El Mirador. La ciencia recupera su lugar
La noticia se me impuso como una auténtica novedad: en su edición del pasado domingo 9 de octubre, la lista de ensayos más vendidos publicada por LA NACION aparece encabezada por un libro dedicado a la matemática. Ello prueba, en primer término, el acertado criterio con que Adrián Paenza, autor de la hazaña, encaró la realización de su proyecto, auténtica celebración de la imaginación científica. En segundo término, que éste haya sido el favorable destino de su Matemática... ¿estás ahí? nos habla de un público lector no especializado que ya dista de ser numéricamente intrascendente. En él está viva la sensibilidad hacia la cultura científica.
Las tendencias de una comunidad, en lo que hace a sus preferencias de lectura, suelen ser reveladoras de necesidades que van más allá del trato específico con los libros. Remiten, en lo sustantivo, a exigencias, expectativas, ilusiones y desilusiones relacionadas con el modo de vivir y convivir.
Si de la lista de más vendidos los libros de y sobre la matemática y las ciencias en general pasaran a las cabezas de nuestras dirigencias políticas y empresariales, otro sería el cantar en lo relativo a nuestro futuro como nación. Por ahora, desgraciadamente, no cabe sino empezar por admitir que mientras en la ciudad de Buenos Aires más y más lectores se abren al encanto matemático, en la provincia de Buenos Aires se concentra la gran mayoría de los 6800 maestros que trabajan solos en establecimientos primarios y precarios donde sirven a los chicos que allí van a estudiar lo que se pueda y merendar lo que haya. Más de 100.000 niños se educan (?) en estas condiciones. Y ello, claro está, pese al conmovedor esfuerzo que realizan esos maestros aislados, a fuerza de abnegación, amor al prójimo y templanza excepcional.
Es aquí, justamente, donde vuelve a hacerse evidente la importancia de lo matemático y de la ciencia. La Argentina tendrá el porvenir que en ella tenga la creación de conocimiento, la aplicación de conocimiento, la exportación de conocimiento. Y aun cuando entre nosotros la ignorancia, en este orden de cosas, sigue estando bien asentada, ella va dejando de ser, si bien se mira, un rasgo definitorio excluyente de nuestra identidad. Fuerzas innovadoras y revitalizadoras están empezando a operar en la entraña de un suelo que, en la superficie, sólo parece apto para la floración del fracaso reiterado. De ellas, sin duda, es un indicio alentador la repercusión que viene alcanzando el libro de Adrián Paenza. Nada más que un indicio si se quiere, pero indicio al fin, de esas fuerzas todavía periféricas que responden en su despliegue a la valoración del conocimiento como recurso imprescindible para alentar la soberanía de la Nación, la formación de una ciudadanía cabal y la conciencia del largo plazo como dimensión temporal en función de la cual debe planificarse el presente. Otro indicio aun más elocuente de lo que digo es el que se encuentra en el interior del país. Expresión de él son los productores agropecuarios cada vez más volcados a la aplicación en su área de las innovaciones científicas y la remodelación tecnológica de su tarea. Asimismo, el Conicet vuelve a dar alentadores signos de vida y a impulsar la capacitación de nuevas generaciones de investigadores. También sobresale la acción de algunas entidades sureñas, como el Invap, que conforma una expresión contundente de la comprensión del futuro necesario.
Todos los que de una u otra forma comparten esta voluntad de construcción nacional saben lo que tan certeramente señaló el doctor Mario Mariscotti, uno de nuestros más destacados físicos nucleares: las industrias que el país requiere deben estar fundadas en conocimientos propios. Sin ciencia de base, tal cosa no puede suceder. Y sin instrucción pública cabal no puede llegar a haber valoración de la ciencia. Esa valoración en la que la alegría de aprender y transmitir está viva y que tan bien queda plasmada en la cálida pregunta de Adrián Paenza: Matemática... ¿estás ahí?
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