La composición tripartita del voto a Kirchner
Durante la semana arreció la versión de que, ante los datos negativos de las encuestas, Menem estaría por renunciar a la segunda vuelta. En el menemismo se descalificó la versión como una "operación" del duhaldismo destinada a difundir la imagen de un Menem vacilante. En círculos duhaldistas se insistió en que la cavilación de Menem era real.
Unos y otros pudieron sostener estas interpretaciones contrapuestas porque partían de una base común: la verosimilitud de la versión. Si las encuestas sobre la intención de voto resultan premonitorias, Kirchner podría derrotar ampliamente a Menem en la segunda vuelta. Ante esta perspectiva, a Menem sólo le quedarían dos opciones que Duhalde definió con cruel precisión en términos boxísticos, como si Menem dudara en su banquillo, antes de sonar la campana del segundo round, entre salir al ring y perder por knock-out, o quedarse en el banquillo y perder por abandono.
Según la ley, Menem tiene hasta pasado mañana para ratificar su inscripción en la segunda vuelta o desistir de ella. Dos argumentos lo incitan en favor de salir al ring y jugarse a todo o nada. El primero, una cuestión de carácter. Menem siempre ha sido un luchador y no querrá que su dilatada carrera política culmine en una claudicación. El segundo argumento corresponde a la teoría de los juegos; abandonar sería renunciar de antemano a una última posibilidad que, aunque ínfima, todavía existe: que Menem, dando vuelta los pronósticos, finalmente gane.
A favor de la opción del abandono parece jugar un argumento maquiavélico: que dejaría a Kirchner con sólo el 22 por ciento de los votos de la primera vuelta, debilitando los inicios de su presidencia a un "nivel Illia", quien llegó en 1963 a la primera magistratura con sólo el 23 por ciento y nunca pudo remontar vuelo.
Si Menem se retirara de la contienda, debilitaría a Kirchner al dejarlo sin otro título que haber llegado segundo en la primera vuelta con un exiguo caudal. A Kirchner pero no a la democracia, como exageró el oficialismo, porque Balbín también "se bajó" en 1973 de la segunda vuelta contra Cámpora sin afectar por ello las instituciones. Debilitando a Kirchner, sin embargo, Menem fortalecería indirectamente a Duhalde, dueño de una alta proporción del modesto caudal de Kirchner en la primera vuelta. Pero aquí cabe otra pregunta "maquiavélica" de signo inverso. Si llegar a la presidencia con sólo el 22 por ciento de la primera vuelta debilitaría a Kirchner y si llegar con un amplio margen en la segunda vuelta lo fortalecería frente a Duhalde, ¿a quién querría dañar más un Menem "maquiavélico"? ¿A Kirchner o a Duhalde? ¿Quién es, de los dos, su verdadero enemigo?
El antimenemismo
Supongamos que la segunda vuelta finalmente ocurre y que en ella, según el vaticinio de los encuestadores, Kirchner vence ampliamente a Menem. Esto sería mejor para el vencedor que quedarse con sólo el 22 por ciento. Aun así, ¿nacería entre nosotros un presidente fuerte ?
Un presidente fuerte nace cuando obtiene una mayoría de votos propios en las elecciones. La obtuvieron Alfonsín en 1983 y Menem en 1989 y 1995. No la obtuvo De la Rúa en 1999, porque una parte de sus votos provenía del Frepaso de Carlos Alvarez, otra del radicalismo de Alfonsín y una tercera del antimenemismo que ya se había hecho presente. Sin una mayoría propia, De la Rúa nació débil.
De triunfar el próximo domingo con la amplia mayoría que se anuncia, la posición inicial de Kirchner sería similar a la de De la Rúa. Tendría una porción relativamente pequeña de votos propios. La segunda porción, mayor, correspondería al caudal electoral que Rosendo Fraga llamó territorial en LA NACION del último miércoles: el formidable aparato político de los intendentes del Gran Buenos Aires que responden a Duhalde. La tercera porción, la más grande, sería la del antimenemismo, que hubiera votado a Kirchner o a cualquier otro con tal de derrotar a Menem.
Unos consideran a Menem nefasto. Otros, providencial. Sea cual fuere la opinión que se tenga de él, una cosa es cierta: que su figura todavía divide las aguas a un punto tal que el menemismo y el antimenemismo, sumados, dominarán las cifras del próximo domingo. También dividieron las aguas los presidentes que más duraron en el poder: Roca (doce años en dos períodos), Yrigoyen (ocho años en dos períodos) y Perón (diez años en tres períodos).
Se puede discutir la bondad o la maldad de estos presidentes. Lo que no puede discutirse es su magnitud . Todos ellos despertaron grandes pasiones mayoritariamente favorables al principio y cada vez más antagónicas con el correr del tiempo. Nos guste o no, después de haber gobernado por diez años y medio seguidos -la continuidad más larga de nuestra historia constitucional- Menem pertenece a este linaje. Pero, como a sus grandes antecesores, también le ha llegado la hora de la reprobación social.
El futuro de Kirchner
Que Kirchner nazca como un presidente débil, sin embargo, no quiere decir que necesariamente lo será. Para medir su evolución en la presidencia habrá que recurrir de nuevo, a partir del próximo domingo, a las encuestas. En El nuevo príncipe , el consultor Dick Morris sostiene que un presidente, para ser fuerte, necesita no sólo haber ganado la elección inicial sino también mantener, a lo largo de su mandato, una aprobación popular no menor del 50 por ciento. Si la pierde, pasa a ser un presidente débil.
Bush llegó al poder con una mayoría tan exigua que aún subsisten dudas sobre si en verdad derrotó a Gore. Pero, al asumir una actitud militante contra el terrorismo a partir del atentado a las Torres Gemelas, obtuvo y mantiene un robusto índice de popularidad. Con la segunda presidencia de Menem ocurrió lo contrario. Habiendo obtenido la reelección en 1995 con un 50 por ciento de votos propios, este porcentaje fue descendiendo hasta que, cuando dejó la presidencia en 1999, apenas retenía un 10 por ciento de popularidad.
Menem empezó su segundo período en 1995 como un presidente fuerte y terminó cuatro años más tarde como un presidente débil. De la Rúa, que empezó como un presidente débil en 1999 porque los votos que le dieron la victoria no eran suyos, terminó como un presidente todavía más débil a fines de 2001 porque, para entonces, su índice de aprobación popular era sólo del 8 por ciento. Lula, que ganó ampliamente con votos propios, hoy retiene un alto índice de popularidad.
Bush nació débil y está fuerte. El Menem de 1995 empezó fuerte y terminó débil. De la Rúa nació débil y terminó más débil. Lula nació fuerte y sigue fuerte. ¿Cuál será, a partir del próximo domingo, la ecuación de Kirchner?
Nacerá débil, como De la Rúa, no por el nivel cuantitativo de sus votos sino por su composición cualitativa porque esos votos, en su mayoría, no le pertenecerán. A partir de ahí, todo dependerá de él. En el horizonte lo espera un conflicto con Duhalde, cuyo supuesto retiro es una fantasía. Si gobierna mal, Duhalde operará contra él en el corto plazo. Si gobierna bien, su choque con Duhalde ocurrirá recién en 2007, cuando él quiera la reelección y Duhalde aspire a volver. Mientras tanto, sin embargo, Kirchner será un presidente fuerte porque los votos ajenos podrán convertirse en popularidad propia y, lo que más nos importa, el país podrá avanzar.