La batalla que cambió el curso de la guerra de la independencia
El 5 de abril de 1818 se libró en Maipú una batalla decisiva, que fue el punto de inflexión en la guerra de la independencia de la América española. Ella fue la culminación de las campañas que colocaron al general José de San Martín en la cúspide de la historia militar de nuestro continente.
Nuestro héroe máximo estaba convencido de que los pueblos hispanoamericanos debían ser todos independientes de la corona española, o ninguno llegaría a serlo. Por ello concibió su plan estratégico continental: atacar al virreinato del Perú, centro del poder realista en América del Sur, y el camino para hacerlo era desde Chile, en una operación anfibia.
Para ello creó el Ejército de los Andes, el mejor, sin dudas, de todos los que existieron en esa guerra. El planeamiento y la perfecta ejecución de la campaña de los Andes culminó en la batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817, que dio la independencia a Chile. En esa campaña se puso punto final a la improvisación bélica y comenzó un período de guerra regular, metódica, sobre la base de ejércitos dotados de una adecuada organización, adiestramiento y disciplina.
El Ejército de los Andes era una gran unidad de batalla argentina; inspirado en él, se organizó el ejército chileno y ambos se unieron en el Ejército Unido de los Andes y Chile, bajo el comando de San Martín.
Pero el virrey del Perú respondió enviando fuerzas que obligaron a realizar una nueva campaña. En ella, el 19 de marzo de 1818, el Ejército Unido sufrió un contraste en la sorpresa de Cancha Rayada, que provocó la dispersión de parte de sus tropas, pero el coronel Juan Gregorio de las Heras logró salvar una fracción de las fuerzas.
El ejército realista estaba comandado por el mediocre brigadier Mariano Osorio, pero su 2º, el competente y valiente brigadier José Ordóñez, era el alma de sus fuerzas, que marcharon envalentonadas hacia la capital.
San Martín no desmayó ante la adversidad. En el breve lapso de 17 días, ofreció un magnífico ejemplo de actividad y de fe en el destino de su causa y supo reorganizar su ejército e inculcarle la confianza y seguridad en el triunfo, que inspiraron a sus soldados en el combate y los llevaron a la victoria. El director supremo de Chile, general Bernardo O’Higgins, leal amigo de San Martín, pese a la herida sufrida en Cancha Rayada, compartió con él esa tarea.
El 5 de abril, los ejércitos enfrentados, similares en efectivos, que superaban los 5000 hombres cada uno, ocuparon sus posiciones. San Martín desplegó su ejército con la infantería en el centro; eran 5 batallones chilenos y 4 argentinos que formaban 3 divisiones, en cada una de las cuales había unidades de ambos países. A su derecha entró en posición la artillería chilena y a la izquierda la argentina. En el ala derecha formaban los 4 escuadrones del regimiento que había creado y comandado San Martín, los granaderos a caballo y en al ala izquierda los cazadores a caballo, 2 escuadrones argentinos y otros tantos chilenos.
En las instrucciones que impartió San Martín antes de la batalla disponía mantener el silencio, que es lo que mantiene el orden y aterra al enemigo. Y recomendaba tomar siempre la ofensiva, por ser ésta la índole del soldado americano.
A las 11.30 comenzó la acción, que se desarrolló con gran intensidad y valor en ambos bandos. A las 14.30 la batalla estaba definida; el comandante en jefe realista Osorio abandonó el campo de batalla, mientras Ordóñez resistía fieramente.
O’Higgins había permanecido en Santiago a causa de su herida todavía abierta. Pero su bravura, que era proverbial, no le permitió resistir mantenerse lejos del campo de combate y pese a la fiebre que tenía, montó a caballo y seguido por débiles efectivos que habían permanecido como seguridad en la capital, marchó hacia el llano de Maipo.
A las 17 llegó al campo de batalla, donde saludó a San Martín con estas palabras ¡Gloria al salvador de Chile! El vencedor le respondió: general, Chile no olvidará jamás su sacrificio presentándose en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta.
A las 18, Ordóñez debió rendirse, con lo que terminó la batalla. Las bajas en ambos bandos fueron muy fuertes. Los patriotas tuvieron entre 500 y 800 muertos y los realistas 1500. Ésta fue la batalla de nuestra guerra de la independencia en que el ejército realista, integrado en su gran mayoría por americanos, tuvo el mayor porcentaje de españoles europeos, el 23%.
Maipú fue la batalla decisiva de la guerra. El virreinato del Perú había sido el centro de irradiación de la conquista de la América del Sur y lo era también del poder realista, cuya supremacía disputaban al norte Venezuela y Nueva Granada y al sur las Provincias Unidas del Río de la Plata y Chile.
A partir de Maipú, el virrey de Lima perdió la iniciativa y debió pasar a la defensiva estratégica. El Perú se volvió vulnerable. Venezolanos y neogranadinos cobraron fuerza. Boyacá, Carabobo, Pichincha y finalmente Junín y Ayacucho se hicieron posibles. Desde ese 5 de abril de 1818, los días del poder de la corona española en América estaban contados.
General de Brigada (R) VGM, Instituto Argentino de Historia Militar