La dificultad de la alegría
La alegría, desde que los antiguos la diferenciaron del júbilo místico, es la certeza de la posesión de un bien y la previsión de que nos va a suceder algo feliz o agradable. Situaciones ambas cada vez más ausentes de la realidad general y del imaginario colectivo.La del Senado peronista avanzando sobre la debilidad del adversario es una alegría de prostíbulo, es la risa de la hiena oliendo el jugo de una presa sin ánimo. Mientras, y en paulatina retirada, la alegría afuera se ha vuelto tan discriminatoria y excepcional, que cada día reduce su porcentaje de influencia a un escaso número de beneficiados. Estar hoy alegre –alegre con fundamento y no por ausencia de recursos básicos intelectuales–, es un privilegio tan impúdico como obtener ganancias en un país en quiebra y que siempre pierde. Por eso, por prudencia y decoro, es mejor reservar la alegría para el ámbito privado. Porque una demostración de alegría personal en ese contexto suscita en la mayoría apartada y obligada a carecer de esa emoción agradable, una serie de sentimientos y de intenciones de orden contrario. La alegría individual del ex presidente es un ejemplo: se ríe, mientras la gente llora y chilla por causas no precisamente ajenas a él aunque elija ignorarlo. El es "un águila que no caza moscas", y las causas son moscas y también los damnificados.Su contra cara, la del presidente en ejercicio, carga con la inconveniencia de no poder expresar toda la tristeza que debería notársele ante las consecuencias incomparables que afean su mandato.
Por esodeja traslucir un gesto inescrutable entre la tensión y el desconcierto. Su situación no es envidiable: está cercado por los cuatro o cinco peronismos y sus subgéneros; por el radicalismo irritado y el radicalismo crítico y por el peor de los radicalismos: el cautivo y, sobre todo, por los ganadores , que no consienten en que se les descuente ningún punto aunque ya sin jugar hayan ganado el campeonato. También está cercado por los cazadores furtivos de los restos todavía tibios del banquete vip , por los malos augurios del mundo, por la tribalización social interna, por los malos insaciables y los malos pedigüeños. Y por sí mismo. Desventaja espiritual del presidente frente al animoso liberado reciente: éste siempre va "a triunfar, a triunfar, a triunfar". Tiene una autoestima fuera de órbita y del dominio de la propia razón crítica. Exhibe un egoísmo del poder que solo soñar con que puede volver a obtenerlo le produce alegría aunque sus potenciales gobernados –Dios no lo quiera– hayan dejado de reírse.
En tanto,una saga de reclamantes y peticionantes pobrísimos, que su promesa triunfal de la década del bienestar fue creando –y sin exculpar la afanosa continuidad del que lo ha sucedido– acude a la Plaza de Mayo. Al ombligo no del mundo ni del país, sino al ombligo de un magma indescifrable incluido en el indescifrable magma planetario. Habrá que confiar en que el talento de Bush logrará descifrarlo sin ocasionar víctimas totales.
Esa gesta reclamante y paupérrima acecha desde el umbral y los bordes de la Casa Rosada -originalmente pintada con una mezcla que incluía sangre de buey para darle ese tono-, pero que en su interior, actualmente, no contiene otra capacidad de respuesta que las dolorosas o las mudas. No por mala voluntad sino por mala imaginación y diseño demencial e inconcluso.
Cada día que se acerque fin de año aumentarán el asedio y el calvario incesante. Uno desearía que no fuesen argentinos para no sentirse involucrado y poder irse de week end al country o al campo, o hacer el asadito en el balcón o en el patio, sin que lo inquiete la sospecha de que a lo mejor, sin querer, sin proponérselo, se pueda haber hecho algo inconveniente. Quién sabe algún movimiento perjudicial que tuviese que ver indirectamente con el hundimiento masivo de congéneres que, casualmente, comparten la patria con uno y que son los mayores receptores de este resultado involuntario. De este resultado del que somos parte, testigos y testimonio.
Desde sus sillas de ruedas, desde su destrucción física o psíquica, desde su condición de expulsados de la atención médica y de desamarrados del sistema, desde sus pobrezas ambulantes, desnudan la obscenidad de un país afgano sin turbante.Ominosa afganización que crece espectacularmente, en contraste con el decrecimiento poblacional que acaba de registrar el censo argentino. Curiosidad demográfica: ya que a medida que se enfría y "desintensifica" la procreación de la especie nacional, se multiplica fértilmente la etnia de dañados. ¿De dónde salen? ¿Cómo puede haber tantos enfermos, tantos lisiados, tantos dolidos en una sociedad donde cada uno de nosotros, hipotéticamente, es dueño de ochenta veces más espacio para desarrollarse que un suizo o que un holandés? Ya sé: somos idiotas. Inútiles. Corruptos: nos encanta robar. Desafortunadamente los beneficios del robo no se reparten sino que se esconden en cajas de caudales cuya clave sabe sólo el propietario. Son leyendas la gauchada criolla y la del buen vecino, y la de que la familia argentina es amorosa y más unida que la congelada de país nórdico.
Somos tan peores que únicamente por casualidad pudimos y podemos tener las recurrentes y renovadas individualidades que la historia y el mundo distinguen. Este texto está construido desde esa imbecilidad, ineficiencia e incapacidad que nos atribuyen y que nos atribuímos de puro devaluados. Nos han hecho el rollo y nos lo hemos creído. Yo mismo me siento triste por no estar alegre junto a los otros a los que les pasa lo mismo.
Si la discutida clonación, de la que no sabemos nada casi todos, fuese capaz de clonar seres en serie, habría que rogar el milagro de que no se les ocurra a los dueños de los clones, clonar seres incompetentes como uno sino aptos. Seres imbuidos de la vocación de exceptuarse del maltrato y del sometimiento. Aunque, de acuerdo con el proyecto de la globalidad, da la impresión de que conviene por razones desconocidas para la gente decente, que haya mayor número de sometidos e ineptos que de seres dignos y razonablemente satisfechos. Ser argentino no es más, pero tampoco es menos.
La cuestión es la desequilibrada e inhumana coexistencia de la prosperidad y la miseria, con su consecuencia moral y visual indigeribles. Es sano que no haya alegría. Habla bien de nosotros.
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