La eterna nostalgia de lo divino
Más allá de lo religioso y de una festividad propia del cristianismo, lo que a lo largo del tiempo han celebrado poetas, músicos y filósofos es el nacimiento de un niño que lleva en su persona la esperanza del mundo
Desde los comienzos del cristianismo, la fiesta era Pascua. Observa el historiador y teólogo luxemburgués Joseph Lortz: "Recién en el cuarto siglo se estableció el calendario cristiano y se agregaron los días de la conmemoración de los mártires, Navidad y la fiesta oriental de Epifanía". La Navidad -etimológicamente "nacimiento"- la celebran el mismo día la Iglesia Católica, la mayoría de las ortodoxas, la anglicana y algunas comunidades protestantes. En cambio, la Iglesia Ortodoxa rusa o la de Jerusalén la festejan en enero, por las diferencias entre los calendarios juliano y gregoriano. En la pequeña ciudad de Belén se conmemora en tres fechas distintas y según los ritos latino, ortodoxo y armenio.
La fecha del nacimiento de Jesús no aparece registrada en ningún texto bíblico, pero el cristianismo quiso que coincidiera con la antigua celebración del solsticio de invierno en el hemisferio norte. Los exégetas tienden a coincidir en que, según los relatos de Lucas, Cristo habría nacido en otoño porque los pastores cuidaban los rebaños al aire libre cuando fueron llamados por los ángeles para ir a visitar el pesebre. También la noticia del censo ordenado por César Augusto explicaría que no era invierno.
Según las culturas precristianas los rituales de diciembre rendían tributo a las divinidades del sol, tanto en Roma y en Grecia como en Persia y hasta en México. Se trataba del respeto que siempre despertaron los ciclos de la naturaleza en los hombres de todos los tiempos.
La fiesta de Navidad identificada con el pesebre tuvo mayor arraigo en los pueblos latinos y bizantinos. Algunas comunidades protestantes prefirieron minimizar su importancia, sobre todo los puritanos ingleses y norteamericanos. Tanto es así que el "Cuento de Navidad" de Charles Dickens fue considerado en su momento como una reivindicación de la festividad en Gran Bretaña. Los pueblos germanos le dieron tradicionalmente mucha importancia al árbol; y en todo el hemisferio norte, al coincidir Navidad con el invierno, la celebración siempre tuvo un profundo sentido familiar, donde se conjugaba lo religioso con las tradiciones propias de cada pueblo.
Festejar la encarnación (el misterio de la Navidad es eso) fue decisivo ya para los Padres de la Iglesia que en los primeros siglos de la era cristiana se enfrentaron con los gnósticos, porque -como señala el pensador rumano Mircea Eliade- no admitían el dualismo y el rechazo de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Decepción que ya había probado Pablo de Tarso en la acrópolis de Atenas
El primer pesebre surgió por iniciativa de Francisco de Asís en la Navidad de 1223, en el pequeño pueblo de Greccio, en Italia central. Enfermo y temiendo el santo que fuera su última Navidad en esta tierra, se le ocurrió celebrar un "pesebre vivo" como una sorpresa para los habitantes de esa localidad. Leyó el relato de Lucas y preparó las escenas del Nacimiento. Esa noche las campanas comenzaron a tocar a fiesta. Refieren que el santo encantó a los presentes al relatar el nacimiento del Salvador, "luz del mundo".
Francisco, alter Christus, como lo nombra la liturgia con trato tan excepcional, fue ciertamente el más ecuménico y universal de los santos cristianos, tan amante de la naturaleza que muchos lo consideraron panteísta y tan amigo de los pobres que algunos sospecharon que su ingenuidad política podía resultar equívoca y ser incluso malinterpretada por los codiciosos del poder. Se puso en contra de las Cruzadas y fue a entrevistarse con el sultán nieto de Saladino. De lo que conocemos sobre su vida, en Francisco -considerado el primer poeta en lengua italiana- se entremezclan asombrosamente la historia y la leyenda. El hermeneuta francés Paul Ricoeur podría hablarnos de una "identidad narrativa"; y acaso nada mejor que ese concepto para definir también la fiesta de Navidad. Por su parte, el inglés G. K. Chesterton, en su biografía sobre Francisco, sostiene que con él la humanidad da un salto cualitativo que se asemeja al paso de las cavernas a la civilización. Giotto lo pintó maravillosamente y Buenaventura lo convirtió en teología.
Más que los antropólogos y los filósofos, quizá sepan hablar de la Navidad los artistas. La pintura, la música y la poesía privilegiaron a través de los siglos el nacimiento de ese niño indefenso que sería proclamado príncipe de la paz. En una conocida vidala catamarqueña compuesta por Ariel Ramírez y Félix Luna, se canta con veneración: "Noche anunciada, noche de amor / Dios ha nacido, pétalo y flor. / Todo es silencio y serenidad, / paz a los hombres, es Navidad". También el santanderino Gerardo Diego, una de las voces más finas de la llamada generación del 27 en España, imagina a una ensimismada Virgen María que mientras resguarda a su hijo observa una palmera que anticipa el árbol de la cruz que cerrará el círculo anterior a la Pascua. "Si la palmera pudiera / volverse tan niña, niña, / como cuando era una niña / con cintura de pulsera. / Para que el Niño la viera...", canta el poeta. Por su parte, escribe nuestro Francisco Luis Bernárdez que "La sangre que por nosotros / en Pascua derramará / se anticipa en este llanto / que oímos en Navidad". Y, como dice Sor Juan Inés de la Cruz, "de la más fragante Rosa / nació la Abeja más bella". Juan Ramón Jiménez ofrecerá a los niños pobres que cantan la Navidad: "Yo les traigo a Platero, y se lo doy, para que jueguen con él".
Cuando en 1940, tras la capitulación de Francia ante Alemania, los oficiales del ejército francés eran llevados a campos en territorio enemigo, Jean Paul Sartre fue un prisionero de guerra más y, en esas circunstancias, incluso para él la Navidad adquirió otra luz. De allí surgió Barioná, el Hijo del Trueno, una obra sobre el nacimiento de Jesús, en la que él mismo interpretó al rey Baltasar cuando se estrenó en el campo, después de que los capellanes obtuvieron el permiso para celebrar la Nochebuena. Cuando Sartre consiguió escapar, renegó de la obra y no autorizó su publicación hasta 1962, cuando permitió que se hiciera una pequeña edición siempre que apareciera una nota en la que se indicara que él nunca coqueteó con el cristianismo.
Independientemente de las identidades religiosas, en las que no se reconoce, Marguerite Yourcenar, sin embargo, dice que en Navidad "lo que se celebra es un nacimiento, y un nacimiento como debieran ser todos, el de un niño esperado con amor y respeto, que lleva en su persona la esperanza del mundo".
¿Es, entonces, la Navidad un misterio y una tradición que surge de un antiguo mito? No sólo eso. Es más. La percepción poética y el sentir popular lo conocen. Saben de esa eterna nostalgia de lo divino, de esa sed de otra dimensión que cada tanto nos asalta.
Filósofo, director de la revista Criterio