Kirchner no es De la Rúa
Néstor Kirchner no es Fernando de la Rúa. Pero tampoco es Ricardo Lagos. Son las dos formas de mirar el vaso, medio lleno o medio vacío, del escenario político posterior a la paliza electoral (como diría Bush) que Kirchner sufrió en Misiones.
No es De la Rúa porque se hizo cargo de la derrota pese a que públicamente no dijo una palabra. Así como los jueces suelen expresarse a través de sus fallos, el Presidente se manifestó con hechos concretos que evidenciaron que acusó recibo del mensaje de las urnas. Cuando De la Rúa sufrió un duro llamado de atención en las elecciones legislativas de 2001, prefirió (como en muchos otros planos) mirar para otro lado y lavarse las manos. Quiso barrer los votos castigo bajo la alfombra. Así le fue y así nos fue.
No debe haber peor error político que negar la realidad, girar en falso, operar sobre un mundo virtual, comprar el diario de Irigoyen, creerse vestido y estar desnudo.
Afortunadamente para la consolidación de la democracia, Kirchner hizo todo lo contrario. Se autoincriminó. Le dijo al gobernador bonaerense: “No te equivoques, Felipe, el que perdió en Misiones fui yo”. Y era rigurosamente cierto. El Presidente había decidido apoyar a un impresentable aspirante a emperador solo por lealtad y encima fue el responsable de nacionalizar la campaña que fue el comienzo del fin para Carlos Rovira.
Según toda la información disponible, después del primer impacto que los paralizó, el matrimonio presidencial, casi en soledad, decodificó las demandas sociales y acertó en el rumbo y en la velocidad de las medidas que tomó.
Bajó de un plumazo a Fellner en Jujuy y a Solá en Buenos Aires, y puso sus cañones contra todo lo que se asemejara a una reelección. Incluso algunos tienen la esperanza de que esa cruzada republicana sepulte las reelecciones de intendentes, de legisladores y hasta la que impuso en la provincia de Santa Cruz.
Pasó a retiro a la conducción del Hospital Francés, ligada a Alberto Fernández. Esa conducción fue la que llevó los grupos de choque al conflicto. La reemplazó por gente de prestigio social.
Obtuvo amplio consenso con la idea de reducir a cinco miembros la Corte Suprema de Justicia. El proyecto fue anunciado por la senadora Cristina Fernández de Kirchner en medio de la cordialidad de un té con un grupo de periodistas profesionales de distintos matices ideológicos. Ese escenario sirvió, de paso, para enviar otro mensaje: queremos mejorar en algo la pésima relación que tenemos con la prensa.
Algunos militantes del oficialismo podrán argumentar que Kirchner demostró, desde un comienzo, que no era De la Rúa. Que mostró su indudable capacidad para enfrentar y resolver problemas, más allá de si creemos o no que fueron las decisiones más racionales. Es verdad. Pero faltaba demostrarlo en medio de una crisis o retrocediendo. Siempre conviene juzgar a los dirigentes políticos en las dos situaciones. En el triunfo y en la derrota.
En el triunfo, después de las elecciones legislativas, Kirchner se mostró activo y con iniciativa, pero altanero, agresivo y muy refractario hacia las demandas de los partidos opositores, de ciertos sectores ciudadanos y de parte del periodismo. Tanto con el Consejo de la Magistratura como con los decretos de necesidad y urgencia, o con las alianzas con políticos y sindicalistas sospechados de mala praxis y con alto nivel de imagen negativa. Fue como si sintiera que la victoria de Cristina en las urnas fuera un cheque en blanco para hacer cualquier cosa. Avanzó sin prestar atención a las advertencias pensando que nada podía afectar su liderazgo hasta que, después de una serie de barquinazos, muy duros (San Vicente, Hospital Francés, acusaciones falsas a periodistas) chocó con la pared de Misiones.
Allí apareció otro Kirchner. Más parecido al de la primera época. Mucho más atento a las banderas que levantó la oposición sobre la calidad institucional. Podría haberse refugiado en sí mismo. Podría haber redoblado su apuesta autoritaria diciendo con revanchismo: “Me ganaron en Misiones…, ahora van a ver lo que es bueno”. Pero no lo hizo. La democracia jugó como pocas veces su rol maravilloso, que coloca límites y corrige rumbos. Algunos hombres de buena fe creen que sólo fue el milagro de un obispo.
Por eso, ahora el desafío se agigantó para la oposición. Para conseguir los equilibrios y la alternancia que toda democracia necesita, los dirigentes opositores van a tener que apelar a su máxima creatividad, ya que deberán competir con posibilidades ciertas contra dos Kirchner: contra el “malo” que chocaba contra todo el mundo y contra muchas instituciones, y que humillaba a muchos adversarios y compañeros de ruta, y contra el “bueno” que amaneció después de la noche misionera, y que amenaza con aferrarse a mejores prácticas y a concretar muchas de las buenas ideas de sus opositores.
La pregunta del millón es saber si su ADN de caudillo provincial le va a permitir aproximarse a la figura del estadista que fue y es Ricardo Lagos, el ex presidente de Chile. Sus pergaminos académicos e intelectuales no los tendrá nunca. Sus profundas lealtades republicanas todavía están por verse. Por ahora, no se sabe a ciencia cierta si este Kirchner bueno esta afirmado en sus convicciones más profundas, como Lagos, o en sus conveniencias más urgentes. Hay una larga lista de temas que van a permitir estudiar su comportamiento.
¿Cumplirá su promesa de otorgar la personería gremial a la CTA (Central de Trabajadores Argentinos)? ¿Se atreverá a abrir ese espacio de libertad sindical que limite el jurásico poder de dirigentes sindicales con un patrimonio muchas veces inexplicable, rodeados de matones y atornillados a sus sillones por varios períodos?
¿Comenzará algún tipo de diálogo con los bloques parlamentarios (empezando por el propio) y con los partidos políticos, con el objetivo de acordar una agenda de Estado?
¿Abandonará o mantendrá, tal como insinuó con sus declaraciones de ayer, una actitud hostil hacia todo el que piense distinto?
¿Desistirá de utilizar superpoderes o facultades delegadas para una emergencia que ya no existe?
¿Limitará en serio el poder de Luis D’Elía o lo alentará a que siga confrontando con la ley pero fuera de su cargo, aunque con toda su estructura ratificada y fortalecida?
¿Constuirá un país en serio, como prometió, con los puentes del consenso que simboliza Ricardo Lagos, o un país poco serio, con las trincheras del disenso que propone Hugo Chávez?