La Argentina entre dos mundos: de ejemplo a destino tóxico
La vida pública está sumergida desde hace 15 días en un mar de perplejidad. Entre todas las incógnitas, hay una dominante: ¿por qué la Argentina de Mauricio Macri, que era señalada por el mundo como un ejemplo global, se transformó en un destino tóxico? La pregunta cobija una trampa. Es la palabra "mundo".
Desde que llegó al poder, Macri fue felicitado por los líderes políticos de orientación capitalista. Esos dirigentes, jefes de Estado y de gobiernos, saludan en él a quien logró derrotar al populismo sin necesidad de que implosione. Con argumentos y proselitismo electoral. Este "mundo" sigue apreciando a Macri. Sobre todo cuando lo mira a contraluz de la escena regional: la crisis humanitaria de Venezuela, el enigma brasileño, la acefalía de Perú y la posible victoria de Andrés López Obrador, en México.
Hay otro "mundo", que funciona con una lógica distinta. El de la inversión. Las empresas que producen bienes o servicios analizan oportunidades, calibran costos, y se comprometen o retiran según el atractivo de cada negocio. En el sector financiero esos movimientos son más veloces y repentinos. Y están regidos por el costo de oportunidad. Las colocaciones comparan con la alternativa disponible en cada momento.
La gestión Macri fue fascinante para los expertos en finanzas en sus primeros meses: levantamiento del cepo, acuerdo con los holdouts, blanqueo. La excitación cedió después a la monotonía del gradualismo. Los hombres de negocios entendieron el corazón de esa receta: la sustentabilidad macroeconómica es una quimera si carece de sustentabilidad política. Por lo tanto, se deben alcanzar al mismo tiempo objetivos contradictorios. Sobre todo dos: reducir la inflación pero sin sacrificar el crecimiento. Un programa así no deja a nadie del todo contento, ni del todo insatisfecho. E inspira una sensación de fragilidad permanente.
En el contexto de estas preocupaciones, el Gobierno puso en tela de juicio la estrategia de Federico Sturzenegger al frente del Banco Central. Su táctica de tasas altas no doblegaba la inflación, pero amenazaba el crecimiento. El 28 de diciembre pasado, la Casa Rosada impuso una nueva política monetaria. Reemplazó la meta de inflación por una un poco más realista. Sturzenegger aceptó, se ignora con cuánta convicción, ejecutar la nueva partitura. Quedó sembrada una semilla venenosa: la incógnita de quién decide. Después de jurar por la libre flotación, Sturzenegger comenzó a intervenir en el mercado de cambios. Y abjuró también de su credo sobre los tipos de interés. El Central, o quien determina su conducta, comenzó a manipular el tipo de cambio como instrumento para frenar la carrera de los precios. El giro produjo una confusión conceptual. Pero, sobre todo, ocasionó pérdidas. En especial a la muchedumbre de ahorristas que compraron Lebacs con la premisa de que, si aumentaban las expectativas de inflación, subirían los rendimientos. Cuando, en realidad, bajaron.
Este comportamiento errático se volvió más inquietante, a los ojos del mercado financiero, contra el telón de fondo de un cambio internacional. A partir de febrero empezó a conjeturarse una suba de la tasa de interés de la Reserva Federal y, por lo tanto, un fortalecimiento del dólar. El rendimiento de los bonos del Tesoro de 10 años mejoró. A algunos inversores que participaron de la reunión del FMI en Washington, a mediados de abril, les llamó la atención que los funcionarios argentinos no se mostraban intranquilos frente a esa mutación.
Estas tensiones se desencadenaron el 25 de abril. Los mercados emergentes sufrieron una fuga de capitales hacia el dólar. El Banco Central argentino, a diferencia de instituciones similares, optó por resistirla vendiendo reservas. No hizo más que estimular la oleada. A quienes se desprendían de sus activos en pesos, Sturzenegger les garantizaba una dolarización a bajo costo. La intención oficial, según explicaron en Olivos, fue sostener el tipo de cambio para contener la inflación de mayo. Los resultados fueron muy distintos. También por falta de pericia: "No sabían operar. Ofrecían de a US$ 250 millones. Se los comprábamos todos y la cotización volvía a subir", comentó el titular de un banco local. El Central perdió más de US$ 5000 millones, sin frenar la corrida. Aun cuando ubicó la tasa de interés en 40%. No se sabe, como apuntó el Financial Times, si para tranquilizar a los inversores o para hacerlos entrar en pánico.
Esta secuencia de errores es insuficiente para saber por qué cambió el clima financiero con la Argentina. Por debajo de ella hay una fisura. La economía argentina padece un preocupante déficit de cuenta corriente. Le faltan dólares, en gran parte por el desequilibrio de la balanza comercial. Este problema fue señalado en diciembre pasado por Alfonso Prat-Gay y, en el ámbito académico, por Pablo Gerchunoff, con distinto dramatismo. Roberto Frenkel diagnosticó el problema en estos términos: contra lo que predicó en su momento, el Central utilizó la herramienta cambiaria para controlar la inflación. Así retrasó más el tipo de cambio. Eso es suicida en una economía con déficit de cuenta corriente.
Para comprender la condena del mercado basta con entender este desajuste. Los países que no cuentan con un caudal satisfactorio de dólares son los más vulnerables al cambio en los flujos financieros. En la Argentina ese rojo es de 5 puntos del PBI. Cualquier banquero de inversión corta el financiamiento cuando, en medio de una turbulencia, se topa con esa cifra.
Esta observación plantea la primera paradoja de la crisis: Sturzenegger perdió miles de millones de dólares para defender una paridad inconveniente. Se podría alegar, es cierto, que para ese momento había perdido credibilidad, dentro y fuera del Gobierno, como para arriesgarse a que el mercado encontrara su nivel.
Encerrado en una crisis grave que, en gran medida, fue autogenerada, Macri debió ir al Fondo Monetario Internacional. Aceptó, contra la opinión de varios miembros de su gabinete, el consejo que venía formulando desde varios días atrás Luis Caputo, el ministro de Finanzas y primo hermano de su alter ego, Nicolás Caputo. El recurso al Fondo fue una jugada audaz, sobre todo porque estaba poco preparada. Se sostuvo en las opiniones favorables de Christine Lagarde sobre la estrategia económica, durante su visita de marzo a Buenos Aires. La prueba de que los funcionarios no contemplaban la gestión que Nicolás Dujovne está realizando en estas horas es que durante la asamblea de abril nadie exploró un acuerdo.
Macri necesita desde anteayer encontrar una diagonal entre gradualismo y acuerdo con el Fondo. La Argentina no puede aspirar a una Línea de Crédito Flexible, como las que se otorgaron a México o a Colombia. Para este tipo de préstamo, que carece de condicionalidades, se requiere una posición externa sólida y baja inflación.
Los expertos presumían ayer que el país tendría derecho a una Línea de Precaución y Liquidez, ideadas para países con problemas de balanza de pagos, que aplican políticas correctas pero están expuestos a vulnerabilidades. Para este tipo de auxilio las condicionalidades son ex post. Pero las novedades que llegaban anoche desde Washington no eran tan alentadoras. El Fondo sólo estaría dispuesto a conceder un acuerdo Stand-by clásico. Es decir, un préstamo que obliga a un programa de ajustes y reformas estructurales. La negociación puede llevar hasta seis meses. El gradualismo requerirá de una defensa más enfática.
Hay una cuestión principal: ¿el Fondo entregará dinero a quienes aprovechan el dólar barato para atesorar o hacer compras en el exterior? En otras palabras:¿ no pondrá como requisito la corrección del atraso cambiario? Sería la segunda paradoja de esta crisis: se pide asistencia al Fondo para evitar una devaluación; pero la condición que pondrá el Fondo para esa asistencia podría ser una devaluación.
Algunos interrogantes son de más difícil respuesta. ¿Se le sugerirá a Macri que reemplace al desgastado Sturzenegger? ¿Habrá una corrección en el sistema de toma de decisiones económicas? En la mayoría de los casos, cada determinación oficial depende del consenso de, por lo menos, 7 funcionarios. Es un método inusual, sobre todo cuando se navega en una crisis. Además, la comunicación entre los funcionarios suele ser poco transparente. Por ejemplo: Macri no parece ser consciente del consenso adverso que había logrado Sturzenegger en el resto del equipo. Da la impresión de que la calidad en los diagnósticos y las resoluciones se sacrifica en homenaje a la armonía de grupo o, dicho de otro modo, por horror al conflicto. Un defecto inesperado en un gobierno que se ufana de tener como máxima virtud la capacidad de gestión.
A la negociación con el Fondo aún le falta un entramado político. Macri deberá aprovechar la cordialidad que le dispensan Donald Trump, Angela Merkel, Emmanuel Macron o Mariano Rajoy, para mejorar su posición frente al staff del organismo. Muchos observadores se preguntaban ayer por qué no se adoptó este punto de partida, antes de descender a la discusión técnica. Curiosidad: ¿existe además, una negociación discreta con China? Habladurías financieras. Lo concreto, hasta anoche, son respaldos de distinto nivel de Estados Unidos, Japón, España y Brasil.
La otra red es doméstica. Es indispensable tejerla, porque las principales promesas del oficialismo son hoy de difícil cumplimiento. Los líderes de Cambiemos se reunieron con el Presidente el lunes por la tarde. Pero recién el martes a la mañana se enteraron de la gestión ante el Fondo. Simple: la noche anterior no estaba decidida. En la reunión del lunes hubo dos intervenciones interesantes. Una fue de Mario Negri, quien pidió a Macri que explique la crisis por cadena nacional. "Tengo necesidad de hablar, pero voy a esperar a que pase la sesión de las tarifas", fue la respuesta. Marcos Peña relativizó: "Bueno, ya veremos cuándo y con qué formato". El segundo planteo, más duro, vino de otro radical: el jefe del partido, Alfredo Cornejo. "Tenemos que ir a un modelo económico con un tipo de cambio mucho más competitivo". Macri lo cortó: "No podemos. Fijate lo que pasó cuando el dólar llega a 23. La gente enloquece".
La discusión se cortó allí. Pero en la conducción del radicalismo no piensan dejar pasar gratis la tormenta. Como Lagarde, también tienen sus condicionalidades. Un recorte en el número de ministerios y alguna forma de co-gobierno. La discusión todavía no se abrió. Pero Elisa Carrió ya contrasta con la UCR. Ayer dijo que la solución del Fondo era "maravillosa". Y despotricó contra los devaluadores. Aun cuando en privado se queja de que el gabinete haya llegado a estos extremos por tozudez: "Estoy dolida porque no escuchan".
Queda todavía la negociación con el PJ. Cristina Kirchner ve el recurso al Fondo como la corroboración gozosa de todas sus presunciones: Macri es un ajustador neoliberal. Los peronistas antikirchneristas todavía no tienen posición tomada. Sólo atinan a no dificultar el comienzo de las gestiones. En principio admitieron que el acuerdo por el Stand-by no pase por el Congreso. Sin embargo, existe un enigma decisivo: ¿los requisitos que pongan en Washington afectarán las cuentas provinciales?
Esta vez parece haber aparecido un nuevo Macri. Alguien que sólo le habló al despreciable "círculo rojo". Los mercados y los partidos. Todavía falta una explicación para el común de los mortales. Porque hace apenas 15 días el discurso del Gobierno se refería a que el gradualismo había triunfado: más crecimiento, más exportaciones, más empleo. Ahora la Argentina está negociando con el Fondo. La sociedad tiene derecho a estar desorientada. O se le había ocultado una grave enfermedad. O se está sobreactuando la terapia.