La belleza
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El día en que el último resto de belleza se apague en este mundo no habrá tiempo ni para decir que ya es demasiado tarde. El águila que protagoniza esta foto –no necesita ocupar el centro de la imagen– poco sabe de amenazas, raciocinio, disputas o mezquindad. No conoce el lenguaje, no posee el don de quien fabrica herramientas. Tampoco la probable maldición de quien sabe utilizar a los otros para sus propios fines. No tiene a su favor siquiera uno de los recursos que hicieron de nosotros, tan sapiens y tan escasamente sabios, los amos y señores de todo cuanto vive y padece en el planeta Tierra. Nada de eso; su único bien es el de la gracia. Un don feroz, poderoso, magnético. Una postura magnífica –ese modo de acechar, esas alas que aún no quieren desplegarse– que quizás se potencie por la inconsciencia de quien la posee. El águila, su pavoroso encanto, irradia belleza porque sí.