La derrota no es lo único relevante que nos puede suceder
Sobre el éxito eventual de nuestro país en los torneos deportivos y, entre éstos, especialmente los futbolísticos, ha recaído desde siempre una dilatada expectativa popular. En esto nada difiere la Argentina de muchas otras naciones, pero cuando ese éxito eventual en el deporte se transforma al punto de que su conquista o fracaso deciden el estado de ánimo nacional por un tiempo más prolongado del razonable, cabe preguntarse qué papel juegan otras fuentes de realización colectiva.
Ganar se ha convertido para las mayorías en indispensable para saber quiénes somos los argentinos y cuánto valemos. Perder, por lo mismo, equivale a desaparecer del espejo de la identidad. Es evidente que estamos ante un exceso, ante una desmesura de la que sólo puede llegar a curarnos la educación, un pensamiento matizado, un interés más diversificado por las referencias que nos permitan comprender mejor quiénes somos.
En suma, como argentinos es fundamental el logro de un sistema político, social, económico y cultural que permita asimilar las derrotas deportivas como parte de lo que nos pasa, no como lo único relevante que nos puede suceder. Por cierto a esto hay que añadirle una dosis de sentido del humor. Perder, después de todo, también dice en parte lo que significa jugar.