Jorge Sabato, el Prometeo de la ciencia argentina
Desde que Prometeo se apiadó de los hombres, que vagaban ignorantes por la oscuridad de la Tierra, y les enseñó el dominio del fuego divino robado al Olimpo, la humanidad comprendió que la técnica es la lumbre de la prosperidad. Más tarde, la racionalización de aquel conocimiento técnico y de sus alcances -compendiada en el apotegma de Bacon, Scientia est potentia- inauguró la modernidad y el progreso. Finalmente, la masiva aplicación de la ciencia ocurrida durante el siglo XX, consagró la certeza de que la tecnología constituye la brecha distintiva del desarrollo.
Lo que resta por dirimir entre políticos y analistas es el mecanismo para incorporar las tecnologías que permiten sortear aquella brecha. Algunos lo explican mediante las dotes excepcionales de actores individuales (racionales, geniales o carismáticos); otros confían en las instituciones (universidades, partidos políticos, FF.AA., agencias estatales, empresas), y el resto lo atribuye a vastas fuerzas estructurales (mercados, sistemas de producción, multinacionales, ideologías o bloques políticos).
La Argentina ha recorrido un trayecto sinuoso a lo largo de esa brecha: ha confiado todo a líderes iluminados, ha construido y destruido alternativamente instituciones, o pendulado entre el idilio y el odio hacia las estructuras mundiales. Sólo logramos consolidar algunos pocos nichos tecnológicos de avanzada (nuclear, aeroespacial, bioquímica, etcétera).
En esta época de intensos debates revisionistas en torno al aporte de actores históricos polémicos y vetustos que dividen más de lo que construyen, se impone recordar a un verdadero prócer moderno e incuestionable, del cual se cumplen noventa años de su nacimiento y treinta de su deceso, y cuya obra aunque no suficientemente difundida, ofrece un modelo para hacer de la tecnología la llave del despegue a un desarrollo integral.
Se trata de Jorge Alberto Sabato, el "Man" entre sus allegados, o "Jorjón" para círculos más amplios. Miembro de una conspicua familia argentina, fue sobrino del célebre escritor y físico, del químico Arturo y del tecnólogo Juan; estos dos últimos muy involucrados en los debates por el autoabastecimiento petrolero; fue primo del recordado politólogo y vicecanciller Jorge Federico, y del cineasta Mario, y padre de Hilda, renombrada historiadora. Este "otro Sabato" completó una enorme y fecunda obra. Como ideólogo del desarrollo tecnológico autónomo argentino, fue creador y líder de numerosas instituciones de investigación en el campo nuclear, inspirador de varias generaciones de técnicos, políticos y académicos, y autor de páginas plagadas de humor, ingenio, patriotismo y confianza en la ciencia, la tecnología y la Argentina.
La clave del éxito de Jorge A. Sabato radicó en su capacidad para combinar la incorporación de know-how, la institucionalización de esos conocimientos, la relevancia de tales desarrollos entre las demandas de nuestra sociedad y su articulación con la realidad internacional. Pero, sobre todo, supo dar a esa combinación de cuatro capacidades su amalgama sustancial, mediante lo que los scholars denominan el "factor cultural": una mística de trabajo en equipo, con coraje, ambición, rigor intelectual, esfuerzo, disciplina de trabajo, libertad de opinión, patriotismo y, en especial, con objetivos que, compartidos con las instituciones y el país, dan al mismo tiempo sentido a la vida de cada individuo.
En síntesis, honrar la memoria de Jorge A. Sabato como un "Prometeo argentino" no significa hacer de él un mesías, sino, por el contrario, evocarlo como un hacedor, un constructor de instituciones vitales y trascendentes, idóneas y meritocráticas, autónomas y representativas, capaces de articularse con el resto de la sociedad y de interactuar con habilidad y sin temor; es decir, virtuosamente, con las indispensa bles fuerzas globales de nuestra época.