Editorial II. La Argentina y las Naciones Unidas
Como todos los años, cuando se acerca septiembre, las miradas de la comunidad internacional convergen hacia Nueva York, más concretamente en dirección a las Naciones Unidas, en cuya sede comienza a sesionar, por un nuevo período, la Asamblea General de esa organización.
Este año la temática por considerar incluirá el comienzo de una nueva rueda de discusiones acerca de cómo intentar reformar la estructura central de las Naciones Unidas a la luz de las realidades actuales.
Entre los temas importantes por discutir próximamente se encuentra la eventual reforma del Consejo de Seguridad de la organización.
Hay un conocido grupo de países que se candidatean para tratar de acceder a la privilegiada categoría de miembro permanente del Consejo de Seguridad, hasta hoy reservada a sólo cinco Estados miembros : Estados Unidos, Rusia, Francia, Gran Bretaña y China.
Obtener esa posición permitirá a quien la logre participar activa y constantemente en las conversaciones más importantes de la comunidad internacional, que tienen que ver con la delicada agenda de la paz y seguridad internacionales. Ese diálogo, a su vez, permite establecer un contacto directo con los países que conforman la elite del mundo y negociar con ellos con capacidad real de pesar e influir.
Además, quien es miembro permanente del Consejo de Seguridad automáticamente accede, a juzgar por lo ocurrido ininterrumpidamente desde 1945, a un sitial en la propia Corte Internacional de Justicia y a un lugar en prácticamente todos los organismos de dirección de las múltiples agencias que conforman el sistema de las Naciones Unidas, lo cual multiplica -geométricamente- la presencia y capacidad de influir en el organismo, circunstancia clave que es ignorada por muchos, aquí y afuera.
De allí que países con dimensiones similares a las de la Argentina, tales como Sudáfrica, estén reclamando para sí la posibilidad de obtener esas bancas permanentes. Y que algunos otros, como Italia, estén empeñados en no quedar rezagados y hayan puesto en marcha una estrategia ruidosa para evitarlo, por razones que -con razón- definen como "de interés nacional".
En nuestra región, ante la conducta pasiva de la Argentina, Brasil ha estado, durante años, tratando de obtener el endoso de los otros países de la región, con aparentes buenos resultados. Uno de ellos, al menos, México, no lo ha dado. Por su importancia relativa, esa negativa pesa.
Nuestro país, según las declaraciones de los actuales responsables de la política exterior, tampoco apoyaría a Brasil, en desmedro propio. Porque advierte que está en juego la posibilidad de crear una nueva y peligrosa hegemonía, en una región que jamás la tuvo cuando de paz y seguridad se trataba.
Habría quizás una alternativa para evitar que nadie en nuestra región adquiera preeminencia en ese capítulo de las relaciones internacionales: la de lograr que el eventual sitio permanente para la región sea conferido al Mercosur, rotándolo luego entre sus principales miembros. Esta es la visión del propio vicecanciller de Brasil y la de la diputada italiana Emma Bonino. Es importante tenerla en cuenta, porque, dependiendo de la forma en que se la estructure, ella podría representar una alternativa inteligente, que permita a la Argentina y a Brasil integrar sus agendas de política exterior en uno de sus capítulos más sensibles y superar una situación que dista mucho de ser confortable para dos países cada vez más cercanos.
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