los atentados con suicidas.
El derecho humanitario internacional considera, recordemos, que durante una guerra causar la muerte de quienes son combatientes no es necesariamente un crimen. Los civiles, en cambio, están cuidadosamente protegidos. Es indudable que los asesinatos selectivos, eufemismo que algunos asimilan a una ejecución sumaria sin juicio previo y que, en algunos casos puede constituir una flagrante violación de las convenciones de Ginebra que regulan el derecho de guerra, merecen la más categórica de las condenas. Como método en sí son abominables. Pero más aun porque con cada asesinato mueren también personas ajenas al objetivo elegido. Resulta, por ende, una respuesta lesiva para las formas de convivencia civilizada y para la resolución pacífica de los conflictos.
El solo hecho de pensar en utilizar este tipo de "armas", y en las consecuencias de todo tipo que su utilización implica, incluyendo la generación de profundos odios y resentimientos, nos empuja a valorar aún más la paz.
Lamentablemente, el problema de la violencia en Medio Oriente no tiene visos de encarrilarse en dirección a una solución justa y duradera. De alguna manera, los poderosos del mundo y, por lo tanto, quienes más responsabilidades tienen, con los Estados Unidos a la cabeza, transmiten señales de no estar haciendo todo lo necesario. Mientras esto ocurra, las muertes continuarán afectando a israelíes y palestinos en una espiral interminable de sufrimiento, sangre y horror.
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