El columnista invitado. La dolarización no es la salida
Por Jorge Remes Lenicov Para LA NACION
La profundidad y duración de la crisis parecería hacer surgir, como panaceas, ciertas soluciones mágicas. Entre ellas, en los últimos tiempos, la pretensión oficial y de algunos analistas de publicitar la dolarización como un instrumento superador de nuestras penurias económicas.
Nada más alejado de la realidad. Reemplazar el peso por el dólar es una de esas mágicas (y falsas) soluciones, interesada en resguardar el patrimonio de unos pocos.
A principios de los años 90 la convertibilidad permitió abatir la inflación, iniciar cambios estructurales y superar sucesivas crisis internacionales; no obstante, errores de gestión, shocks externos y la ausencia de una estrategia de desarrollo derivaron en negativas consecuencias: pérdida de competitividad, precios relativos incapaces de generar rentabilidad, mala distribución de ingresos, desempleo, usura y destrucción de actividades productivas.
Revertir la situación requiere reformas en el sistema político y en la organización del Estado, así como acordar un modelo de desarrollo, lo que parece inabordable ante la aceleración de la crisis. Sin embargo, es posible encarar la emergencia de modo compatible con esos propósitos si se acierta con los instrumentos y las políticas que permitan superar la amenaza de default, encarar la reactivación y mejorar el empleo.
La dolarización es de aquellos instrumentos que no contribuyen a resolver la emergencia (default, reactivación, desempleo) y que, además, imponen más condicionamientos negativos a la posibilidad de producir las reformas pendientes y preparar el terreno para volver a crecer.
Una fuga hacia adelante
Dolarizar significa convertir a dólares la base monetaria y todos los depósitos y créditos en pesos. Si se respeta la Constitución, ese proceso requiere de un tratado de asociación monetaria con los Estados Unidos, o de una ley que autorice el reemplazo de la moneda nacional por la de ese país (conforme al artículo 75 de la Constitución, sólo al Congreso concierne disponer la creación de moneda, la admisión de divisa extranjera para cancelar obligaciones o la aprobación de tratados). Ello requiere de un amplio debate legislativo y no de maniobras encubiertas u operaciones de prensa.
Quienes defienden la dolarización argumentan que disminuirá el riesgo país al eliminarse el riesgo devaluatorio. Eso no es así. La parte más relevante del riesgo país no puede reducirse dolarizando. Ese indicador refleja la capacidad nacional de repago, que depende, entre otros factores, de la sustentabilidad de nuestra economía y de la capacidad de generación de divisas.
No debe olvidarse que nuestros bonos soberanos ya están nominados en dólares y que el altísimo riesgo se mide contra ellos. Consecuentemente, sería pequeño el impacto de la dolarización sobre la tasa de interés local.
- La imposibilidad de utilizar la política monetaria como instrumento; hoy hay algún margen dentro de la convertibilidad. No contar con la política monetaria para compensar la fase recesiva del ciclo económico generará más incertidumbre, al dejar indeterminado el nivel de la tasa de interés. La Argentina pasaría a "importar" -definitiva y pasivamente- la política monetaria de los Estados Unidos, y a depender de su fase del ciclo económico.
- La resignación "de por vida" de la política cambiaria, mientras que con los actuales niveles de endeudamiento público los márgenes a la política fiscal son estrechos. Cabe preguntarse qué países de similar tamaño y complejidad se autolimitan de esa manera en materia de instrumentos de la política económica.
- Desaparición del "prestamista de última instancia" ante problemas bancarios (el BCRA actuó como tal durante la crisis del tequila y continúa haciéndolo).
- El hundimiento del Mercosur, que es una política de Estado acordada por todos los partidos políticos, cuya violación provocará una mayor pérdida de credibilidad para la Argentina.
- La incorporación a una zona de moneda unificada, en ausencia de ventajas tecnológicas y competitivas relevantes y con un inferior ritmo de mejora de la productividad que el de los Estados Unidos, implicaría una fuga sostenida de dólares hacia el exterior profundizando la depresión y el atraso relativo (a niveles desconocidos en los Estados menos dinámicos de los Estados Unidos, donde se aplican políticas compensatorias federales a las cuales no tendríamos acceso).
- Al cambiarse toda la base monetaria en pesos por dólares se agotarían las reservas internacionales del BCRA. Además, si parte de los depositantes decidiese comprobar la disponibilidad de sus dólares, hipótesis no descartable en el presente escenario, se desataría una crisis bancaria generalizada (sólo evitable si se contase con amplio respaldo financiero internacional que garantizara la transformación en dólares de la base monetaria y de los depósitos, al menos de la banca oficial y nacional). Parece evidente hoy que este camino no cuenta con sustento relevante en los Estados Unidos.
- La pérdida del señoreaje sobre los dólares que tiene la Argentina, por alrededor de 800 millones de dólares anuales.
Si observamos la experiencia internacional, se destaca que son pocos los países que han dolarizado su economía (Panamá, Ecuador, Palau, Micronesia, Islas Marshall). Ninguno de ellos son de economía mediana, ni con la complejidad de precios relativos de la nuestra, y todos con desempeños desalentadores.
Si consideramos los beneficios, se advierte que nada resuelve en materia de precios transables y no transables, rentabilidad empresarial, déficit fiscal y balance de pagos; sólo beneficia a los sectores no afectados por esta crisis.
La dolarización sólo alimentaría el ciclo recesivo actual. La imposibilidad de acceder al financiamiento externo acentuaría la caída de nuestras reservas; al no contar con ellas, el mecanismo de ajuste para obtenerlas serán la contracción de la liquidez interna, con fuerte reducción de importaciones, del consumo y de la inversión interna. Este mecanismo recesivo impondría una abrupta caída del PBI (mayores reducciones salariales, aumento del desempleo y ruptura de la cadena de pagos).
La moneda común del Mercosur constituye un objetivo estratégico deseable, en el futuro, en un mundo que parece orientarse hacia unas pocas grandes monedas regionales. La estrategia correcta hacia tal integración y el crecimiento nacional no es, con seguridad, el falso atajo de la dolarización que esgrimen quienes han fracasado en el empecinado sostén de políticas sin futuro.
El autor es economista y diputado nacional por el PJ.
- El próximo domingo: el columnista invitado será Javier González Fraga .
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